martes, 20 de octubre de 2020

Boaventura de Sousa Santos. El Negacionismo, el Gatopardismo y El Transicionismo

El Negacionismo, el Gatopardismo y El Transicionismo  

Boaventura de Sousa Santos

Traducción de Bryan Vargas Reyes

La pandemia del nuevo coronavirus ha puesto en tela de juicio muchas de las certezas políticas que parecían haberse consolidado en los últimos cuarenta años, especialmente en el llamado Norte global. Las principales certezas fueron: el triunfo final del capitalismo sobre su gran competidor histórico, el socialismo soviético; la prioridad de los mercados en la regulación de la vida no sólo económica sino también social, con la consiguiente privatización y desregulación de la economía y las políticas sociales y la reducción del papel del Estado en la regulación de la vida colectiva; la globalización de la economía basada en ventajas comparativas en la producción y la distribución; la brutal flexibilización (precariedad) de las relaciones laborales como condición para aumentar el empleo y el crecimiento económico. En general, estas certezas constituían el orden neoliberal. Este orden se nutrió del desorden en la vida de las personas, especialmente aquellos que llegaron a la edad adulta durante estas décadas. 

Vale la pena recordar que la generación de jóvenes que entraron en el mercado laboral en la primera década de 2000 ya ha experimentado dos crisis económicas, la crisis financiera de 2008 y la actual crisis derivada de la pandemia. Pero la pandemia significó mucho más que eso. Demostró, en particular, que: es el Estado (no los mercados) quien puede proteger la vida de los ciudadanos; que la globalización puede poner en peligro la supervivencia de los ciudadanos si cada país no produce bienes esenciales; que los trabajadores en empleos precarios son los más afectados por no tener ninguna fuente de ingresos o protección social cuando termina el empleo, una experiencia que el Sur global conoce desde hace mucho tiempo; que las alternativas socialdemócratas y socialistas han vuelto a la imaginación de muchos, no solo porque la destrucción ecológica provocada por la expansión infinita del capitalismo ha llegado a límites extremos, sino porque, después de todo, los países que no han privatizado ni descapitalizado sus laboratorios parecen ser los más eficaces en la producción y más justos en la distribución de vacunas (Rusia y China).

No es de extrañar que los analistas financieros al servicio de aquellos que crearon el orden neoliberal ahora predigan que estamos entrando en una nueva era, la era del desorden. Es comprensible que así sea, ya que no saben imaginar nada fuera del catecismo neoliberal. El diagnóstico que hacen es muy lúcido y las preocupaciones que revelan son reales. Veamos algunos de sus rasgos principales. Los salarios de los trabajadores en el Norte global se han estancado en los últimos treinta años y las desigualdades sociales no han dejado de aumentar. La pandemia ha agravado la situación y es muy probable que dé lugar a un gran malestar social. En este período, hubo, de hecho, una lucha de clases de los ricos contra los pobres, y la resistencia de los hasta ahora derrotados puede surgir en cualquier momento. Los imperios en las etapas finales de la decadencia tienden a elegir figuras de caricatura, ya sea Boris Johnson en Inglaterra o Donald Trump en los Estados Unidos, que sólo aceleran el final. La deuda externa de muchos países como resultado de la pandemia será impagable e insostenible y los mercados financieros no parecen ser conscientes de ello. Lo mismo sucederá con el endeudamiento de las familias, especialmente de la clase media, ya que este fue el único recurso que tuvieron para mantener un cierto nivel de vida. Algunos países han optado por la vía fácil del turismo internacional (hoteles y restaurantes), una actividad por excelencia presencial que sufrirá de incertidumbre permanente. China aceleró su trayectoria para volver a ser la primera economía del mundo, como lo fue durante siglos hasta principios del siglo XIX. La segunda ola de globalización capitalista (1980-2020) ha llegado a su fin y no se sabe lo que viene después. La era de la privatización de las políticas sociales (a saber, la medicina) con amplias perspectivas de lucro parece haber llegado a su fin.

Estos diagnósticos, a veces esclarecedores, implican que entraremos en un período de opciones más decisivas y menos cómodas que las que han prevalecido en las últimas décadas. Anticipo tres caminos principales.

Designo el primero como el negacionismo. No comparte el carácter dramático de la evaluación expuesta anteriormente. No ve ninguna amenaza para el capitalismo en la crisis actual. Por el contrario, cree que se ha fortalecido con la crisis actual. Después de todo, el número de multimillonarios no ha dejado de aumentar durante la pandemia y, además, ha habido sectores que han visto aumentar sus beneficios como resultado de la pandemia (véase el caso de Amazon o tecnologías de la comunicación, zoom, por ejemplo). Se reconoce que la crisis social va a empeorar; para contenerla, el Estado sólo tiene que fortalecer su sistema de "ley y orden", fortalecer su capacidad para reprimir las protestas sociales que ya han comenzado a suceder, y eso sin duda aumentará, ampliando el cuerpo de policía, readaptando al ejército para actuar contra los "enemigos internos", intensificando el sistema de vigilancia digital, ampliando el sistema penitenciario. En este escenario, el neoliberalismo seguirá dominando la economía y la sociedad. Se admite que será un neoliberalismo modificado genéticamente para poder defenderse del virus chino. Entiéndase, un neoliberalismo en tiempo de intensificación de la guerra fría con China y por lo tanto combinado con algún tribalismo nacionalista. 

La segunda opción es la que más se corresponde con los intereses de los sectores que reconocen que se necesitan reformas para que el sistema pueda seguir funcionando, es decir, para que se pueda seguir garantizando el retorno del capital. Designo esta opción por el gatopardismo, en referencia a la novela Il Gattopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1958): es necesario que existan cambios para que todo siga igual, para que lo esencial esté garantizado. Por ejemplo, el sector de la salud pública debería ampliarse y reducir las desigualdades sociales, pero no se piensa en cambiar el sistema productivo o el sistema financiero, la explotación de los recursos naturales, la destrucción de la naturaleza o los modelos de consumo. Esta posición reconoce implícitamente que el negacionismo puede llegar a dominar y teme que, a largo plazo, esto conduzca a la inviabilidad del gatopardismo. La legitimidad del gatopardismo se basa en una convivencia que se ha establecido en los últimos cuarenta años entre el capitalismo y la democracia, una democracia de baja intensidad y bien domesticada para no poner en cuestión el modelo económico y social, pero que aún garantiza algunos derechos humanos que dificultan la negación radical del sistema y la insurgencia anti-sistémica. Sin la válvula de seguridad de las reformas, acabará la mínima paz social y, sin ella, la represión será inevitable.

Sin embargo, hay una tercera posición que designo como transicionismo. Por el momento, que habita en la angustiosa inconformidad que surge en múltiples lugares: en el activismo ecológico de la juventud urbana, en todo el mundo; en la indignación y resistencia de los campesinos, pueblos indígenas y afrodescendientes y pueblos de los bosques y regiones ribereñas ante la impune invasión de sus territorios y el abandono del Estado en tiempos de pandemia; en la reivindicación de la importancia de las tareas de cuidado a cargo de las mujeres, a veces en el anonimato de las familias, ahora en las luchas de los movimientos populares, ahora frente a gobiernos y políticas de salud en varios países; en un nuevo activismo rebelde de artistas plásticos, poetas, grupos de teatro, raperos, sobre todo en las periferias de las grandes ciudades, un vasto grupo que podemos llamar artivismo. Esta es la posición que ve en la pandemia la señal de que el modelo civilizado que ha dominado el mundo desde el siglo XVI ha llegado a su fin y que es necesario iniciar una transición a otro u otros modelos civilizadores. El modelo actual se basa en la explotación ilimitada de la naturaleza y de los seres humanos, en la idea de un crecimiento económico infinito, en la prioridad del individualismo y la propiedad privada, y en el secularismo. Este modelo permitió impresionantes avances tecnológicos, pero concentró los beneficios en algunos grupos sociales al tiempo que causó y legitimó la exclusión de otros grupos sociales, de hecho mayoritarios, a través de tres modos principales de dominación: explotación de los trabajadores (capitalismo), legitimación del racismo de masacres y saqueos de razas consideradas inferiores y la apropiación de sus recursos y conocimientos (colonialismo) y el sexismo legitimando la devaluación del trabajo de cuidado de las mujeres y la violencia sistémica contra ellas en los espacios domésticos y públicos (patriarcado).

La pandemia, al mismo tiempo que empeoró estas desigualdades y discriminaciones, ha hecho más evidente que, si no cambiamos el modelo civilizatorio, nuevas pandemias seguirán plagando a la humanidad y el daño que causarán a la vida humana y no humana será impredecible. Dado que no se puede cambiar de un día a otro el modelo civilizatorio, se debe empezar a diseñar directivas de transición. De ahí la designación de transicionismo.

En mi opinión, el transicionismo, a pesar de ser una posición por ahora minoritaria, es la posición que me parece llevar más futuro y menos desgracia para la vida humana y no humana del planeta. Por lo tanto, merece más atención. Partiendo de ella, podemos anticipar que entraremos en una era de transición paradigmática hecha de varias transiciones. Las transiciones se producen cuando un modo dominante de vida individual y colectiva, creado por un determinado sistema económico, social, político y cultural, comienza a revelar crecientes dificultades para reproducirse al mismo tiempo que, dentro de ella, comienzan a germinar cada vez menos marginalmente, los signos y prácticas que apuntan a otras formas de vida cualitativamente diferentes. La idea de la transición es una idea intensamente política porque presupone la existencia alternativa entre dos horizontes posibles, uno distópico y otro utópico. Desde el punto de vista de la transición, no hacer nada, que es característico del negacionismo, implica de hecho una transición, pero una transición regresiva hacia un futuro irreparablemente distópico, un futuro en el que todos los males o disfunciones del presente se intensificarán y multiplicarán, un futuro sin futuro, ya que la vida humana se volverá inviable, como ya lo es para muchas personas en nuestro mundo. 

Por el contrario, la transición apunta a un horizonte utópico. Y dado que la utopía por definición nunca se logra, la transición es potencialmente infinita, pero no menos urgente. Si no empezamos ahora, mañana puede ser demasiado tarde, como nos advierten los científicos del cambio climático y el calentamiento global, o los campesinos quienes están sufriendo los efectos dramáticos de los fenómenos meteorológicos extremos. La característica principal de las transiciones es que nunca se sabe con certeza cuando comienzan y cuando terminan. Es muy posible que nuestro tiempo sea evaluado en el futuro de una manera diferente a la que defendemos hoy. Incluso puede llegar a considerar que la transición ya ha comenzado, pero sufre bloqueos constantes. La otra característica de las transiciones es que no es muy visible para quienes la viven. Esta relativa invisibilidad es el otro lado de la semi-ceguera con la que tenemos que vivir el tiempo de transición. Es un tiempo de prueba y error, de avances y contratiempos, de cambios persistentes y efímeros, de modas y obsolescencias, de salidas disfrazadas de llegadas y viceversa. La transición sólo se identifica completamente después de que haya ocurrido.

El negacionismo, el gatopardismo y el transicionismo se enfrentarán en un futuro próximo, y la confrontación probablemente será menos pacífica y democrática de lo que nos gustaría. Una cosa es cierta, el tiempo de las grandes transiciones ha sido inscrito en la piel de nuestro tiempo y es muy posible que contradiga el verso de Dante. Dante escribió que la flecha que se ve venir viene más lentamente (che saetta previsa viene più lenta). Estamos viendo la flecha de la catástrofe ecológica viniendo hacia nosotros. Viene tan rápido que a veces se siente como si ya estuviera clavada en nosotros. Si es posible eliminarla, no será sin dolor.


miércoles, 7 de octubre de 2020

Europa, Estados Unidos y China_Boaventura de Sousa Santos

 

Europa, Estados Unidos y China

Boaventura de Sousa Santos

Traducción de Bryan Vargas Reyes

Las declaraciones del embajador estadounidense en entrevista con el diario Expresso del 26 de septiembre ofenden a los portugueses y violan los códigos diplomáticos. Amenazó que los Estados Unidos dejarían de considerar a Portugal como un aliado en cuestiones no solamente económicas sino también de seguridad si Portugal adoptara (así sea parcialmente) la tecnología 5G de Huawei. Sabemos que este es el estilo agresivo de injerencia en los asuntos internos de los países vasallos o "repúblicas bananeras". Las declaraciones del embajador, sin embargo, tienen un tiempo y un contexto precisos.

Como el objetivo geoestratégico de Estados Unidos es debilitar o desmantelar la UE (comenzó con el Brexit) para obligar más fácilmente a los países europeos a alinearse en la nueva guerra fría -la guerra contra China-Portugal es el objetivo exacto, no sólo porque se considera uno de los eslabones débiles de la UE, sino también porque presidirá la UE en los próximos meses. Las autoridades portuguesas han reaccionado de la única manera posible, pero las grandes decisiones son de la UE. ¿Qué decisión tienen  que tomar? Europa se enfrenta a una bifurcación decisiva: o se fragmenta o profundiza su integración. El análisis que propongo se basa en la idea de que la integración es mejor que la fragmentación,  suponiendo que sólo es posible profundizar la integración respetando la autonomía de cada país y  democratizando las relaciones entre ellos. 

No viene al caso mirar aquí toda la larga tradición histórica que conecta Europa (especialmente el Mediterráneo) con China e India, miembros del mismo supercontinente, Eurasia, donde surgió la Edad de Bronce y dio lugar a la primera revolución urbana, unos tres mil años antes de nuestra era. Es  suficiente recordar que durante muchos años ha habido comercio y tecnología en esta región y que, si en ciertos períodos prevaleció Occidente, en otros prevaleció Oriente. Esta alternancia pareció romperse a partir del siglo XV con el péndulo apuntando a la región europea. Con la expansión bloqueada por tierra por el Imperio Otomano, Europa se convirtió en el lugar de nacimiento de los imperios transatlánticos que tuvieron sucesivamente como protagonistas a Portugal, España, Holanda, Francia e Inglaterra. Un argo período que terminó en 1945 (en el caso de las colonias de Portugal, en 1975). Desde entonces, el único imperio digno del nombre ha sido el de los EE. UU. Hace unos años se ha hablado del declive de este imperio y del surgimiento del imperio chino, aunque sea discutible si China ya es (de nuevo) un imperio. Durante varios años, estudios de los servicios de inteligencia de los EE. UU (CIA) han previsto que China en 2030 será la primera economía del mundo.

Todo nos lleva a creer que nos enfrentamos a un imperio descendiente y a un imperio ascendente. La pandemia ha llegado a dar una nueva intensidad a los signos que apuntan a esto. Entre ellos señalo los siguientes.

En primer lugar, China fue una de las principales economías del mundo durante varios siglos hasta el comienzo del siglo XIX. Representaba entonces del 20% al 30% de la economía mundial. Desde entonces, su declive comenzó y en 1960 China representó sólo el 4% de la economía mundial. A partir de la década de 1970 China comenzó a resurgir, y hoy representa el 16%. La pandemia ha hecho aún más evidente que China es la fábrica del mundo. Mientras Donald Trump vocifera contra el “virus chino”, el personal médico y de enfermería está esperando ansiosamente la llegada del nuevo suministro de material de protección personal de China. Los estudios de dos grandes bancos alemanes, el Commerzbank y el Deutsche Bank muestran que China recuperará las pérdidas del PIB causadas por la pandemia a finales de este año, mientras que Europa y Estados Unidos seguirán enfrentando una severa recesión. El peso del consumo interno de China en el PIB es ahora del 57,8 por ciento (en 2008 fue del 35,3 por ciento), es decir, un peso cercano al de los países más desarrollados. Se ha escapado de los medios occidentales que, ante la intensificación de la guerra fría por parte de los Estados Unidos, China propone adoptar una política de mayor autosuficiencia o autonomía que le permita seguir exportando al mundo sin depender tanto de las importaciones de alta tecnología. Entre los países europeos, Alemania puede ser una de las más afectadas, junto con Japón y Corea del Sur.

La imagen que nos llega de los Estados Unidos es casi lo contrario de todo esto. El extraordinario  dinamismo de los Estados Unidos a finales de la década de 1940 y en las dos décadas siguientes ha desaparecido hace mucho tiempo. Históricamente inclinado a considerar la guerra como un medio para resolver conflictos, Estados Unidos ha estado gastando en aventuras militares la riqueza que se podría invertir en el país. Desde 2001, el gasto militar ha ascendido a 6 trillones de dólares. Recientemente, el expresidente Jimmy Carter lamentó que en 242 años de existencia Estados Unidos sólo había estado en paz durante 16 años. Por el contrario, desde la década de 1970 China no ha estado en guerra con ningún país (aunque haya tensiones regionales), y se estima que hoy en día produce tanto cemento en tres años como Estados Unidos a lo largo del siglo XX. Mientras China construye una gran clase media, Estados Unidos la destruye. Los tres estadounidenses más ricos tienen tanta riqueza como los 160 millones de estadounidenses más 3pobres. En el ranking de libertad de prensa del World Press Índex, Estados Unidos ha estado cayendo y ahora ocupa el puesto 45 (varios países europeos están en la cima de la tabla, Portugal ocupa el décimo lugar y China el puesto número 177). La conducta política de Donald Trump es lo opuesto a todo lo que hemos aprendido de positivo de los Estados Unidos y ahora corre el riesgo de poner al país al borde de una guerra civil. Pero, por peligroso y caricaturado que sea, Trump no es la causa del declive de Estados Unidos, es más bien un producto de esto. Europa (especialmente la que tiene la mejor tasa de desarrollo humano) se ha beneficiado de la apertura de China al comercio internacional y de las relaciones pacíficas que se han establecido desde entonces entre Estados Unidos y China. Estos hechos han eximido a la UE de tener una verdadera política exterior. Todo indica que este período ha llegado a su fin y que Europa se verá obligada a elegir. Europa, históricamente muy violenta, tanto internamente como mundialmente, no tiene velas imperiales hoy en día y parece querer preservar un patrimonio creíble de defensa de los valores democráticos, la convivencia pacífica y los derechos humanos. Los imperios siempre son malos para las regiones que están sujetas a ellos. Se puede decir que las regiones que no pueden disputar el poder imperial ganan más al aliarse a un imperio ascendente que a un imperio descendiente. Pero, por otro lado, nada nos garantiza que el imperio chino sea mejor  para los europeos que el imperio americano. La única manera de preservar los valores de la democracia, la convivencia pacífica y los derechos humanos parece ser mantener una autonomía relativa hacia ambos. Sólo esta relativa autonomía permitirá a Europa profundizar su integración discutiendo los términos de su inserción en la nueva era, que parece ser menos una nueva era de globalización que una era de muros tecnológicos (y muchos otros muros no menos peligrosos). Esto significa que ningún país europeo debe ser chantajeado. La experiencia internacional de la última década nos dice que China acepta la idea de una autonomía relativa y que, cuando es necesario, sabe retirar sus ánimos expansivos. Por el contrario, las presiones muy poco diplomáticas en curso son una advertencia de que los Estados Unidos no aceptan la idea de autonomía relativa. Si Europa no sabe resistirse/resistir, estará iniciando un doloroso viaje hacia su fragmentación.