viernes, 10 de diciembre de 2021

La Tercera Vía O El Caballo De Troya_Boaventura De Sousa Santos

 


La Tercera Vía O El Caballo De Troya_Boaventura De Sousa Santos*

    La idea de la tercera vía tiene una larga historia, tan larga como la historia de las polarizaciones reales o imaginarias entre opciones políticas. Entre las versiones más conocidas de la tercera vía en los últimos ciento cincuenta años, se pueden distinguir las siguientes. Desde mediados del siglo XIX, la polarización entre capitalismo y socialismo se instaló en Europa. La primera versión de una tercera vía entre ambos polos es la doctrina social de la Iglesia proclamada en la encíclica Rerum Novarum del papa León XIII. La versión secular de esta tercera vía aparece después de la Primera Guerra Mundial (1914-18) y la Revolución rusa (1917). En ese momento, la polarización ya no era solo entre ideologías, sino entre programas concretos de transformación social. La polarización política en Europa era entonces entre el capitalismo liberal y el socialismo bolchevique. La tercera vía fue, en un primer momento, el socialismo democrático y, posteriormente, la socialdemocracia.

    A partir de la Conferencia de Bandung (1955), organizada por países recién salidos del colonialismo europeo (Egipto, India e Indonesia) y por movimientos de liberación anticolonial de África, la polarización fue entre los dos rivales de la Guerra Fría que surgió tras la Segunda Guerra Mundial: el comunismo soviético y el capitalismo europeo occidental y norteamericano. Los nuevos países reivindicaron un camino autónomo en relación con ambos extremos. La tercera vía fue el Movimiento de Países No Alineados y el «Tercer   Mundo». En la década de 1990, tras el colapso del bloque soviético, la polarización se dio entre la socialdemocracia europea, heredera del socialismo democrático, y el capitalismo liberal de Estados Unidos, globalizado bajo la designación de neoliberalismo. La tercera vía, formulada inicialmente (1997) por el líder del Partido Laborista inglés, Tony Blair, y su ideólogo, Anthony Giddens, consistió en conciliar los imperativos del neoliberalismo (privatizaciones, desregulación de la economía, sustitución de impuestos por deuda pública para financiar políticas sociales, que deberían reducirse al mínimo políticamente soportable) con algunas políticas sociales compensatorias. Para algunos, la tercera vía estaba a medio camino entre la izquierda y la derecha tradicionales, mientras que para otros la tercera vía estaba más allá de esa distinción. Apoyada en la última variante de la tercera vía, actualmente en Brasil se discute la propuesta de una tercera vía entre Bolsonaro y Lula, es decir, entre derecha e izquierda o, para algunos, entre extrema derecha y extrema izquierda.

    Lógicamente, las terceras vías no se entienden sin las polarizaciones en las que se basan, y estas pueden corresponder tanto a realidades polares concretas como a construcciones imaginadas de polarización. Por otro lado, las diferencias reales entre los polos pueden ser mucho menores que las que deben ser imaginadas para abrir espacio a la tercera vía.

    Históricamente, las terceras vías siempre fueron un modo de acomodarse al polo del que sus proponentes se sentían más próximos. Esta cercanía era muchas veces genuina, pero a menudo resultaba del cruce de imposiciones. León XIII estaba más cerca del capitalismo porque los socialistas eran ateos o agnósticos; los socialdemócratas alemanes ya habían mostrado su vocación nacionalista, opuesta al internacionalismo revolucionario, votando en 1914 a favor de los créditos para la guerra donde estalló la división en el movimiento obrero alemán (y luego europeo) entre partidos comunistas y partidos socialistas; los Países No Alineados se vieron obligados a refugiarse en el polo que dominaba en su zona de influencia, con la excepción de Cuba, que aceptó, más por necesidad que por elección, al bloque soviético mientras éste existió.

    El laborismo inglés y todos los partidos socialistas europeos que le siguieron habían abandonado hacía mucho tiempo cualquier idea socialista democrática y habían adoptado políticas de adaptación a las exigencias del capitalismo nacional y global. Y el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) había rechazado la lectura marxista de la sociedad en el Congreso de Bad Godesberg en 1969.

    A la luz de esta historia, la reciente tercera vía brasileña no ofrece sorpresas. Se basa en una polarización que es falsa o distorsionada. Es falsa en la medida en que Bolsonaro, a la vista de todo lo que hizo y dijo, y de las conclusiones de la CPI (Comisión Parlamentaria de Investigación), no es un candidato viable o, si es viable, no es mínimamente creíble; y en este caso la tercera vía pretendida por la derecha es de hecho una segunda vía disfrazada de tercera. Está distorsionada porque, por un lado, si es cierto que Bolsonaro representa una extrema derecha desquiciada, gran parte de su agenda político-económica corresponde a la agenda de la derecha y, por tanto, esta, al impulsar una tercera vía, está buscando un bolsonarismo sin Bolsonaro. Por otro lado, está distorsionada porque Lula da Silva no es ni nunca fue de extrema izquierda y, en el pasado, se articuló a menudo con la derecha por pensar (erróneamente, en mi opinión) que en Brasil hay una derecha capaz de poner la defensa de la democracia por encima de la defensa de sus intereses cuando están real o imaginariamente amenazados.

Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez

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*Académico portugués. Doctor en sociología, catedrático de la Facultad de Economía y Director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra (Portugal). Profesor distinguido de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE.UU) y de diversos establecimientos académicos del mundo. Es uno de los científicos sociales e investigadores más importantes del mundo en el área de la sociología jurídica y es uno de los principales dinamizadores del Foro Social Mundial.

Extraido de: https://www.other-news.info/noticias/la-tercera-via-o-el-caballo-de-troya/ 

martes, 16 de noviembre de 2021

EL PODER CRUDO Y EL PODER COCIDO (2ª PARTE) Por Boaventura de Sousa Santos


EL PODER CRUDO Y EL PODER COCIDO (2ª PARTE) 
Por Boaventura de Sousa Santos* 

La hiperdiscrepancia entre principios y prácticas En la columna anterior comencé a analizar la creciente prevalencia y mayor visibilidad del poder crudo con relación al poder cocido (https://www.other-news.info/noticias/el-poder-crudo-y-el-poder-cocido-1a-parte/), habiéndome centrado en una de las manifestaciones de este fenómeno: de la victoria sobre el adversario al exterminio del enemigo. En esta columna concluyo el análisis, ocupándome de la segunda manifestación: la hiperdiscrepancia entre principios y prácticas. 

La discrepancia entre principios y prácticas es quizás la mayor especificidad de la modernidad occidental. Cualquiera que sea el tipo de relaciones de poder (capitalismo, colonialismo y patriarcado) y los campos de su ejercicio (político, jurídico, económico, social, religioso, cultural, interpersonal), la proclamación de los principios y de los valores universales tiende a estar en contradicción con las prácticas concretas del ejercicio de poder por parte de quien lo detenta. Lo que en este ámbito es aún más específico de la modernidad occidental es el hecho de que esa contradicción pasa desapercibida para la opinión pública e incluso es considerada como no existente. Domenico Losurdo nos recuerda que los primeros presidentes de Estados Unidos, y en particular los grandes ideólogos y protagonistas de la revolución estadounidense (George Washington, Thomas Jefferson y James Madison), fueron dueños de esclavos. En la lógica del liberalismo no había ninguna contradicción. Los principios universales de libertad, igualdad y fraternidad eran aplicables a todos los seres humanos y solo a ellos. Pero los esclavos eran mercaderías, seres subhumanos. Existiría una contradicción si se les aplicaran los principios aplicables únicamente a los seres humanos. Este mecanismo de supresión de las contradicciones reside en lo que denomino línea abisal, una línea radical que desde el siglo XVI divide a la humanidad en dos grupos: los plenamente humanos y los subhumanos, siendo estos últimos el conjunto de los cuerpos colonizados, racializados y sexualizados. 

Si es cierto que la contradicción entre principios y prácticas siempre ha existido, ahora es más evidente que nunca. Destaco cuatro áreas en particular: 1) el Occidente en la nueva guerra fría; 2) el crecimiento global de la extrema derecha; 3) la lucha contra la corrupción; y, 4) la captura de bienes públicos, comunes o globales por parte de actores privados. 

1) El Occidente en la nueva guerra fría 

Las potencias rivales en la nueva guerra fría son Estados Unidos y China, cada una de las cuales cuenta con un aliado de peso: la Unión Europea, en el caso de Estados Unidos; y Rusia, en el caso de China. He argumentado que la rivalidad real es entre dos economías-mundo profundamente entrelazadas, pero con intereses opuestos a corto y mediano plazo: la economía-mundo del capitalismo de las empresas multinacionales promovida por Estados Unidos y la economía-mundo del capitalismo de Estado promovida por China. Como es bien sabido, no es así como la rivalidad se presenta en la opinión pública internacional controlada o influenciada por Estados Unidos. Se la presenta como rivalidad entre regímenes democráticos y regímenes autoritarios; entre la superioridad moral de los valores cristianos occidentales del individualismo, la tolerancia, la libertad y la diversidad, y los extremismos religiosos e ideológicos del Oriente. Esta formulación no deja de ser intrigante. Durante muchos siglos, los imperios occidentales se justificaron con valores universales que idealmente podrían y deberían ser adoptados por todos los países del mundo. El Imperio norteamericano fue el que llevó más lejos este expansionismo ideológico a través del concepto de globalización y la doctrina del neoliberalismo. Este expansionismo fue en gran parte responsable de la rápida integración de China en la economía mundial y en las organizaciones internacionales. Baste recordar la reubicación hacia China de buena parte de la producción industrial estadounidense durante los últimos treinta años. La lógica era, por tanto, la de construir un mundo globalizado, integrado en el capitalismo multinacional y servido por el capitalismo financiero global celosamente controlado por empresas estadounidenses. 

Hubo sin duda voces disidentes, como la de Samuel Huntington en su libro de 1996 sobre el choque de las civilizaciones, en el que se llamaba la atención sobre la futura amenaza de conflicto religioso entre el judaísmo y el cristianismo, por un lado, y el islamismo, el budismo y el hinduismo, por otro; y por la entrada en acción de actores no estatales. Esta tesis solo obtuvo mayor aceptación después del ataque a las Torres Gemelas en Nueva York el 11 de septiembre de 2001, pero no alteró en nada la cooperación económica con China, que continuó profundizándose y diversificándose. Solo en tiempos recientes China ha comenzado a emerger como el gran enemigo a derribar o neutralizar. La contradicción reside entre el expansionismo globalizador de las ideas en el período ascendente del Imperio norteamericano y la defensa del excepcionalismo occidental, de la especificidad ética de Occidente frente a un Oriente amenazador. La paradoja puede formularse así: la hegemonía occidental consistió en llevar la globalización y el capitalismo a todo el mundo como prueba de la superioridad de Occidente. Y ahora que países no occidentales han adoptado la globalización y la promovieron según sus propios intereses, Occidente retrocede en su impulso globalizador y se atrinchera en la defensa de una especificidad ético-religiosa que apenas disimula la constatación de haber sido superado por los países que siguieron con éxito su receta. El Occidente globalizado se defiende ahora como un Occidente localizado, lo que no deja de ser una prueba de decadencia a la luz de los criterios que el propio Occidente impuso al mundo a partir del siglo XVI. Recordemos que los pueblos indígenas de América Latina, al defender sus territorios y sus riquezas frente a los colonizadores, fueron considerados por el gran internacionalista español del siglo XVI, Francisco de Vitória, como violadores del derecho humano universal al libre comercio. 

2) El crecimiento global de la extrema derecha 

La contradicción entre principios y prácticas –el expediente siempre presente de adaptar los principios a lo que es considerado más conveniente o útil por las necesidades prácticas del momento– tiene una formulación particular en la extrema derecha. Hay que tener en cuenta que el crecimiento de la extrema derecha, a pesar de ser un movimiento global, asume especificidades muy acentuadas en diferentes contextos y países. Empero, creo que los siguientes rasgos son bastante comunes. Por un lado, parece llevar la contradicción al extremo cuando defiende en el plano económico el individualismo neoliberal más extremo, mientras que en el plano político, social y conductual impone un moralismo y un autoritarismo que apenas encajan con la autonomía individualista. Por otro lado, desencadena la contradicción misma entre principios y prácticas y justifica el poder crudo de las prácticas al demonizar los propios principios universales. Es en esta última dimensión donde la extrema derecha se afirma como una corriente reaccionaria y no simplemente conservadora. 

El caso es que mientras los conservadores defienden los principios de la Ilustración en la formulación que les dio la Revolución Francesa (libertad, igualdad y fraternidad), aunque privilegien el principio de libertad, los reaccionarios de la extrema derecha rechazan estos principios y defienden consecuentemente el colonialismo y la inferioridad de negros, indígenas, mujeres y gitanos; justifican el trabajo análogo al trabajo esclavo; se niegan a ver en los pueblos indígenas y afrodescendientes otra cosa que no sea comunidades de subhumanos a ser asimilados o eliminados; boicotean la democracia inclusiva y pretenden instaurar dictaduras o, en el mejor de los casos, democracias que se limiten a “nosotros” e impongan servidumbre a los “otros”; rechazan la idea del monopolio de la violencia legítima por parte del Estado y promueven la distribución y venta de armas a la población civil. 

A la luz de lo que mencioné anteriormente, no sorprende, aunque ni por ello sea menos perturbador, que uno de los principales centros de difusión de la ideología de extrema derecha tenga su sede en Estados Unidos y que sea en este país donde más grupos de extrema derecha existen, con más influencia sobre grupos similares en otras partes del mundo. 

3) La lucha global contra la corrupción 

La lucha global contra la corrupción es la versión más reciente de la lucha defensiva del Imperio estadounidense contra sus enemigos reales o imaginarios. Las anteriores fueron, en ese orden, la guerra contra el comunismo, la guerra contra las drogas y el narcotráfico, y la guerra contra el terrorismo. Las diferentes guerras se acumulan, aunque en cada momento tiende a dominar la más reciente. La guerra contra la corrupción es quizás la más problemática por ser aparentemente la más despolitizada. Aparte de los corruptos, es difícil imaginar que alguien esté a favor de la corrupción. No pretendo analizar aquí en detalle la guerra contra la corrupción. La lawfare, mencionada anteriormente, es una de las dimensiones de esta guerra. Solo cabe mencionar que la guerra contra la corrupción está organizada para ser selectiva y, en ese sentido, contiene en sí misma la contradicción con los principios que pretende defender. 

Esta nueva guerra tiene dos objetivos principales. Por un lado, busca defender los intereses de las multinacionales estadounidenses ante la creciente competencia de empresas rivales con sede en países aliados, empresas que, por su eficiencia, tienen condiciones para imponerse en la competencia a la luz de los criterios mercantiles dominantes. La guerra contra la corrupción tiene como objetivo neutralizar o eliminar a estas empresas (mediante multas astronómicas, procesos de liquidación, condena criminal de directores ejecutivos). Transmite la idea ilusoria de que las empresas estadounidenses son las menos corruptas cuando, en realidad, lo que sucede es que muchas de las actividades consideradas corruptas por empresas extranjeras están legalizadas en EE. UU. y son regularmente practicadas por empresas estadounidenses (por ejemplo, financiación sin límites ni escrutinio –dark money– de partidos o dirigentes políticos a cambio de ventajas o lobbies con miembros del Congreso). Además de involucrar una competencia jurídica extraterritorial muy problemática, la guerra contra la corrupción, especialmente en la forma selectiva en que se practica, contradice los principios de primacía de las leyes del mercado y del libre comercio que rigen la lógica global del capitalismo neoliberal. 

Por otro lado, como acontece en guerras anteriores, la guerra contra la corrupción adquiere especial intensidad a la hora de neutralizar a los enemigos políticos de Estados Unidos. Al contrario de lo que podría pensarse, no se trata de neutralizar dictadores, violadores de los derechos humanos y del Estado de derecho. Los enemigos políticos son todos los líderes políticos que defienden políticas consideradas perjudiciales para los intereses de las empresas multinacionales estadounidenses, especialmente cuando se trata del libre acceso a los recursos naturales de los países aliados. Cualquier político, por impecablemente democrático y respetuoso del Estado de derecho que sea, puede ser considerado un enemigo político y tratado como tal. 

Al igual que las guerras anteriores, la guerra contra la corrupción no busca solamente la neutralización de algunos políticos, sino también promover a políticos que velan por los intereses estadounidenses. El debilitamiento de los regímenes políticos y del propio Estado como resultado de estas guerras es un daño colateral. Como se vio en Afganistán, la intervención puede conducir a la construcción de Estados y de regímenes que no tienen la mínima sostenibilidad cuando les falta el apoyo imperial. Fue patético enterarse de la huida del presidente de Afganistán (con su equipaje lleno de dólares) tan pronto como Estados Unidos comenzó a salir del país que habían ocupado. 

4) La captura de bienes públicos, comunes o globales por parte de actores privados 

La captura de los bienes y objetivos comunes por poderosos intereses privados es una constante en las sociedades capitalistas, colonialistas y patriarcales en las que vivimos desde el siglo XVII. La captura cambia de forma e intensidad según los momentos históricos y los contextos sociales o políticos. La intensidad y el carácter explícito (o incluso glorificador) de esta captura son quizás los rasgos más característicos de las relaciones internacionales contemporáneas, y la ONU y sus agencias son los campos privilegiados de la captura. No viene al caso analizar los casos más antiguos de captura: el vaciamiento de las agencias de la ONU en el monitoreo económico internacional y su reemplazo efectivo por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, instituciones multilaterales donde dominan los intereses y criterios de las economías centrales y de los inversionistas y acreedores internacionales; o el caso de las políticas ambientales y de control climático que desde la década de los noventa han sido fuertemente influenciadas por las industrias que más afectan el clima, el sector industrial extractivista (empresas petroleras, mineras, etc.). Solo quiero mencionar los casos más recientes que, en mi opinión, llevan la captura a nuevos extremos y que, de paso, se intensificaron con la pandemia del COVID-19. Menciono tres casos a modo de ilustración. 

Especialmente durante los últimos veinte años, el Foro Económico Mundial (FEM), con sede en Davos, ha estado promoviendo la «Agenda de Davos». El objetivo es transformar los problemas políticos, sociales, económicos y ambientales que enfrenta el mundo –en gran parte causados por la acumulación capitalista desenfrenada–, en problemas técnicos y oportunidades para nuevos negocios, como por ejemplo el capitalismo digital, la economía verde o la transición energética. La lucha ideológica fundamental del FEM consiste en sacar de escena cualquier idea creíble de alternativa real a la gravísima crisis ecológica y social que enfrenta el mundo. Esa alternativa existe y circula entre la juventud y los movimientos sociales del mundo. Es la transición urgente a una sociedad poscapitalista, posracista y possexista, basada en la idea de que la naturaleza no nos pertenece, nosotros pertenecemos a la naturaleza. Después de la pandemia, la «Agenda de Davos» asumió una nueva versión: el «Great Reset», el «Gran Recomienzo». Esta nueva versión lleva aún más lejos la captura privada del futuro común, pues busca subordinar las instituciones multilaterales a las decisiones de organizaciones secretas y no sujetas a ningún escrutinio público, controladas por un grupo restringido de las mayores corporaciones y de la élite superrica. Es de estos centros de decisión, sin ningún control ciudadano ni democrático, de donde deben surgir los comandos decisivos para las políticas de los gobiernos (democráticos o no democráticos, una alternativa cada vez menos relevante) y para las instituciones de la ONU de las próximas décadas. 

El segundo caso de captura ocurre en el ámbito de la salud y ha adquirido una nueva intensidad con la pandemia. El «teatro de operaciones» es la Organización Mundial de la Salud. Para evaluar la dimensión de la captura basta con tener en cuenta que, durante el período en el que Estados Unidos (presidencia de Donald Trump) abandonó la OMS, la Fundación Bill y Melinda Gates se convirtió en el mayor financiador de esta institución. Esto es solo la punta del iceberg de la creciente preponderancia de la élite superrica y de las grandes corporaciones en la gestión de los bienes públicos globales (como es el caso de la salud). En el mismo ámbito es igualmente conocida la influencia de las grandes empresas farmacéuticas (el Big Pharma, siendo las cinco más grandes, según el criterio de capitalización bursátil, Johnson & Johnson, Roche, Pfizer, Eli Lilly y Novartis). Esto explica que, a pesar de la gravedad de la crisis pandémica que atraviesa el mundo, no ha sido posible suspender los derechos de propiedad intelectual (patentes) sobre la producción de vacunas. Tal suspensión sería fundamental para vacunar rápidamente a toda la población mundial, única forma de garantizar la protección global contra el virus. A pesar de haber creado un movimiento mundial a favor de la vacuna popular, prevaleció la vacuna capitalista. 

El tercer caso ocurre en otro campo decisivo para el bienestar de la población mundial, la alimentación. En este ámbito, en la ONU se han enfrentado dos visiones opuestas: la de la Vía Campesina, que agrupa a cientos de organizaciones y alrededor de 200 millones de campesinos, trabajadores rurales y pequeños agricultores; y la visión de las grandes empresas agroindustriales apoyadas por el Foro Económico Mundial y, más recientemente, por la Fundación Gates a través de su iniciativa «Revolución Verde para África» (AGRA, por sus siglas en inglés). La Vía Campesina aboga por la soberanía alimentaria: alimentación saludable, reforma agraria, derecho de los campesinos al control de sus territorios, semillas y agua, y la promoción de la agroecología. A su vez, el FEM y AGRA defienden la seguridad alimentaria, promoción de semillas genéticamente modificadas e híbridas, uso de fertilizantes químicos, subsidios a grandes empresas agroindustriales. Estas dos propuestas, que contraponen los intereses de los campesinos pobres a los intereses del gran capital agroindustrial, han estado en conflicto durante muchos años en la ONU y en la opinión pública mundial. Lamentablemente, todo indica que la propuesta agroindustrial terminó por prevalecer en la ONU, a juzgar por la Cumbre de Sistemas Alimentarios organizada por la ONU en Nueva York el pasado mes de septiembre. En esta Cumbre, el secretario general de la ONU anunció la asociación estratégica entre la ONU y el FEM para «resolver el problema del hambre en el mundo». 

El poder crudo y la democracia 

La prevalencia y la mayor visibilidad del poder crudo sobre el poder cocido –el creciente llamado a la eliminación del enemigo interno y la hiperdiscrepancia entre principios y prácticas– representa un desafío decisivo para la democracia. La democracia liberal siempre fue una de las expresiones fundamentales del poder cocido en las sociedades capitalistas, colonialistas y patriarcales. Por eso la democracia liberal se redujo al espacio público, dejando todos los demás espacios de relaciones sociales, como la familia, la comunidad, los negocios, el mercado y las relaciones internacionales, en manos del poder más o menos despótico del más fuerte, lo que llamé fascismo social. De ahí mi conclusión de que mientras existan el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado, estamos condenados a vivir en sociedades políticamente democráticas y socialmente fascistas. Sin embargo, se debe tener en cuenta que, aunque limitada, la democracia liberal no es una ilusión. Especialmente en los últimos cien años, la existencia de la democracia en el espacio político ha permitido la adopción de políticas públicas en materia de protección social (salud, educación, bienestar público) y derechos laborales, sociales y culturales que se tradujeron en importantes conquistas y mejoras concretas en la vida de las clases populares y grupos sociales sometidos a la dominación capitalista, racista y sexista. En otras palabras, en su mejor expresión, la democracia liberal ha hecho posible disminuir la brutalidad del poder crudo del fascismo social. 

La prevalencia actual del poder crudo trae consigo un pésimo presagio y un enorme desafío para la democracia liberal. En la raíz del poder crudo contemporáneo están el neoliberalismo y la extrema derecha, una mezcla tóxica que está llegando al núcleo mismo de la democracia liberal, los derechos civiles y políticos, después de haber reducido al mínimo la protección social y los derechos sociales. Es un proceso de destrucción de la democracia, a veces lento y otras rápido, que va inyectando componentes y lógicas dictatoriales en la práctica concreta de los regímenes democráticos. Está surgiendo un nuevo tipo de régimen político, un régimen híbrido que combina discursos y prácticas dictatoriales (apología de la violencia, creación caótica y oportunista de enemigos, insulto impune a los órganos soberanos electos, desobediencia activa de las decisiones judiciales, llamado a la intervención golpista de las Fuerzas Armadas) con prácticas democráticas. ¿Un monstruo? Una cosa es cierta: la democracia liberal no es la democracia real, pero es una condición necesaria (aunque no suficiente) para lograr la democracia real. 

Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez 

 *Académico portugués. Doctor en sociología, catedrático de la Facultad de Economía y Director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra (Portugal). Profesor distinguido de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE.UU) y de diversos establecimientos académicos del mundo. Es uno de los científicos sociales e investigadores más importantes del mundo en el área de la sociología jurídica y es uno de los principales dinamizadores del Foro Social Mundial.

Fuente: https://www.other-news.info/noticias/el-poder-crudo-y-el-poder-cocido-2a-parte/

EL PODER CRUDO Y EL PODER COCIDO (1ª PARTE) Por Boaventura de Sousa Santos

 

EL PODER CRUDO Y EL PODER COCIDO (1ª PARTE) 
Por Boaventura de Sousa Santos* 
 
Inspirándome libremente en uno de los binarismos que subyacen a las Mitológicas de Lévi-Strauss, sugiero que las formas de poder que dominan en las sociedades tienden a tener una versión cocida y una versión cruda. Las dos versiones implican diferentes formas de ejercicio del poder y plantean cada una de ellas diferentes tipos de resistencias y de resistentes. Al contrario de lo que la metáfora culinaria podría sugerir, no existe una secuencia necesaria entre lo crudo y lo cocido. Ambas versiones coexisten, pueden activarse de forma alternativa o conjunta, y el dominio relativo de una u otra depende de los contextos sociales, económicos, políticos y culturales en los que se lleva a cabo el ejercicio del poder. 

De entrada, conviene definir qué entiendo por poder: poder es la capacidad de alguien (persona, grupo, idea, entidad) de afectar la existencia de otro sin ser afectado por este, o serlo de forma subjetiva u objetivamente considerada menos intensa. Cuanto mayor es el desequilibrio entre la capacidad de afectar y ser afectado, más intensa o brutal es la forma de poder y mayor es la desigualdad entre las partes. Por tanto, la brutalidad no es una forma extrema de poder, sino una dimensión siempre presente en cualquier forma de poder. La versión cocida es la versión que mezcla la fuerza bruta del poder con ingredientes, condimentos y elaboraciones que lo disfrazan y le confieren diferentes sabores, vestimentas y maquillajes. No se trata de disfraces en el sentido común del término, algo externo y accesorio que no interfiere en la “esencia de la cosa”. Por el contrario, los disfraces del poder cocido son constitutivos porque este es siempre el resultado de la fuerza bruta y de todo lo que se invierte en la cocción. El poder crudo es el poder que se ejerce con plena exhibición de la fuerza bruta. Esto no quiere decir que no tenga sabores, ropaje o maquillaje. Lo que ocurre es que estos se utilizan para enfatizar la brutalidad, la crudeza del poder crudo. Es como si la forma de vestirse del poder fuese aparecer desnudo. Las dos formas de poder recurren a diferentes instrumentos para su ejercicio y a diferentes narrativas y retóricas para justificarse. Mientras que el poder cocido se justifica con argumentos que no tienen nada que ver con el poder, el poder crudo quiere que su ejercicio sea su justificación. 
 
Como mencioné, es característico del poder cocido presentarse a partir de acciones, formas e ideologías de no poder: principios universales, salvación o beneficio potencial de todos, búsqueda de la verdad, virtud, pureza, belleza, cooperación, solidaridad, reciprocidad, hermandad en la lucha por los bienes comunes o contra enemigos comunes. Las instituciones que lo promueven tienden a constituirse de acuerdo con lógicas organizativas que idealmente no se ven afectadas por diferencias de poder. Las dos lógicas fundamentales son la burocracia y la retórica. La burocracia es la lógica de la racionalidad instrumental que opera por reglas o normas (escritas) a las que todos están sujetos. La retórica es la lógica de la argumentación que no pretende imponer nada a nadie. Solo busca persuadir o convencer. Hay diferencias de poder argumentativo, pero convergen en resultados mutuamente aceptados. 

El poder crudo se ejerce y se presenta de maneras que acentúan la fuerza bruta cuya justificación radica en su propio ejercicio y en la devastación que causa. Lejos de ocultar esta devastación, la exhibe y, a través de ella, exalta, idealmente por exceso, las diferencias de poder. Cuando esta exhibición puede ser contraproducente, la disculpa de maneras que minimizan el daño o la responsabilidad, como errores técnicos, falsos positivos, daños colaterales, zonas de sacrificio, «manzanas podridas». La lógica organizativa que preside el ejercicio del poder crudo es la violencia, el ejercicio incondicional de la fuerza ya sea física (guerra, asesinato, incendio, saqueo, tortura física, mutilación) o psíquica (“tortura sin tacto”, “técnicas avanzadas de interrogatorio”, discursos de odio, amenazas), funcional (trabajo esclavo) o estructural (racismo, sexismo). 

Ambas formas de ejercicio del poder condicionan la resistencia de los afectados. La dificultad relativa de la resistencia depende, en primera instancia, del grado de desigualdad entre quienes tienen poder y quienes no lo tienen o entre quienes tienen más poder y los que tienen menos poder. Pero las formas de resistencia al poder cocido y al poder crudo varían sustancialmente: diferentes formas de lucha, diferentes ideologías, así como diferentes protagonismos por parte de diferentes tipos de resistencias y de alianzas entre ellas. La resistencia al poder cocido tiene que ser cocida, al igual que la resistencia al poder crudo tiene que ser cruda. 
 
Las dos formas de ejercicio del poder tienden a estar presentes en cualquier campo (económico, social, político o cultural), escala (interpersonal, local, nacional, global) o tiempo histórico (pasado, presente). En este texto, analizo algunas dimensiones del poder político contemporáneo. 

Imperios 

Por imperio entiendo el espacio geopolítico constituido por varios países, formalmente independientes o no, subordinados, en su totalidad o sustancialmente, a un determinado país dominante, el país imperial. Los imperios siempre han constituido formas de poder complejo en las que se mezclaban el poder cocido y el poder crudo. Pero el dominio relativo de ambas versiones varió mucho a lo largo del tiempo. En los primeros momentos de los imperios casi siempre dominó el poder crudo, pero las exigencias de sostenibilidad requerían rápidamente la presencia de poder cocido. Debido a su lógica expansionista, los imperios difícilmente coexistían entre sí y, por ello, tendían a sucederse a lo largo del tiempo. Cuando coexistían, un determinado imperio tenía que acomodarse o subordinarse a otro. Fue el caso del Imperio portugués que, desde el siglo XVIII, sobrevivió subordinado al Imperio británico. 

Para limitarme a la época moderna (siglo XV y siguientes), podemos identificar los siguientes imperios, cada uno de ellos con sus versiones cocidas. La fuerza bruta que los animaba siempre estuvo disfrazada de principios universales, es decir, ideas o valores cuya vigencia supuestamente beneficiaba a todos. La versión cocida de los imperios portugués y español fue la propagación de la cristiandad y de la salvación de la que esta era portadora; en el caso del Imperio británico, fue el libre comercio y el progreso; en el caso del Imperio francés, fueron, después de la Revolución francesa, los principios revolucionarios y los derechos humanos; en el caso del Imperio soviético, fue el hombre nuevo, el socialismo y el comunismo; y, por último, en el caso del Imperio estadounidense (sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial), fue la democracia, los derechos humanos y la primacía del derecho. Hoy se discute si está surgiendo o no otro imperio, el Imperio chino, que reemplazaría al Imperio estadounidense. De ser así, la versión cocida del Imperio chino probablemente será el desarrollo económico y tecnológico, la iniciativa de la Franja y la Ruta de la Seda. La nueva Guerra Fría entre Estados Unidos y China parece presagiar precisamente una nueva guerra entre imperios. En cualquier caso, en buena parte del mundo (en la que se inscribe aquella desde la que escribo) domina el Imperio estadounidense, del que me ocupo con más detalle. 

Lo crudo y lo cocido estadounidense y la democracia 

Los análisis del declive del Imperio estadounidense son cada vez más numerosos y convincentes. Una de las fuentes más fiables es probablemente el Consejo Nacional de Inteligencia vinculado a la CIA, considerado el centro analítico más importante de Washington. Cada cuatro años viene publicando sus análisis sobre las «tendencias globales» y son cada vez más insistentes las referencias a la próxima primacía mundial de la economía china (¿2030?) y las implicaciones que ello puede tener para el mundo y, sobre todo, para EE. UU., cuya superioridad militar continuará, pero cuya eficacia se pone cada vez más en tela de juicio (véase la salida de Irak impuesta por este país y la caótica retirada del Afganistán). Más que la futurología sobre la nueva Guerra Fría, interesa analizar los cambios en curso del poder imperial estadounidense, porque son los que tienen mayor impacto en la vida de los países sujetos a él y especialmente en el régimen político que todavía domina en EE. UU, la democracia. 

El cambio más notorio es el predominio cada vez más visible del poder crudo sobre el poder cocido. No se trata de afirmar que, contrariamente a lo que sucedía antes, el poder crudo prevalece hoy a escala global e inequívocamente sobre el poder cocido. Realmente creo que las dos formas de poder siempre han estado presentes y que en diferentes partes del mundo el poder crudo siempre ha prevalecido (que lo digan Centroamérica y América Latina a lo largo del siglo XX o el Vietnam de las décadas de 1960 y 1970). Se trata de constatar que la forma de poder crudo parece ser globalmente dominante hoy en día y sobre todo más visible. Hay dos formas mediante las que esta visibilidad se hace más evidente: por un lado, el pasaje de la victoria sobre el adversario al exterminio del enemigo y, por otro, la hiperdiscrepancia entre principios y prácticas. 

De la victoria sobre el adversario al exterminio del enemigo 

El exterminio de enemigos políticos siempre ha sido una de las armas elegidas por los gobiernos dictatoriales. En los últimos tiempos, los casos del nazismo y el estalinismo están bien documentados. En el último caso, la tara homicida parece haber continuado incluso después del fin del estalinismo y del fin del régimen soviético, como lo ilustra el asesinato por envenenamiento del exespía ruso Alexander Litvinenko en Londres en noviembre de 2006 por parte de agentes del Kremlin, según lo confirmado por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos en 2021. 

Particularmente preocupante e intrigante es el recurso a la liquidación de opositores políticos en regímenes democráticos que, a pesar de las convulsiones y contradicciones, han prevalecido en el campo de la hegemonía estadounidense. Se estima que el declive del Imperio estadounidense comenzó o se hizo más evidente a partir de 2003 con la invasión de Irak y la guerra contra el terrorismo. La idea de la superioridad global del capitalismo al combinar la promesa del desarrollo global con la promesa de libertad (una combinación que el modelo soviético no pudo lograr) se vino abajo y fue reemplazada por la defensa nacionalista y unilateral de Estados Unidos contra enemigos externos e internos. 

La convivencia conflictiva con reglas pactadas entre adversarios políticos, que es la esencia de la democracia, fue reemplazada paulatinamente por la idea de la urgencia de exterminar al enemigo, ante la cual el fin justifica los medios. Y los medios pasaron a ser las distintas formas de violencia, tanto legales (el derecho penal del enemigo) como ilegales (la contrainsurgencia), tanto físicas como de otro tipo. Insisto, este no fue un cambio de 360 ​​grados, fue una inflexión significativa que repercutió en las más diversas formas de acción política, no solo de Estados Unidos, sino también de sus aliados. La creciente confusión entre enemigo externo y enemigo interno ha llevado al endurecimiento del derecho penal (límites al derecho de defensa, aumento de la punitividad), a la creciente militarización de la policía y al uso del ejército para restablecer el “orden interno”. Dados los obstáculos a la acción violenta del poder crudo contemplados en los tratados internacionales de derechos humanos en escenarios de guerra (a saber, los Convenios de Ginebra), se inventaron formas de guerra no convencionales, las guerras irregulares, se alentó la creación de fuerzas paralelas ilegales para actuar en articulación con las fuerzas armadas, como milicias y grupos paramilitares (por ejemplo, en Colombia), y se extendió el recurso a ejércitos mercenarios con los mismos objetivos de burlar los organismos internacionales de defensa de los derechos humanos. 

La violencia del poder crudo se ejerce hoy de muchas maneras que pueden o no implicar violencia física. La neutralización o cancelación, como se diría hoy, de adversarios políticos se ha convertido en una medida común ejecutada por agencias nacionales o extranjeras, recurriendo a escuchas ilegales, noticias falsas, amenazas, discursos de odio. En los últimos diez años, la neutralización de políticos considerados hostiles a los intereses estadounidenses cuenta con nuevas armas, como los llamados “golpes blandos”, supuestamente llevados a cabo en el marco de la normalidad democrática, y la lawfare, la manipulación burda del sistema judicial (casi siempre con el apoyo militante de los medios de comunicación hegemónicos) para lograr objetivos políticos específicos, de los que la Operación Lava Jato en Brasil es hoy el ejemplo más infame a escala mundial. 

Cuando la neutralización no fue posible o suficiente, se recurrió al asesinato de líderes políticos, militares y sociales. La implicación de la CIA en el asesinato de líderes políticos es de sobra conocida, desde Patrice Lumumba, el primer jefe de gobierno elegido democráticamente en la República Democrática del Congo, asesinado en 1961, hasta el proyecto de asesinato de Julian Assange, aparentemente en vigor desde al menos 2017. También se conocieron los múltiples y, en ocasiones, rocambolescos intentos de asesinar a Fidel Castro. Parece justo afirmar que cuanto más íntima es la alianza con Estados Unidos, más común ha sido el recurso al asesinato de opositores políticos. Estos son los casos, entre otros, de Colombia, Israel y Arabia Saudita. En Colombia, a pesar del fin formal de la violencia política con la firma de los Acuerdos de Paz con el grupo guerrillero más importante (FARC) en La Habana, en 2016, han sido asesinados 1.237 líderes sociales desde entonces, incluidos 348 líderes indígenas y 86 líderes afrodescendientes. Además, fueron asesinados 295 excombatientes, guerrilleros que iniciaban o reanudaban la vida civil en cumplimiento de los Acuerdos de Paz. El 18 de septiembre de este año, el nada sospechoso New York Times informaba del asesinato, a través de algún tipo de sofisticado control remoto, de otro científico nuclear iraní, Mohsen Fakhrizadeh, perpetrado por el Mossad, los servicios secretos israelíes, aparentemente con el conocimiento previo del presidente Donald Trump. Fue solo el último ejemplo de terrorismo de Estado por parte de Israel. De hecho, siguió el ejemplo de Estados Unidos, cuyos servicios secretos habían asesinado, el 3 de enero de 2020, mediante drones, a uno de los generales iraníes más respetados, Qasem Soleimani. En el caso de Arabia Saudita, el asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi en 2018 por agentes del príncipe Mohammed bin Salman fue particularmente conocido. 

En el periodo de mayor visibilidad del poder crudo en el que vivimos, quizás se deba tener en cuenta el análisis del conocido historiador Alfred McCoy, según el cual, dado el historial de acciones desestabilizadoras de la CIA, un país aliado de EE. UU. se encuentra en una posición más vulnerable y peligrosa que un país enemigo. De hecho, a lo largo de muchas décadas, la CIA mostró grandes dificultades para desestabilizar países como la Unión Soviética, China, Corea del Norte o Vietnam, pero fue muy eficaz para desestabilizar gobiernos de países que, siendo aliados, quisieron reclamar en algún momento cierta autonomía en relación con los intereses geoestratégicos estadounidenses. Siempre que los conflictos eran intensos y los resultados inciertos, las acciones desestabilizadoras tendían a ser ambiguas y engañosas (mensajes contradictorios a las partes en conflicto) para asegurar la prevalencia de los intereses estadounidenses, cualquiera que fuera la parte victoriosa. Por otro lado, esta experiencia debe ser tomada especialmente en cuenta por los políticos en la órbita del Imperio estadounidense en la situación política internacional actual. 

Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez 
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 *Académico portugués. Doctor en sociología, catedrático de la Facultad de Economía y Director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra (Portugal). Profesor distinguido de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE.UU) y de diversos establecimientos académicos del mundo. Es uno de los científicos sociales e investigadores más importantes del mundo en el área de la sociología jurídica y es uno de los principales dinamizadores del Foro Social Mundial. Artículo enviado a Other News por la oficina del autor/p>

Fuente: https://www.other-news.info/noticias/el-poder-crudo-y-el-poder-cocido-1a-parte/

domingo, 29 de agosto de 2021

Colonialismo y epistemología de la ignorancia: una lección afgana. BOAVENTURA DE SOUSA SANTOS

 


Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez


La retirada abrupta y caótica de Estados Unidos de Afganistán a mediados de agosto ha copado los noticiarios de todo el mundo. Los principales temas tratados han ido variando, pero los siguientes son dominantes: humillación para EE. UU. y sus aliados europeos; repetición de la retirada de Vietnam en 1975; misión cumplida según EE. UU., misión fallida según los aliados en voz de Ángela Merkel; la huida desesperada de los afganos que colaboraron con los aliados; el peligro inminente para los derechos de las mujeres si se impone la sharía según la interpretación del islam por parte de los talibanes; más de dos billones de dólares gastados en una misión contra los terroristas para que, veinte años después, entren triunfalmente y sin ninguna resistencia en el palacio presidencial, pero ahora ya no como terroristas, sino como una fuerza política con la que los EE. UU., la principal fuerza militar en Afganistán, firmó un acuerdo en febrero de 2020, tras más de un año de negociaciones en Doha. Como resultado de ese acuerdo, EE. UU. se comprometió a retirar las fuerzas militares en un plazo de catorce meses, un hecho que pasó inadvertido para muchos porque el acuerdo ocurrió cuando estalló la pandemia de la COVID-19.

Todo esto es dramático, además de incomprensible. Como la superficialidad de la espuma de las noticias es para ver y no para entender, nos dice poco sobre la profunda turbulencia que la provoca. La comprensión exige en este caso un retroceso histórico y una crítica epistemológica. En otras palabras, debemos retroceder en el tiempo y reevaluar la historia a la luz de una epistemología que nos permita conocer el lado de la historia que se ha ocultado y que ahora es precioso para entender lo sucedido en Afganistán. Intentaré mostrar que hay continuidades intrigantes con todo lo que ha sucedido y cómo fue narrado en el mundo eurocéntrico a partir del siglo XVI con la expansión colonial.

Encubrimiento de la verdad

La expansión marítima europea desde el siglo XV en adelante fue legitimada por el deseo y la misión de propagar la fe cristiana. La Iglesia católica fue una presencia constante y decisiva. Bajo su égida, los territorios del "Nuevo Mundo" se repartieron entre Portugal y España y fue también ella quien legitimó la sumisión de los indios declarando en 1537 (en la bula Sublimis Deus promulgada por el papa Pablo III) que los indios eran seres humanos con alma y, por tanto, seres no solo necesitados, sino también capaces de ser evangelizados. Sin poner en cuestión la buena fe de los miles de misioneros que participaron en la misión de salvar a los indios en el otro mundo, sabemos bien que el objetivo principal de esta misión era mucho más práctico y mundano: la salvación en este mundo de los europeos a través de la prosperidad económica que provendría del acceso a las riquezas naturales del Nuevo Mundo. Como mínimo, resulta muy dudoso que la misión evangelizadora haya sido beneficiosa para los indios, pero no cabe duda de que la misión de saquear las riquezas permitió el desarrollo del que hoy presume el mundo eurocéntrico del Atlántico Norte.

De manera similar, según las autoridades estadounidenses, Estados Unidos invadió Afganistán para neutralizar el terrorismo del que habían sido víctimas tan salvajemente con el ataque a las Torres Gemelas en 2001. Dado que Osama bin Laden fue abatido, la misión se cumplió. La verdad es diferente. Los terroristas que atacaron las Torres Gemelas procedían de cuatro países: quince eran ciudadanos de Arabia Saudita, dos eran de los Emiratos Árabes Unidos, uno era libanés y otro era egipcio. Ninguno de ellos de Afganistán. Bin Laden, el líder de Al Qaeda, él mismo saudí, estuvo años escondido, no en este país, sino en Pakistán y, de hecho, muy cerca de la Academia Militar pakistaní. El interés de Estados Unidos en intervenir en Afganistán se remonta a la década de 1990 y se justificó por la necesidad de construir y proteger el oleoducto que, desde Turkmenistán a la India, pasando por Afganistán y Pakistán, resolvería las carencias de energía del sur de Asia (gasoducto conocido como TAPI, por las iniciales de los países involucrados). Fue el mismo motivo de siempre: garantizar el acceso a los recursos naturales y, en tiempos más recientes, evitar el control de China y Rusia. Por ello, al tiempo que se desencadenaba una violencia macabra (alrededor de 200.000 afganos asesinados entre militares y civiles), se gastaban millones de dólares, gran parte de ellos devorados por la corrupción, y supuestamente se eliminaba a los talibanes, se mantenían negociaciones (primero secretas y luego oficiales) con algunos grupos talibanes. Por tanto, es ridículo hablar de misión cumplida en la lucha contra el terrorismo. La misión parcialmente cumplida es el acceso a los recursos naturales, pero incluso esta se logró gracias a la intermediación de la India y Pakistán y sin comprometer el acceso al gas por parte de China y Rusia.

Por otro lado, en contra de los intereses estadounidenses, es China la que emerge como la ganadora de la crisis afgana al asegurar la continuidad de la gran inversión, la nueva ruta de la seda en Asia Central. Desde 1945, Estados Unidos acumula derrotas militares, propaga la muerte de la manera más terrible y nunca ha sido capaz de estabilizar gobiernos amigos. La humillante salida de Vietnam en 1975, la desastrosa intervención en Somalia en 1993-94, la no menos humillante retirada de Irak en 2011 y la destrucción de Libia en 2011. Pero casi siempre logran garantizar el acceso a los recursos naturales, la única misión que importa cumplir.

La ignorancia como estrategia de dominación

La expansión colonial comenzó como un salto hacia lo desconocido. Una vez dado el salto, lo que se quiso conocer sobre los pueblos y países invadidos era justo lo que facilitase la invasión. La perspectiva de penetración, saqueo, eliminación/asimilación se superponía a todo lo demás en la inversión cognitiva realizada por los colonizadores. Todo lo que chocaba con esta perspectiva fue considerado como no existente (civilización/cultura), irrelevante (técnica), atrasado o peligroso (canibalismo, supersticiones). Se produjo así una inmensa sociología de las ausencias. Con el tiempo, las exigencias de siempre (la dicha perspectiva) obligaron a una inversión cognitiva más sofisticada, pero todo ello siempre estuvo orientado hacia los mismos objetivos de dominación. Surgieron así la antropología colonial, la medicina tropical, la historia colonial, el derecho colonial, etc.

El desconocimiento occidental de Afganistán es asombroso. En un artículo publicado en 2015 en el Wilson Center, titulado America’s shocking ignorance of Afganistan, Bejanmin Hopkins muestra que las políticas occidentales sobre Afganistán todavía se basan hoy en las ideas contenidas en un libro del primer embajador británico en el reinado de Afganistán, Mountstuart Elphinstone, publicado en 1815. El autor había leído las narrativas de Tácito sobre las tribus germánicas y fue sobre esta base y los recuerdos de los clanes de su Escocia natal que construyó todas las ideas de la sociedad tribal afgana. Según Hopkins, el mapa etnolingüístico militar del ejército de EE.UU. es hoy poco más que una actualización del mapa contenido en el texto de 1815. Por tanto, se asumió que el problema de Afganistán no era político sino etnocultural y que la cultura tribal era responsable del extremismo y la corrupción. Por supuesto, el problema no está en destacar la importancia de la cultura, sino en tener una concepción ahistórica y estereotipada de la misma. La ignorancia de la realidad afgana fue fundamental para concebir a los afganos como receptores pasivos de las políticas occidentales, del bloque soviético o de la OTAN. Los "expertos" en Afganistán eran expertos... en terrorismo. El reduccionismo tribal no ha permitido ver que la sociedad afgana es hoy también una sociedad de refugiados y globalizada. Pero permitió justificar todo tipo de intervenciones que resultaron en trágicos fracasos.

La desespecificación del otro

Hoy sabemos que la complejidad de las sociedades encontradas por los colonizadores era diferente a la que estos atribuían a sus sociedades de origen y que, en consecuencia, se caracterizaron como sociedades simples, sin estructuras e instituciones políticas. El privilegio de caracterizar y de nombrar al otro es quizás la manifestación más genuina del poder colonial. En el juego de espejos que construyó este privilegio, los pueblos colonizados fueron descritos a lo largo del tiempo como salvajes, primitivos, atrasados, holgazanes, sucios, subdesarrollados. El supuesto de estas caracterizaciones es que agotan lo relevante que debe ser conocido sobre los caracterizados. Así, promueven y disfrazan la desespecificación de sus objetos. Sobre la base de esta política de nominación, las políticas coloniales durante siglos encontraron una fácil justificación.

Desde la última invasión de Afganistán, los afganos fueron divididos por los invasores en dos categorías: terroristas y víctimas. Sobre esa base fueron documentados, vigilados y bombardeados. En ningún momento (excepto para proteger el acceso a los recursos naturales) se les podría considerar como interlocutores válidos o como poblaciones y generaciones con aspiraciones y necesidades diferenciadas. Siguiendo estas premisas, lo que se promovió fue el conocimiento sobre los afganos, nunca el conocimiento con los afganos. La producción activa de ignorancia fue fundamental para justificar las definiciones, representaciones y teorizaciones que sustentaban las políticas de intervención. Afganistán fue visto como un enorme depósito de terrorismo. Y en la guerra contra el terrorismo solo interesa identificar y eliminar terroristas. Todo lo demás es "collateral damage". Al igual que en el proyecto colonial, lo importante fue evitar que los afganos caracterizaran a su país en sus propios términos y reivindiquen un futuro acorde con sus aspiraciones.

Know-how tecnológico contra la sabiduría

El conocimiento tecnológico se basa en la comprensión y transformación de la realidad a partir de fenómenos que se observan sistemáticamente y con desprecio e ignorancia por fenómenos no observados. Lo que desde el siglo XVIII se considera progreso social es un producto del conocimiento tecnológico. La sabiduría no se opone necesariamente al conocimiento tecnológico, sino que lo subordina a la comprensión y promoción del valor de la vida, tanto individual como colectiva, para lo cual es necesario tener en cuenta tanto los fenómenos observados como los no observados. El conocimiento occidental, sobre todo cuando estaba al servicio de la expansión colonial, fue siempre un conocimiento tecnológico militantemente contrario a la idea de sabiduría. Las consecuencias de esto son claramente evidentes en los epistemicidios (la destrucción del conocimiento de los colonizados), lingüicidios y genocidios cometidos a lo largo de los siglos.

En Afganistán, el vértigo tecnológico ha llegado a su paroxismo, dejando más de 200.000 muertos en el terreno y una plétora de nuevos expertos en nuevas tecnologías de destrucción. Una de las áreas más macabras son los drones. En un texto titulado Damage Control: the unbearable whiteness of drone work", publicado el 16 de marzo de 2021 en la revista Jadaliyya, Anila Daulatzai y Sahar Ghumkhor muestran cómo los afganos, al igual que los somalíes, yemeníes, iraquíes y sirios, son caracterizados por la nueva especialidad científica interdisciplinaria, la "cultura de los drones". Esta disciplina "explora las culturas de los drones desde múltiples perspectivas y prácticas con el objetivo de generar diálogos entre las disciplinas para comprender la diversidad de los drones y la cultura de los drones". En el contexto de Afganistán, que ha servido mucho al crecimiento de la especialidad, nos enfrentamos a una tecnología de la muerte elevada a la dignidad de epistemología, un edificio científico en cuya base solo hay muerte y ruina. Es difícil imaginar en los últimos tiempos otro tema en el que el know-how tecnológico y la sabiduría se desconozcan tan completamente.

Fuente: https://blogs.publico.es/espejos-extranos/2021/08/25/colonialismo-y-epistemologia-de-la-ignorancia-una-leccion-afgana/





sábado, 14 de agosto de 2021

La nueva guerra fría. Boaventura de Sousa Santos


2 agosto 2021
Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez

Las trompetas de la guerra fría han vuelto a sonar. El presidente de Estados Unidos anuncia a los cuatro vientos la nueva cruzada.  Esta vez, los términos parecen diferentes, pero los enemigos son los mismos: China y Rusia, principalmente. Se trata de la "guerra" entre democracias y autoritarismos (dictaduras o gobiernos democráticos truncados por el dominio absoluto de un partido). Como de costumbre, los gobiernos occidentales y los comentaristas de turno se han alineado fielmente para el combate. Los portugueses que en la edad adulta vivieron en la época de la dictadura de Salazar no dudan en distinguir entre democracia y autoritarismo y en preferir la primera al segundo. Los nacidos después de 1974, o poco antes, cuando no aprendieron de sus padres lo que fue la dictadura, muy probablemente tampoco lo aprendieron en la escuela. Se encuentran, pues, en disposición de confundir ambos regímenes políticos.

A su vez, la realidad de muchos países considerados democráticos muestra que la democracia atraviesa una profunda crisis y que la distinción entre democracia y autoritarismo es cada vez más compleja. En varios países del mundo se suceden protestas en las calles para defender la democracia y luchar por los derechos vulnerados, derechos que casi siempre están consagrados en la Constitución. Muchas de estas protestas se dirigen contra líderes políticos elegidos democráticamente, pero que han ejercido el cargo de manera antidemocrática, en contra de los intereses de las grandes mayorías, a veces frustrando enormemente las expectativas de los ciudadanos que les votaron. Son los casos de Brasil, Colombia y la India, y fueron también los casos de España, Argentina, Chile y Ecuador en los últimos años. En otros casos, las protestas tienen como objetivo evitar el fraude electoral o hacer cumplir los resultados electorales, siempre que las élites locales y las presiones externas se nieguen a reconocer la victoria de los candidatos apoyados por la mayoría. Ha sido el caso de México durante años, el caso de Bolivia en los últimos tiempos y, en la actualidad, el caso de Perú.

A primera vista, hay algo extraño en estas protestas, porque la democracia liberal tiene como característica fundamental la institucionalización de los conflictos políticos, su solución pacífica en el marco de procedimientos inequívocos y transparentes. Se trata de un poder político que se conquista, se ejerce y se abandona democráticamente, a través de reglas consensuadas. ¿Por qué razón, en este caso, los ciudadanos están protestando fuera de las instituciones, en las calles, más aún cuando corren graves riesgos de enfrentarse a una fuerza represiva excesiva? Y lo más intrigante es que los gobiernos de todos los países que he mencionado son aliados de Estados Unidos, que quiere contar con ellos en su nueva cruzada contra el autoritarismo de China y sus aliados.

La perplejidad se instala. Si, por un lado, es crucial mantener la diferencia entre democracia y autoritarismo; por otro lado, los rasgos autoritarios de las democracias realmente existentes se agravan cada día. Veamos algunos. Rusia arresta autoritariamente al disidente Alexei Navalny; las democracias occidentales, presionadas por Estados Unidos, dejan morir en prisión al periodista Julian Assange, que probablemente en unas décadas recibirá, a título póstumo, el Premio Nobel de la Paz. En los regímenes autoritarios, los medios de comunicación no son libres para dar voz a los diferentes intereses sociales y políticos; en las democracias, la preciada libertad de expresión se ve cada vez más amenazada por el control de los medios de comunicación por parte de grupos financieros y otras oligarquías, así como por las redes sociales que utilizan algoritmos para impedir que las ideas progresistas lleguen al gran público y permitir que ocurra lo contrario con las ideas reaccionarias. Los gobiernos autoritarios eliminan a opositores que luchan por la democracia en sus países; las democracias destruyen algunos de estos países (Irak, Libia) y matan a miles de inocentes para defender la democracia.

Los regímenes autoritarios eliminan la independencia judicial; las democracias promueven persecuciones políticas a través del sistema judicial, como lo ilustra dramáticamente la operación Lava-Jato en Brasil. En los gobiernos autoritarios, los líderes no son elegidos libremente por los ciudadanos; en las democracias, la forma en que los poderes fácticos inventan y destruyen candidatos es cada vez más preocupante. En los gobiernos autoritarios, todos los procedimientos son inciertos para que los resultados sean ciertos (el nombramiento o elección de los líderes elegidos de forma autocrática). En las democracias se aplica lo contrario: procedimientos ciertos para obtener resultados inciertos (la elección de líderes elegidos por la mayoría). Pero es cada vez más común que quienes tienen poder económico y social también tengan el poder de manipular los procedimientos para garantizar los resultados deseados. Con tal manipulación (fraude electoral, financiación ilegal de campañas, fake news y discursos de odio en las redes sociales, etc.), los procedimientos democráticos, supuestamente ciertos, se han vuelto inciertos. Con esto, se corre el riesgo de la inversión de la democracia: procesos inciertos para resultados ciertos.

Además de estos ejemplos, entre muchos otros, la dualidad de criterios es flagrante. Son gobiernos autoritarios y, por tanto, hostiles, China, Rusia, Irán, Venezuela; pero no son hostiles, a pesar de ser autoritarios, Arabia Saudita, las monarquías del Golfo, Egipto y, mucho menos, Israel, a pesar de someter a más del 20% de su población (los árabes israelíes) a la condición de ciudadanos de segunda clase, y someter a Palestina a un régimen de apartheid, como reconoció recientemente Human Rights Watch. A su vez, las embajadas e instituciones estadounidenses encargadas de promover "regímenes democráticos amigos de Estados Unidos", e incluso las fundaciones alimentadas para los mismos fines con el dinero de los multimillonarios, acogen con preferencia a políticos y partidos de derecha e incluso de extrema derecha, siempre que estos juren lealtad a los intereses económicos y geopolíticos de Estados Unidos. En Europa, Steve Bannon, exasesor de Donald Trump, promueve fuerzas de extrema derecha, antieuropeas y católicas conservadoras que se oponen al Papa Francisco.

Todo ello desemboca en una situación paradójica: mientras el discurso de la Guerra Fría exalta la diferencia entre democracia y autoritarismo, las prácticas de las potencias hegemónicas no se cansan de reforzar los rasgos autoritarios, tanto de las democracias como de los regímenes autoritarios. Alguien está engañando a alguien. Europa haría bien en convencerse a sí misma de que la nueva Guerra Fría tiene poco que ver con democracia versus autoritarismo. Es solo una nueva fase de confrontación entre el capitalismo multinacional estadounidense y el capitalismo de Estado chino (donde Rusia se está integrando). Es una lucha nada democrática entre un imperio en declive y un imperio en ascenso. Europa, excluida por primera vez en cinco siglos del protagonismo global, tendría todo el interés en mantener una distancia relativa de ambos antagonistas y seguir una tercera vía de autonomía relativa. Bastaría seguir el ejemplo de los países del Sur global reunidos en la Conferencia de Bandung (1955), quizás ahora con más posibilidades de éxito. Mucho más cerca de nosotros, tal vez sea suficiente con leer y seguir las encíclicas del papa Francisco.

Fuente: https://blogs.publico.es/espejos-extranos/2021/08/02/la-nueva-guerra-fria/

domingo, 8 de agosto de 2021

Las estatuas de nuestro malestar. Boaventura de Sousa Santos


 
 Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez 

        Las estatuas se parecen mucho al pasado, por lo que cada vez que se ponen en cuestión recurrimos a los historiadores. La verdad es que las estatuas solo son pasado cuando están tranquilas en las plazas, compartiendo la indiferencia mutua entre nosotros y ellas. En esos momentos, que a veces duran siglos, son más visitadas intencionalmente por las palomas que por los seres humanos. Cuando, sin embargo, se convierten en objeto de disputa, las estatuas saltan del pasado y se convierten en parte de nuestro presente. De lo contrario, ¿cómo podríamos dialogar con ellas y ellas con nosotros? Por supuesto, hay estatuas que nunca son objeto de disputa, bien porque pertenecen a un pasado demasiado remoto para saltar al presente, bien porque pertenecen al presente eterno del arte. Estas estatuas no están a salvo de extremistas desquiciados, como es el caso de los Budas de Bamiyan, del siglo V, destruidos por los talibanes de Afganistán en 2001. 

        Las estatuas que dan este salto y se ofrecen al diálogo forman parte de nuestro presente y son cuestionadas porque representan cuentas que no han sido saldadas, destrucciones e injusticias que no fueron reparadas. Quienes las cuestionan no les piden cuentas ni les exigen reparaciones a ellas. Las cuentas deben hacerlas y las reparaciones deben realizarlas los herederos o detentores del poder injusto que las estatuas representan. Siempre que el poder que las mandó erigir fue derrotado justa o injustamente, las estatuas fueron rápidamente retiradas sin ninguna conmoción e incluso con aplausos. Si el actual movimiento de contestación a las estatuas es tan fuerte, iniciado por el movimiento #blacklivesmatter, se debe a la continuidad en el presente del poder que en el pasado originó las destrucciones e injusticias de las que las estatuas son testigos involuntarios. Y si el poder continúa, la destrucción y la injusticia también continúan. La disputa es contra estas. 

         ¿Y qué poder es este? En el contexto europeo y eurodescendiente, ese poder es el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado, tres formas articuladas de poder que dominan durante casi seis siglos. La primera es del siglo XV y las otras dos existieron mucho antes, pero fueron reconfiguradas por el capitalismo moderno y puestas a su servicio. Las tres se articulan de manera que ninguna existe sin las otras. Lo que consideramos pasado es, por tanto, una ilusión óptica, una ceguera con relación al presente. 

         ¿El colonialismo es pasado? No. Lo que forma parte del pasado (y no del todo, como demuestran los casos del Sáhara Occidental, de Papúa Occidental y de Palestina) es una forma específica de colonialismo, el colonialismo histórico resultado de la ocupación territorial por parte de una potencia extranjera. Pero el colonialismo ha continuado hasta hoy bajo otras formas, desde el neocolonialismo hasta el saqueo de los recursos naturales de las antiguas colonias y el racismo. Si nada de esto formara parte de nuestro presente, las estatuas estarían sosegadas y entregadas a las palomas. 

        Para ser más concretos, si en las afueras de Lisboa no existiera el barrio de Jamaica, si el color de la piel de las poblaciones más expuestas al virus no fuera el que es y fuera el mismo de quienes teletrabajan, si no hubiera brutalidad policial racista ni grupos neonazis infiltrados en sus organizaciones profesionales, las estatuas permanecerían en su calma pétrea o metálica. 

        ¿Y qué ocurre con el patriarcado? ¿No es cosa del pasado con todas las leyes y políticas existentes en defensa de la igualdad de género? No. Si los movimientos feministas fueran plenamente exitosos, el feminicidio no aumentaría, ni la pandemia tampoco habría disparado la violencia contra las mujeres en todos los países. 

        Y el capitalismo, ¿no ha terminado? No. Esta es quizá la ilusión más perversa, propagada por los medios, por los economistas y por muchos científicos sociales. Para muchos, el capitalismo era una ideología; ahora lo que hay son mercados, empleados, emprendedores, economía de mercado, PIB, desarrollo. De hecho, el capitalismo ha aumentado su capacidad de producir injusticia en los últimos cuarenta años, bien reflejada en la erosión de los derechos de los trabajadores, en el estancamiento de los salarios (en los Estados Unidos, desde 1969). Es en este caldo de poder injusto donde aumenta el racismo, la negación de otras historias, la violencia contra las mujeres y la homofobia. Es contra este poder que se dirige la contestación de las estatuas. Este desafío da un énfasis especial a la lucha antirracista y anticolonial, pero no olvidemos que es tan importante como la lucha antisexista y anticapitalista. 

        Las estatuas no descansarán mientras existan estas formas de poder, especialmente con la virulencia que tienen hoy. Y las estatuas solo parecen objetivos inocentes y desenfocados porque hoy domina la política del resentimiento: como dejamos de conocer las causas del descontento, invertimos contra sus consecuencias. Es por eso que el trabajador estadounidense blanco y empobrecido piensa que su peor enemigo es el trabajador inmigrante, latino, aún más empobrecido que él. Es por eso que la clase media europea, temerosa de perder lo poco que conquistó, cree que sus peores enemigos son los inmigrantes y los refugiados. Mientras este poder permanezca, si quien lo posee tuviera alguna conciencia histórica e incluso está disponible para hacer concesiones, debería tener la prudencia de recolectar ordenadamente todas las estatuas y construir un museo para ellas. Luego pediría a artistas, escritores y científicos del país y de los países que con tanta ligereza consideramos hermanos que construyan diálogos interculturales con las estatuas y hagan de ello una pedagogía creativa de la liberación. Cuando eso suceda, el pasado saldrá del presente a través de la puerta principal. 

        Hay buenas condiciones para hacer esto porque los pueblos ofendidos, además de resistir tanta humillación, son creativos e incluso pueden reconocer que el poder que los ofendió también quiere ser rescatado. Cuento dos historias de mi experiencia de investigación como sociólogo. En 2002, estaba haciendo trabajo de campo en la Isla de Mozambique, en el norte del país, cuando me contaron la primera historia. Hay una estatua del poeta portugués Luís de Camões (1524-1580) en la Isla, colocada en la época colonial. Con los turbulentos cambios de la independencia en 1975, la estatua fue retirada y guardada en los depósitos de la capitanía. Entretanto, dejó de llover durante años en la Isla. Los antiguos sabios de la Isla se reunieron, realizaron sus rituales y llegaron a la conclusión de que la falta de lluvia quizás se debiese a la retirada prematura de la estatua. Pidieron que se repusiera la estatua y Camões está allí, mirando la inmensidad del Océano Índico y trayendo la lluvia que llena la cisterna. La estatua de Camões y su historia fueron así reapropiadas por los mozambiqueños. 

        La segunda historia ocurrió el 24 de julio de 2014, cuando los descendientes de los niños indígenas que están en la polémica estatua del padre António Vieira (1608-1697), erigida en una plaza de Lisboa en 2017, visitaron el Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra. Eran nueve líderes indígenas que representaban a los pueblos Guajajara, Macuxi, Munduruku, Terena, Taurepang, Tukano, Yanomami y Maya, la mayor delegación de indios brasileños que haya estado en Europa. Vinieron a agradecerme por mediar con el Tribunal Federal Supremo de Brasil en la demarcación de la tierra indígena Raposa Serra do Sol. Sin desmerecer a la universidad McGill de Canadá, que inició la lista, ni a las dieciocho universidades que me concedieron luego el grado de doctor honoris causa, considero que el tocado indígena y el bastón de mando que me dieron en la ceremonia son uno de los honores más preciados. Quien se equivocó fue la estatua del padre António Vieira, porque nos hace creer que esos niños siguieron siendo niños hasta hoy. Y hay muy buenas personas que continúan pensando lo mismo. 

miércoles, 4 de agosto de 2021

El difícil parto de la renovación política: el caso de Perú. Boaventura de Sousa Santos


 Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez 
 
        El contexto internacional de la tercera década del siglo está siendo marcado por el grave declive de la convivencia democrática, ya de por sí congénitamente débil y selectiva. Este declive tiene dos caras. Por un lado, el predominio agresivo de las fuerzas políticas de derecha más conservadoras. En el continente latinoamericano esta agresividad se manifiesta en la renovada presencia de la extrema derecha, que se afirma de muchas maneras: el discurso de odio racial y sexual en las redes sociales que a veces se aloja impunemente en el discurso político oficial (el legado más nefasto de Donald Trump); la inculcación ideológica de peligros imaginados (el comunismo, el extremismo o el chip insertado en las vacunas) o del negacionismo ante peligros reales (la gravedad de la pandemia); el recurso a la narrativa del golpe antidemocrático para restablecer un orden supuestamente amenazado por una subversión inminente que, de hecho, está siendo planeada milimétricamente por quienes se proclaman como la única opción para detenerla; el resurgimiento de grupos armados ilegales que actúan con la complicidad del Estado. 

        La otra cara del declive democrático radica en la desorientación de las fuerzas políticas de izquierda. Se manifiesta también de muchas maneras: pérdida de contacto con las necesidades, las aspiraciones y las narrativas de indignación de las clases populares cuyos intereses dicen defender; concentración exclusiva en estrategias electorales a corto plazo cuando cada vez es más incierto que haya elecciones o que estas sean libres y justas; surgimiento de nuevos sectarismos y dogmatismos, ya sea en nombre de la prioridad del desarrollo extractivista, ya sea en nombre de la prioridad de las pautas identitarias raciales o sexuales; de este sectarismo deriva la incapacidad para identificar lo que, a pesar de todo, une a las diferentes fuerzas de izquierda y para incidir pragmáticamente en estos puntos de unión a fin de ofrecer una alternativa política creíble (la víctima más reciente de este sectarismo fue la izquierda ecuatoriana tras la primera vuelta de las elecciones de 2021). 
         
        La convergencia tóxica de estas dos caras del declive democrático está haciendo que las poblaciones vulnerabilizadas por el capitalismo cada vez más salvaje, por el colonialismo eterno y por el patriarcado no menos eterno sigan, según el contexto, uno de los tres caminos siguientes: a) sucumbir a la desesperación y resignarse por la vía del crimen o de la salvación en el otro mundo, acogiéndose mansamente como corderos a la protección de los lobos trascendentes del capital religioso; b) rebelarse fuera de las instituciones, dando lugar a explosiones sociales que pueden incluir ocupaciones de zonas urbanas (India y Colombia), saqueo de tiendas y supermercados (Sudáfrica) o destrucción de estatuas de esclavistas y de asesinos de los vencidos de la historia (Sudáfrica, Estados Unidos, Colombia y, más recientemente, Brasil); c) organizarse para asegurar la transformación del sistema político y social, utilizando los procesos electorales para elegir a los candidatos que prometan dicha transformación. Solo este último camino garantiza el rescate de la convivencia democrática y por eso me centro en él, sin dejar de insistir por ello en que tiene lugar en el contexto en el que otros caminos se siguen o pueden seguirse en paralelo o secuencialmente. 

        El camino de la transformación política tiene en la actualidad tres caras principales en el continente: el rescate a través de la elección de candidatos populares conocidos tras la cruel experiencia con gobiernos de derecha neoliberal (México, con López Obrador, Argentina, con Alberto Fernández, Bolivia, con Luis Arce); el rescate por vía de la transformación del sistema político mediante la convocatoria de asambleas constituyentes (Chile); el rescate por medio de la elección de candidatos hasta ahora desconocidos, pero cuyo origen y trayectoria legitima el riesgo de un cheque político casi en blanco (Perú). Todos estos caminos ofrecen cierta esperanza (al menos, la de respirar durante algún tiempo, lo que no es poco en tiempos de pandemia) y todos implican riesgos. Me centro en el caso de Perú por su actualidad y complejidad. 

        El pasado 28 de julio Pedro Castillo asumió la presidencia de Perú. Hasta hace unos meses, Castillo era un desconocido político. Nacido en Tacabamba, a casi mil kilómetros de Lima, centro político de Perú, Castillo es un campesino humilde, maestro de primaria, rondero, (las rondas campesinas son patrullas de defensa comunitaria elegidas por comunidades campesinas y hoy legalmente reconocidas por el Estado) y dirigente sindical que concentra en sí mismo las características de las poblaciones que siempre han estado excluidas económica, social y políticamente por razones clasistas, racistas o sexistas. El proceso que culminó el 28 de julio es tan revelador del declive democrático como de la posibilidad de rescatarlo. 

        Veamos primero el declive. Las fuerzas de derecha hicieron todo lo posible para impedir la toma de posesión de Pedro Castillo. Invocaron fraude electoral, recurrieron a dilaciones procesales en las instancias electorales, promovieron la demonización de Castillo en los medios de comunicación nacionales e internacionales (en los que participó el patético Vargas Llosa), movilizaron a las Fuerzas Armadas y a las iglesias para frenar la “subversión”. La situación era complicada porque Pedro Castillo había ganado las elecciones por un pequeño margen. Hoy está claro en las Américas (incluyendo EE.UU.) que quien se proponga rescatar la normalidad democrática tiene que ganar con un amplio margen para evitar ser sometido al tormento de la sospecha manipulada de fraude electoral. Ya antes lo habría mostrado López Obrador, a quien le robaron varias elecciones antes de la que ganó por una diferencia de muchos millones de votos. 

        Esta vez, las fuerzas de derecha no lograron sus objetivos porque se enfrentaron a un importante factor de rescate. Es que Castillo se identificaba con los excluidos de la historia de Perú. Una de cada cuatro personas se identifica como miembro de uno de los muchos pueblos indígenas andinos y amazónicos que han sido víctimas de proyectos mineros extractivistas, a los que se han opuesto con riesgo de sus vidas. Según datos de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos, entre 2001 y 2021 fueron asesinados 200 defensores de derechos humanos involucrados en la defensa de los territorios. No es de extrañar que Castillo haya obtenido más del 70% de los votos en las provincias donde las poblaciones sufren más por los grandes proyectos mineros (Espinar, Chumbivilcas, Cotabambas, Celedín, Islay, Pasco, Ayabaca, Cañaris). Ante el peligro de que les roben la elección, miles de indígenas y campesinos, ronderos, acostumbrados a rondar por sus comunidades para garantizar la seguridad de sus vecinos, convergieron en Lima, provenientes del Perú profundo, esta vez para velar y garantizar la seguridad de algo más bien etéreo, el resultado de las elecciones, la democracia misma. Por tanto, tampoco es de extrañar que, mientras en los gobiernos de los últimos veinte años los ministros que integraban el gobierno nacieron predominantemente en Lima –entre el 62% en la gestión de Martín Viscarra y el 87% en la de Alejandro Toledo–, ahora en el Gobierno de Pedro Castillo solo el 29% de sus ministros posesionados nació en Lima. 

        Este movimiento no sucedió por casualidad. Tenía antecedentes en el movimiento de los jóvenes urbanos que, en octubre de 2020, se rebeló contra un gobierno ilegítimo y ocupó las calles de Lima en defensa de la democracia, dos de los cuales fueron asesinados. Fueron reprimidos violentamente y así se convirtieron en la nueva generación de héroes, los héroes del bicentenario. Esta conjunción anunciaba la posibilidad de nuevas alianzas intergeneracionales y entre la ciudad y el campo, alianza que, en este momento, parece tener nueva y particular importancia en otros países (por ejemplo, en la explosión social que vive Colombia actualmente). 

        Pero las dificultades en la elección de Pedro Castillo y en la composición de su Gobierno revelan también la otra cara del declive democrático que mencioné anteriormente: la desorientación y fragmentación de las fuerzas de izquierda. Las alianzas necesarias revelaron la existencia de importantes fracturas entre las izquierdas. Las fracturas son complejas y en ellas convergen las viejas rivalidades tácticas y estratégicas que siempre dominaron en la izquierda tradicional, y las nuevas rivalidades sobre la naturaleza y prioridad de las nuevas luchas contra la discriminación racial y sexual. A diferencia de lo ocurrido en Ecuador, la división no parece ser tanto sobre la prioridad de la lucha contra el extractivismo minero y la desigualdad social que provoca. Tiene que ver, principalmente, con la división entre izquierdas progresistas en el plano de la igualdad socioeconómica y conservadoras en el plano de las costumbres e identidades (igualdad de género y defensa de las causas LGBTIQ), por un lado; e izquierdas progresistas en ambos planos e incluso, eventualmente, que priorizan el segundo plano, por otro. Esta división fue ocultada a veces por acusaciones de extremismo que llegaron a envolver la memoria de la subversión guerrillera (Sendero Luminoso), un peligro ahora definitivamente enterrado en Perú (no se puede decir lo mismo de la subversión contrarrevolucionaria de extrema derecha, en la tradición nefasta del fujimorismo). Estas divisiones fueron evidentes en la constitución de la mesa directiva del Congreso y el desastroso resultado podría ser fatal para el gobierno de izquierda. También fueron evidentes en el proceso de constitución del Gobierno, pero aquí fue posible superarlas y prevaleció el sentido común. Por ahora, al menos. 

        Nada de esto es seguro, excepto que las fuerzas de derecha y extrema derecha estarán atentas y no desaprovecharán ninguna de las oportunidades que les brinde este gobierno de izquierda para derrotar una propuesta de esperanza que ahora vuelve a iluminar el continente desde Perú. En su discurso de toma de posesión, el presidente Pedro Castillo utilizó la expresión quechua Kachkaniraqmi, que significa “sigo siendo”. A pesar de todas las exclusiones y humillaciones del pasado, el pueblo humilde y trabajador de Perú, con la elección de Pedro Castillo, recupera la esperanza de seguir siendo garante de la lucha por una sociedad más justa. Esta esperanza está presente de modo muy elocuente en las palabras de uno de los ministros más importantes del nuevo Gobierno, Pedro Francke, ministro de Economía: "Por un avance sostenido hacia el Buen Vivir, por igualdad de oportunidades, sin distinción de género, identidad étnica u orientación sexual. Por la democracia y la concertación nacional, ¡sí juro!".


jueves, 1 de julio de 2021

El fin del confinamiento del Dios cartesiano. Boaventura De Sousa Santos


Traducción de Bryan Vargas Reyes
30 junio, 2021

Dios parece estar confinado. Por lo menos, desde que en el siglo XVII se impuso la separación absoluta entre la naturaleza, entendida como res extensa, y los seres humanos, entendidos como res cogitans. La prueba de la existencia de Dios está en la mente humana, porque sólo esta puede concebir un ser muy perfecto e infinito. Siendo imperfecta, la mente humana sólo es capaz de tal concepción porque alguien la inscribió en ella. Ese alguien es Dios. La naturaleza es incapaz de tal concepción, y ahí reside su inconmensurable inferioridad en relación con la mente propia de los seres humanos. Con la demostración de la existencia de Dios, se demostró la imposibilidad de coexistencia con él en el mismo mundo. Dios es de "otro mundo", su "reino no es de este mundo". Dios es trascendencia.

Así comenzó el confinamiento de Dios. Si hasta entonces ya era difícil comunicarse directamente con él, a partir de ahí se volvió imposible. Sólo los místicos pueden conseguirlo, y siempre con altos costos personales. En el mismo proceso en el que Dios fue humanizado, fue también desnaturalizado y, con él, los seres humanos que lo concibieron. Y como no pueden ser mente sin ser un cuerpo natural, al mismo tiempo que demostraron la existencia de Dios, los seres humanos dejaron de comprenderlo y dejaron de entenderse entre sí. Entonces se deshumanizaron. La humanización de Dios dio lugar a la deshumanización de los seres humanos. El homo economicus del capitalismo naciente, tal como el cuasi contemporáneo homo lupus homini de Hobbes, son la expresión de esta deshumanización del ser humano. El ser competitivo, centrado en su interés individual, es un ser antisocial que ve en los semejantes (nunca iguales) enemigos potenciales, y que sólo hace filantropía si de ella resulta algún beneficio propio.

La incomprensión abisal del ser divino permitió a los humanos decir de Dios todo lo que ellos quisieran según su conveniencia. La teología sufrió entonces una transformación cualitativa. Comenzó a tratar de resolver el malentendido cartesiano multiplicando las mediaciones que falsamente humanizaron a Dios. Las ficciones del "Dios hecho hombre" o el "cuerpo de dios" fueron llevadas al paroxismo. El Nazareno crucificado del siglo XVIII barroco es un espectáculo visceral de primer orden, el espectáculo de un cuerpo cuya máxima exaltación es la mortificación y la muerte. La economía de la muerte, en la que el colonialismo y la esclavitud prosperaron en el mundo, encontraron en estas imágenes un espejo cruel y un consuelo desesperado. La exuberancia de las imágenes ocultaba efectivamente las ficciones teológicas. Sobre todo, encubrió las trágicas consecuencias de estas ficciones, tal como lo había vivido antes el joven nazareno, cuando concluyó en la cruz que ninguna ambulancia divina vendría a salvarlo y quitarle ese "cáliz".

El confinamiento del Dios cartesiano desde el siglo XVII fue fundamental para que, en su nombre, se pudieran cometer las mayores atrocidades. El joven nazareno que había muerto en la cruz para "salvar el mundo" era ahora invocado para justificar la inmensidad de las muertes de esclavos y pueblos originarios para "salvar la economía". Confinado, Dios estaba limitado a la telepresencia. La presencia real pasó a ser de los intermediarios, misioneros, pastores, y catedrales. Como hoy en día, los repartidores de alimentos mediante las aplicaciones ("motoboys" y "motogirls") no eligen los restaurantes de acuerdo a la calidad de la comida, sino por el valor de la cuota de entrega, los intermediarios empezaron a servir la comida espiritual de acuerdo con las prebendas que recibían. No lo hicieron por elección, lo hicieron por necesidad. Sirvieron a los señores de la tierra que los usaron para consolidar su dominio.

Pero ¿está Dios verdaderamente confinado? Siendo infinito en todos sus atributos, es imposible imaginar un confinamiento que no sea un acto originario, un auto confinamiento. Por otro lado, es absurdo pensar que un ser infinito está confinado. Y es también imposible imaginar un motivo divino para el auto confinamiento. ¿Miedo a contaminarse? No es imaginable que Dios corriese el riesgo de ser contaminado por seres tan infinitamente inferiores, sobre todo porque, según la teología cartesiana, los seres humanos ni siquiera tienen el nano tamaño del virus para poder contaminar a Dios. ¿Miedo de contaminar?  Es absurdo pensar que el Dios cartesiano tema contaminar. Al ser infinito, todo está contaminado y purificado simultáneamente por él.

La hipótesis más creíble es que los teólogos tuviesen miedo de que Dios contaminase el mundo. Tal vez sabían que la desnaturalización de Dios era una imposición tan fuerte y frágil como todas las demás imposiciones humanas. Para consolidarlo, tuvieron que recurrir a múltiples trucos arquitectónicos, pictóricos, teológicos, que engañaron a todos los que no se beneficiaron del supuesto encierro de Dios. Tales trucos fueron las máscaras usadas eficazmente para supuestamente proteger a Dios de los humanos, pero que en realidad funcionaban para permitir que los humanos realizaran libremente sus negocios sin correr el riesgo que corrieron los "mercaderes del templo". Por lo tanto, podemos concluir que Dios no estuvo confinado todos estos siglos. Estaba en todas partes – como le correspondía. Simplemente estaba ausente del discurso humano sobre él. O más bien, el discurso predominante de los humanos sobre él fue diseñado para crear y justificar su ausencia. Después de todo, ¿dónde ha estado Dios durante estos siglos? ¿Esta pregunta en sí sugiere que Dios dio alguna señal de que la teología que nos impusieron ha llegado a su fin?

Las heridas del Nazareno del siglo XXI

En el siglo XVII hubo una gran división en las reflexiones sobre Dios. A la teología cartesiana, que expliqué anteriormente, se opone radicalmente la teología spinoziana. Mientras que, para Descartes, Dios es tanto un producto de la mente humana como trascendente, para Spinoza, Dios es la infinidad de todo lo que existe, la sustancia, la naturaleza. "Deus sive Natura". Dios, es decir, la naturaleza, dijo Spinoza. No se trata de la naturaleza descalificada de Descartes ("Natura naturata") sino de la naturaleza calificativa de todo, la energía vital infinita que anima el mundo y la vida ("Natura naturans") y de la que dependen los seres humanos en toda su finitud. En este sentido, la naturaleza no nos pertenece, nosotros pertenecemos a la naturaleza. Dios no es personalizable (como si fuera un humano impulsado hasta el infinito). Y tampoco es trascendente, es inmanente. Dios es de este mundo y de todos los demás mundos posibles. Para Spinoza, solo así se puede decir con verdad que Dios es infinito y omnipresente. Distinguir entre aquí y allá, dentro y fuera, es la limitación humana. Dios es la inmanencia del mundo y sus infinitos atributos son los que explican las limitaciones del ser humano. Y no al revés.

Para Spinoza, la humanización de los seres humanos no está en su desnaturalización, sino, por el contrario, en su naturalización fundamental. El capitalismo, el colonialismo y el patriarcado fueron los motores modernos de la desnaturalización. La naturaleza fue cartesianamente descalificada para que el capitalismo la transformase en un recurso natural incondicionalmente disponible para los seres humanos. Y fue igualmente descalificada para que el colonialismo y el patriarcado transformaran en recursos humanos subyugables y explotables todos los seres humanos considerados radicalmente inferiores porque se supone que están más cerca de la naturaleza, ya fueran negros, indígenas o mujeres. En resumen, fueron cuerpos racializados y sexualizados.

En el mundo cartesiano, la desnaturalización de algunos solo fue posible a costa de la naturalización de las grandes mayorías. Esta descalificación de los seres humanos fue el producto de una ignorancia fatal en la que hemos vivido desde el siglo XVII, la ignorancia de la que se alimentaron el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado. Estos dos últimos existían antes del capitalismo, pero fueron reconfigurados por este para convertirse en fuentes de trabajo altamente devaluado (desde la esclavitud a los autoesclavos informales o uberizados) o no remunerado (la economía del cuidado soportada casi en su totalidad por mujeres). ¿Y Dios? Es imposible imaginar a un joven nazareno spinozista. Pero si fuera posible, el sufrimiento humano injusto y desigual que la naturalización descalificadora ha causado y sigue causando en tanto ser humano (esclavitud, limpieza étnica, racismo, sexismo, homofobia) serían heridas infligidas a la humanidad. Y la deforestación industrial de los bosques, la contaminación de los ríos, la minería a cielo abierto, el fracking también serían heridas esta vez infligidas a la madre tierra. Juntas, tales heridas constituirían una crucifixión inmensa y permanente. Un segundo y mucho más doloroso calvario.

La pandemia del coronavirus es la primera noticia teológica del siglo XXI. ¿El anuncio inaugural del Evangelio de San Juan "y el verbo se hizo carne" tiene que ser reemplazado por el anuncio del crepúsculo "y el verbo se convirtió en virus"? En cualquier caso, se anuncia una nueva teología. Parte de una nueva proposición, la proposición 37 de la Primera Parte de la Ética de Spinoza puede formularse de muchas formas en los diferentes lenguajes y cosmovisiones del mundo y, a la manera spinoziana, puede ir seguido de demostraciones, explicaciones, axiomas, escolios o corolarios. En el mundo eurocéntrico, la proposición se puede formular así:

Proposición: La naturalización cartesiana de tanto ser humano, provocada por la dominación capitalista, colonialista y patriarcal, ocurrió en paralelo con la naturalización cartesiana de toda vida no humana, y resultó en un inmenso sacrificio en el altar global de los ídolos del dinero y el poder.

Demostración: Así como la vida humana es una pequeña parte de la vida no humana en el planeta, el sacrificio de la vida no humana fue inmensamente más amplio, pero fue ocultado con éxito por el pensamiento dominante al servicio de los ídolos.

Explicación: El sacrificio de la vida no humana no encontró otra forma de ser conocido y denunciado que contagiando los altares y los ídolos con sus heridas.

Axioma: El virus es la prueba más convincente en este siglo de la existencia de Dios.

Corolario I: Un Dios sospechoso es un peligro fatal para los ídolos del dinero y el poder.

Corolario II: Un Dios sospechoso es finalmente un consuelo eficaz y perenne para la madre tierra y para todos aquellos que, estando más cerca de ella, fueron condenados junto con ella, los condenados de la tierra de Franz Fanon.