viernes, 18 de marzo de 2022

LOS SILENCIOS: DE UCRANIA A BORIC Por Boaventura de Sousa Santos

                     

LOS SILENCIOS: DE UCRANIA A BORIC
Por Boaventura de Sousa Santos*

Europa vive un período de pánico moral que no solo imposibilita pensar con cierta complejidad y densidad analítica la tragedia que está atravesando Ucrania, sino que crea un nuevo período de caza de brujas muy similar al que se vivió en Estados Unidos en la década de 1950 y que se conoció como macartismo. Todavía no ha alcanzado los niveles de censura y represión política basados ​​en acusaciones de traición y subversión por supuestas simpatías con el comunismo que caracterizaron ese período, pero es de presumir que pudiéramos llegar allí. Las señales son perturbadoras. La bestia salvaje ahora no es el comunismo, sino Putin y la rusofilia. Y quien no sea lo suficientemente enfático en defender los “valores occidentales” es un rusófilo. La histeria instalada por el bombardeo mediático es tal que no es posible contraargumentar, contextualizar, presentar información que contradiga la narrativa instalada. De alguna manera, la lógica unanimista y automultiplicadora de las fake news que circulan en las redes sociales se ha generalizado a los medios de comunicación hegemónicos. No es que las noticias sean necesariamente falsas; es simplemente imposible introducir noticias o análisis que contrasten o solo contextualicen. Tampoco es posible informar sobre otros temas relevantes que nos ayuden a ver que, por importante y trágico que sea lo que está pasando en Ucrania, no es el único hecho importante y trágico o digno de noticia que está pasando en el mundo. Solo decir esto en un momento de pánico moral es ser candidato a la acusación de relativismo. Algunos ejemplos de mi experiencia personal pueden ayudar a ilustrar la situación.

Sobre la complejidad y la polarización
La primera gran ausencia producida por la extrema polarización es la complejidad de los análisis. Sobre la crisis en Ucrania he escrito hasta ahora los siguientes textos que pueden consultarse porque están en línea: “La ONU en la encrucijada” (https://iree.org.br/a-onu-na-encruzilhada/); “Cómo hemos llegado hasta aquí” (https://pensarlospensamientos.blogspot.com/2022/02/como-hemos-llegado-hasta-aqui.html); “¿Todavía es posible pensar con complejidad?” (https://pensarlospensamientos.blogspot.com/2022/03/todavia-es-posible-pensar-con.html); y, “Para una autocrítica de Europa” (https://blogs.publico.es/espejos-extranos/2022/03/09/por-una-autocritica-de-europa/). En todos los textos traté de contextualizar lo que está sucediendo y brindar informaciones menos accesibles pero muy relevantes para comprender los hechos. En conjunto, mis análisis apuntaron a evitar el simplismo de los buenos y los malos, y proporcionar instrumentos para evaluaciones más cuidadosas y menos propicias a justificar aventuras belicistas donde las poblaciones civiles inocentes son siempre las grandes víctimas. El último texto, publicado el 10 de marzo en el diario Público de Portugal, uno de los principales diarios de referencia del país, mereció un ataque injusto, injurioso, violento y descontrolado por parte del director del diario.
Estos momentos de histeria colectiva y de extrema polarización, que imposibilitan la complejidad o el pensamiento contracorriente, son cada vez más frecuentes. En mi larga vida ya pasé por tres de esos momentos, en los que pagué un precio por insistir en pensar con complejidad e independencia. El primero fue justo después de la Revolución del 25 de abril de 1974, que devolvió la democracia a los portugueses y allanó el camino para la independencia de las colonias portuguesas en África y Oceanía. En ese momento hubo un giro repentino y radical a la izquierda, y el que no estuviese con nosotros estaba contra nosotros. En tal altura, ser de izquierda era pertenecer al Partido Comunista o a uno de los partidos de extrema izquierda (leninista, estalinista, maoísta, trotskista, etc.). Creo que en ese momento fui el único director de una Facultad de Economía en Portugal que no estaba afiliado al PCP o a un partido de extrema izquierda. Simpatizaba con el MES (Movimiento de Izquierda Socialista), inspirado en Rosa Luxemburg. Me acusaron públicamente de ser agente de la CIA (quizás porque acababa de terminar mi doctorado en la Universidad de Yale). Los estudiantes me ayudaron al elegirme (no sabían si yo era de la CIA, pero al menos sabían que yo era el único profesor que les enseñó Karl Marx antes de la revolución de abril).
El segundo momento fue el 11 de septiembre de 2001. Estaba en Estados Unidos (donde en los últimos 35 años viví casi la mitad de cada año, afiliado a la Universidad de Wisconsin-Madison) y participaba en un debate en la Universidad de Columbia, Nueva York, sobre derechos humanos. Debido a que, en mi intervención, a pesar de haber condenado enérgicamente el atentado a las Torres Gemelas, me atreví a hablar de la necesidad de respetar los derechos humanos en todas las circunstancias y no renunciar a continuar el diálogo intercultural con el mundo islámico que, en su amplia mayoría, era amante de la paz, mis colegas de Harvard me vituperaron con saña y casi me consideraron un filoterrorista. En años posteriores, estos colegas justificarían la tortura y cosas peores contra la Constitución de los Estados Unidos.
El tercer momento, hace unos días, fue el ya mencionado ataque personal del director del diario Público en reacción a un artículo mío.
Estamos en un nuevo tiempo de extrema polarización. No la vi en la invasión y destrucción de Irak ni en otras (muchas) situaciones. Para mantener la capacidad de pensar incluso en momentos de peligro, como nos enseñó Walter Benjamin, nunca es saludable llegar a este nivel de polarización. Así como no es aceptable guardar silencio ante la violencia de las atrocidades cuando ocurren más lejos de nosotros y no movilizan a nuestros medios de comunicación. La vida humana para mí tiene un valor incondicional. El sufrimiento de los ucranianos, que querían la guerra tan poco como cualquiera de nosotros, es terrible. Pero me duelen igualmente las muertes injustas ocurridas en los mismos días en otras guerras en otras regiones del mundo. Ninguna muerte injusta puede relativizar o justificar cualquier otra muerte injusta. Según una conocida organización que registra las muertes de guerra en todo el mundo, estas son las estadísticas del período inicial de la invasión de Ucrania (20 de febrero al 4 de marzo): 114 (Ucrania), 23 (Irak), 511 (Yemen), 187 (Siria), 192 (Malí), 527 (Nigeria), 155 (República Democrática del Congo), 180 (Somalia), 112 (Burkina Faso). Y si incluimos los conflictos internos, algunos de los cuales son equiparables a la guerra civil, hay que sumar: 258 (México), 242 (Brasil), 81 (Colombia), 124 (Myanmar), 38 (Afganistán) (ACLED. Accesible en https://acleddata.com/dashboard/#/dashboard). El hecho de que ninguna de las otras tragedias haya merecido atención mediática no tiene para mí otro sentido ni interés que el de permitirme conocer los mecanismos sociológicos de la formación del pánico moral y de la indignación pública.

Los silencios como sociología de las ausencias
Las situaciones de extrema polarización y concentración mediática unidimensional crean dos tipos de silencios: el primero está relacionado con aspectos de fenómenos hipernarrados o afines que, al no corresponder con el guion impuesto, son activamente ignorados en las noticias; el segundo tipo de silencio se refiere a otros hechos ajenos al láser mediático y que sólo por esa razón son considerados indignos de ser noticiables.

El silencio del racismo y del colonialismo
En cuanto al primer tipo de silencio, elijo la forma en que, en momentos de emergencia y polarización, los prejuicios y las prácticas racistas y colonialistas son activados con una virulencia agravada provocando mucho sufrimiento injusto que no llega a las pantallas ni a las páginas de los noticieros. La histeria mediática sobre Ucrania alcanzó principalmente al eje del Atlántico Norte, que también incluye a Australia, Japón y Brasil. En otras regiones del mundo, la crisis de Ucrania fue de algún modo relativizada porque tiene relación con agresiones armadas (invasiones, bombardeos, muertes de civiles inocentes) de las que han sido víctimas reiteradamente; o porque en la actualidad se enfrentan a otros problemas que les parecen más graves o, al menos, más próximos (hambre, falta de agua y de vacunas, violencia yihadista). Pero cuando la crisis de Ucrania adquirió cierto dramatismo en las noticias de estos países, fueron abordados temas silenciados casi por completo en los medios del eje del Atlántico Norte. El 28 de febrero, la Unión Africana emitió una declaración vehemente contra el comportamiento “escandalosamente racista” de las autoridades fronterizas entre Ucrania y Polonia, que discriminaron a ciudadanos africanos que viven en Ucrania y trataban de huir de la guerra, sometiéndolos a un trato desigual debido a su color (www.theeastafrican.co.ke/tea/news/east-africa/african-union-ukraine-war-3732862?view=htmlamp). Básicamente, se trataba de ponerlos al final de todas las colas, ya sea para acceder al transporte, cruzar la frontera y recibir acogida. Mientras tanto, diez días después, la respetada red Jewish Voice for Peace anunció que Israel estaba instalando a los refugiados ucranianos, que había decidido acoger, en los territorios palestinos que ocupa ilegalmente en el Valle del Jordán y Naqab. Solidaridad internacional a costa de la opresión colonial de los verdaderos poseedores de la tierra.

El silencio de la innovación democrática
El segundo tipo de silencio se refiere a hechos no relacionados con la orgía mediática y que apuntan a la diversidad del mundo. En Europa, la toma de posesión de Gabriel Boric como nuevo presidente de Chile pasó casi totalmente desapercibida. Y, sin embargo, es a todas luces un evento importante. Se trata de la elección democrática del presidente más joven de América Latina (36 años), proveniente de los movimientos sociales (exdirigente estudiantil) que lucharon en los últimos años por la democratización profunda de Chile, una lucha donde las mujeres y los pueblos originarios (a saber, los mapuches), tuvieron un papel protagónico. Es el país de Salvador Allende, asesinado durante el golpe militar de 1973 que abrió camino a una de las dictaduras más sangrientas del siglo pasado. En un acto de gran simbolismo, el presidente Boric, mientras se dirigía al Palacio de La Moneda, sede de la presidencia de Chile, rompió el protocolo, salió de la alfombra roja y saludó a la estatua de Allende que se erige frente al recinto. Es igualmente significativo que una de sus ministras sea nieta de Allende y, además, ministra de Defensa.
El primer discurso de Boric como presidente de Chile es un documento histórico. En un país fracturado por la desigualdad económica, la discriminación étnico-racial y el conflicto social, Boric hizo un vibrante llamado a la unión con justicia social. En un país minado por el etnocentrismo, resaltó la diversidad de los pueblos que conforman el Estado chileno, es decir, los pueblos indígenas con derecho a que se respete su identidad cultural y territorial. En un país con una violenta tradición de Estado represivo, Boric llamó al fortalecimiento de un Estado social, protector de las clases sociales más vulnerabilizadas por el neoliberalismo depredador que atravesó el país en las últimas décadas. En un país que tiene una Convención Constitucional en curso, de la que puede surgir una de las constituciones más progresistas del mundo, Boric prometió pleno apoyo al proceso constituyente en curso y al plebiscito que seguirá para aprobar la nueva Constitución. Nada de esto mereció la atención de los medios. Pero fue aquí donde se sembró una nueva esperanza democrática para Chile, para América Latina y para el mundo.
Traducción de José Luis Exeni Rodríguez

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*Académico portugués. Doctor en sociología, catedrático de la Facultad de Economía y Director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra (Portugal). Profesor distinguido de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE.UU) y de diversos establecimientos académicos del mundo.Es uno de los científicos sociales e investigadores más importantes del mundo en el área de la sociología jurídica y es uno de los principales dinamizadores del Foro Social Mundial. Articulo enviado a Other News por la oficina del autor, el 17.03.22

Fuente: https://www.other-news.info/noticias/los-silencios-de-ucrania-a-boric/


viernes, 4 de marzo de 2022

¿TODAVÍA ES POSIBLE PENSAR CON COMPLEJIDAD? Por Boaventura de Sousa Santos*


Como la crisis global causada por la pandemia no es suficiente, el mundo acaba de entrar en una nueva y grave fase de deriva bélica, que podría sumergirlo en una crisis aún mayor. La causa próxima de este agravamiento es la invasión de Ucrania, y el autor próximo es Rusia y el autor remoto es EE. UU., habiendo ignorado las preocupaciones rusas sobre su seguridad durante tres décadas. Hay un momento de tensión extraordinaria que se expresa en la cobertura mediática de la crisis de Ucrania, especialmente en el eje del Atlántico Norte, que también incluye a Australia, Japón y Brasil. En otras partes del mundo, la crisis de Ucrania, o se relativiza porque se refiere a agresiones armadas (invasiones, bombardeos, muertes de civiles inocentes) de las que han sido víctimas repetidamente, o porque ahora se enfrentan a otros problemas que parecen   más graves o al menos más cercanos a ellos (hambre, falta de agua y vacunas, violencia yihadista). Y cuando la crisis de Ucrania adquiere algún dramatismo es por cuestiones que no son visibles o no tienen sentido cuando se miran desde la perspectiva de la opinión pública en el eje del Atlántico Norte. Por ejemplo, el 28 de febrero la Unión Africana emitió una declaración vehemente contra el comportamiento “escandalosamente racista” de las autoridades fronterizas ucraniano-polacas, al discriminar a los ciudadanos africanos que viven en Ucrania y tratan de huir de la guerra, sometiéndolos a un trato desigual debido a su color.[1]

En cambio, en el eje del Atlántico Norte, la polarización de opiniones es tal que ya no es posible introducir complejidad en la discusión, posición muy similar a la vivida inmediatamente después del 11-S. Cualquier posición que contextualice o problematice se considera traición. Putin también tiene seguidores igualmente primarios. Algunos sectores de izquierda (por ejemplo, en Brasil y Portugal) se negaron a condenar la invasión de Ucrania. ¿Tal vez porque piensan que Putin es un heredero legítimo de la Unión Soviética? ¿No se habrán dado cuenta de que Putin es un líder conservador cercano a la extrema derecha europea (excepto la de Ucrania), crítico de Lenin y con contactos privilegiados con Marine Le Pen y Donald Trump? De hecho, el apoyo del Partido Comunista Ruso a Putin es moderado y algunos de sus líderes no han dudado en distanciarse de él. En una entrevista con la BBC el 28 de febrero, Mikhail Matveev, Vicepresidente del Comité de Política Regional del Estado del Partido Comunista Ruso, dijo:

«A mi entender, no se utilizó el potencial de reconocer las repúblicas [Donetsk y Lugansk] y darles un nuevo estatus más protegido, como fue el caso de Abjasia y Osetia del Sur. Aparentemente, el partido de guerra decidió que ni siquiera era necesario intentar construir nuevas relaciones entre el liderazgo de Ucrania y estas repúblicas en otras realidades, cuando el ejército ruso está estacionado allí, que funciona como un escudo y garantiza que no habrá ataques a las ciudades de Donbass. Ni siquiera lo intentaron. En mi opinión, esta lógica agresiva ahora conduce al hecho de que cada vez hay más amargura. Cuando aparecen más y más muertos en ambos lados, la batalla se vuelve tal que ya es muy difícil detenerla. (…) Este es un grave error de los líderes rusos: no utilizaron todas las posibilidades para una solución pacífica al problema. Decidieron cortar inmediatamente todas las preguntas acumuladas como un nudo gordiano de un solo golpe.”[2] 

En estas condiciones, ¿Es posible pensar? ¿Es posible mirar esta crisis como el ahora de una larga historia que, además de las causas próximas, incluye las lejanas y amplía tanto el número de agresores como el de víctimas? ¿Será de alguna utilidad tal ejercicio mientras mueren vidas inocentes? ¿Por qué no actuar en lugar de pensar? ¿Por qué no dirigir las energías de la indignación hacia manifestaciones masivas en todo el mundo contra la criminal invasión de Ucrania? ¿Qué nos separa de 2003 cuando 15 millones de ciudadanos de todo el mundo salieron a las calles para manifestarse contra la criminal invasión de Irak que se saldaría con más de un millón de muertos?[3] Si tales manifestaciones no fueran efectivas, ¿Por qué sería diferente ahora? ¿Renunciamos a hacer la guerra, venga de donde venga, o hay guerras justas y guerras injustas? Y, en ese caso, ¿Quién lo definió y con qué criterio?  Una cosa es segura, una invasión ilegal no justifica otra invasión ilegal. Las múltiples invasiones y bombardeos ilegales de EE.UU., especialmente después de la Segunda Guerra Mundial, no pueden utilizarse para justificar la invasión y los bombardeos que se están produciendo en Ucrania. No podemos olvidar el horror de la bomba atómica lanzada en Hiroshima y Nagasaki cuando la guerra ya estaba ganada y sólo para castigar al adversario ya vencido y para afirmar el poder global de la nueva potencia a costa de tanta sangre inocente.

Pensar el pasado en un momento de crisis es pensar la anticipación del presente. ¿Se podría haber evitado esta crisis? Si EE. UU. fuera verdaderamente amante de la democracia, ¿habría intervenido en el golpe de Maidan (2014) contra un presidente elegido democráticamente, Viktor Yanukovych, que fue cuestionado en los días posteriores a su negativa a acercarse a la Unión Europea, lo que implicaba romper relaciones preferenciales con Rusia? ¿Por qué los conocidos grupos neonazis, como el Batallón Azov, se integraron en la Guardia Nacional de Ucrania y los medios occidentales los transformaron en héroes nacionalistas? ¿Por qué el think tank informal de la OTAN, Atlantic Council, a pesar de reconocer en 2018[4] que Ucrania tenía un problema de extrema derecha, publicó un artículo el 24 de febrero de 2020 titulado «Por qué Azov no debería ser designado como una organización terrorista extranjera»?[5] Después de las intervenciones de la OTAN en Serbia en 1999, Afganistán en 2001, Irak en 2004, Libia en 2011, ¿Es posible seguir considerándola una organización defensiva? Si la seguridad internacional se consideró indivisible después de la Segunda Guerra Mundial, ¿Por qué Estados Unidos se ha negado a reconocer y discutir las preocupaciones rusas en los últimos treinta años? Si desde 2015 la región de Donbass ha estado en guerra, lo que ha dejado entre 10.000 y 14.000 muertes, ¿Dónde estaba la ONU para detener las hostilidades? ¿Por qué la ONU no fue más activa en el cumplimiento de los acuerdos de Minsk?

Tal vez pensar en el pasado no tenga ningún interés en este momento de urgencia. Quizás sea más importante pensar en el futuro. La devastada Ucrania está arrastrando una crisis económica sin precedentes en Europa. ¿Y los ciudadanos rusos? Ciertamente están tan en contra de la guerra como los ciudadanos de otros países. Un grupo de científicos y periodistas científicos rusos acaba de emitir un comunicado extremadamente crítico sobre la invasión de Ucrania en el que se dice en un momento:

“No hay justificación racional para esta guerra. Los intentos de utilizar la situación en Donbass como pretexto para lanzar una operación militar no inspiran ninguna confianza. Está claro que Ucrania no representa una amenaza para la seguridad de nuestro país. La guerra contra ella es injusta y francamente insensata. Ucrania ha sido y sigue siendo un país cercano a nosotros. Muchos de nosotros tenemos familiares, amigos y colegas científicos que viven en Ucrania. Nuestros padres, abuelos y bisabuelos lucharon juntos contra el nazismo. Desatar una guerra en aras de las ambiciones geopolíticas de los líderes de la Federación Rusa, impulsada por dudosas fantasías histórico-filosóficas, es una cínica traición a su memoria.”[6]

En este momento, es casi cruel pensar en quiénes serán los ganadores de esta crisis. Algunos parecen obvios. Al igual que al final de la Segunda Guerra Mundial, la crisis económica en Europa significa un auge para la economía estadounidense. Entre los más beneficiados está sin duda la industria militar de varios países y, sobre todo, la de EEUU, teniendo a su disposición un nuevo campo de intensa militarización que le fue ofrecido por la trágica aventura de Putin. Y por la misma razón, los neoconservadores estadounidenses, que han dominado la política exterior de Estados Unidos desde el 11S, parecen estar teniendo una victoria después de tantos fracasos. La postura dura del presidente Zelensky, basada en tal desproporción de fuerza, ciertamente se basa en un impulso patriótico. Pero no me sorprendería si fueran los neoconservadores quienes le están aconsejando que no se rinda, agravando así el sufrimiento humano de los ucranianos. Saben que el tiempo corre contra Rusia y que esta es la oportunidad para el jaque mate final. Ironía de ironías, si Donald Trump hubiera ganado las elecciones, los estadounidenses podrían haber estado peor, pero paradójicamente el mundo podría haber estado más seguro. Por alguna razón, Trump era el candidato de Putin, interviniera este último o no en las elecciones estadounidenses.

En cuanto al futuro, dos notas parecen imponerse. La primera es sobre las consecuencias de la humillación rusa. Estados Unidos no estaba satisfecho con el fin de la Unión Soviética ni con ver a Mikhail Gorbachov haciendo el comercial de Pizza Hut en la televisión rusa en 1998. En las últimas tres décadas, ha estado humillando a Rusia, especialmente en los últimos años, cuando quedó claro que Rusia sería el aliado preferido de China, que, mientras tanto, surgió como el gran rival de Estados Unidos. Sin lugar a duda, China no se fortalece de esta crisis porque, al ser un imperio en ascenso, tiene un interés particular en la liberalización del comercio. Ciertamente los líderes chinos leyeron el Mare Liberum de Hugo Grocio publicado en 1609.  Pero la humillación de Rusia puede tener consecuencias impredecibles, especialmente para Europa.  En 1919, Alemania firmó el Tratado de Versalles con el que terminó la Primera Guerra Mundial. Un economista inglés de 35 años, John Maynard Keynes, abandonaba la conferencia de paz en protesta por las condiciones excesivamente punitivas impuestas por los aliados en Alemania.  Keynes predijo que las reparaciones exageradas y otras duras condiciones impuestas a Alemania conducirían al colapso de Alemania, lo que tendría graves consecuencias económicas y políticas en Europa y el mundo (The Economic Consequences of the Peace, publicado en 1919). Resultó ser profético.  Desafortunadamente, el mundo no parece tener un Keynes hoy.

La segunda nota se refiere al gobierno mundial. Después de la crisis de Ucrania, el mundo estará más polarizado que nunca entre Estados Unidos y China. EE.UU. continuará su declive histórico y aumentará su agresividad para asegurar zonas de influencia. Acaban de completar la conquista de Europa, una oferta de Putin. En el futuro, las regiones del mundo que, por la razón que sea, no quieran alinearse plenamente, tendrán más dificultades para lograrlo. La infame injerencia del cambio de régimen, que hasta ahora ha sido exclusiva de EE.UU., ahora ha sido desastrosamente intentada por Putin. ¿Hasta cuándo confiará China en el atractivo de sus propuestas para prescindir del cambio de régimen? Una de las razones que llevó a Estados Unidos al colapso de Yugoslavia fue la presencia, aunque tenue, del Movimiento de los No Alineados en Europa, un movimiento nacido en 1961, principalmente por iniciativa de países jóvenes que salían del colonialismo europeo (India, Indonesia, Egipto, Ghana) que propusieron seguir un camino de desarrollo propio, equidistante del capitalismo occidental y del socialismo soviético. En las próximas décadas se impondrá un movimiento con el mismo espíritu, y esta vez será entre el capitalismo de las multinacionales y el capitalismo del Estado chino.

Además, se impondrá el surgimiento de sujetos políticos globales que son portavoces de los intereses de las sociedades civiles y las comunidades a menudo olvidadas, abandonadas o desinformadas por los gobiernos cada vez más rehenes de los intereses económicos y financieros globales e imperiales. La ONU es una organización estatal, y el intento de Kofi Annan de hacerla más abierta a la sociedad civil ha fracasado. Después de la crisis de Irak y Ucrania, la ONU seguirá el camino del descrédito. Y esto solo se profundizará cuanto mayor sea su sumisión a los intereses geoestratégicos de EE.UU. Si vivimos permanentemente en guerra a pesar de que la gente común del mundo (excepto aquellos vinculados a la industria militar o ejércitos mercenarios) quieren vivir en paz, ¿No es hora de que tengamos una voz organizada y global que se haga escuchar? .

Traducción de Bryan Vargas Reyes

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*Académico portugués. Doctor en sociología, catedrático de la Facultad de Economía y Director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra (Portugal). Profesor distinguido de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE.UU) y de diversos establecimientos académicos del mundo. Es uno de los científicos sociales e investigadores más importantes del mundo en el área de la sociología jurídica y es uno de los principales dinamizadores del Foro Social Mundial. Articulo enviado a Other News por el autor, el 03.03.22

Fuente: https://www.other-news.info/noticias/todavia-es-posible-pensar-con-complejidad/