sábado, 28 de noviembre de 2020

BSS Fascismo 2.0: curso intensivo


Fascismo 2.0: curso intensivo

Boaventura de Sousa Santos

Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez


Es imposible predecir qué va a pasar en Estados Unidos durante las próximas semanas. Hay varias preguntas cruciales en el aire que por ahora no tienen respuesta. ¿Hubo o no fraude electoral? Si lo hubo, ¿fue suficiente para invertir los resultados? ¿Será la transición de Trump a Biden una transición de Trump a Trump? ¿O una transición de Trump a un acuerdo de compromiso en el Congreso como el que, tal y como aconteció tras las disputadas elecciones presidenciales de 1876, el candidato ganador asume la presidencia con la condición de aceptar el compromiso extraelectoral? ¿Habrá violencia en las calles sea cual sea la solución, ya que cualquiera de ellas margina a una parte importante y polarizada de la sociedad? Por ahora, todo esto son incógnitas.

No obstante, hay algunas certezas muy sombrías para el futuro de la democracia. Me concentro en una. Me refiero al curso intensivo de fascismo 2.0 que Donald Trump ha impartido a lo largo de estos cuatro años a los aspirantes a dictadores, a líderes autoritarios y fascistas. El curso tuvo su momento más álgido en la clase magistral que Trump comenzó a dar desde la Casa Blanca a las 2.30 de la madrugada (hora de Washington D. C.) el pasado 4 de noviembre. El tema general del curso es "cómo utilizar la democracia para destruirla". Se divide en varios subtemas. En este texto me referiré brevemente a los principales. Las tres primeras lecciones se refieren a las elecciones y el resto, a la política y el gobierno. El objetivo general del curso es inculcar la idea de que la democracia solo sirve para llegar al poder. Una vez en el poder, ni la gobernación ni la rotación democrática son aceptables.

1. No reconocer resultados electorales desfavorables. El tema de la clase del día 4 fue cómo  rechazar los resultados electorales cuando no nos convienen, cómo crear confusión en la mente de los ciudadanos, inventando sospechas de fraude que, independientemente de los hechos (que incluso podrían existir), para surtir efecto tienen que formularse de la manera  más extrema y delirante. Ya en la campaña electoral de 2016 Trump había abordado este tema y la lección había sido seguida por sus alumnos predilectos (a quienes considera amigos personales), Rodrigo Duterte de Filipinas y Jair Bolsonaro de Brasil. Este último dijo en septiembre de 2018: "No acepto un resultado diferente de mi elección". Sin embargo, muchos de  los alumnos restantes estuvieron muy atentos esa madrugada. Entre otros, Recep Tayyip Erdoğan, en Turquía y, en Egipto, Abdel Fattah al-Sisi, que Trump considera "mi dictador favorito", así como Narendra Modi en la India.

Otro alumno atento fue Yoweri Museveni, el presidente de Uganda, que está en el poder desde 1986 y tiene la intención de volver a presentar su candidatura el próximo año. En Europa, la clase fue numerosa e incluyó a Viktor Orbán, Matteo Salvini, Marine Le Pen, Santiago Abascal y André Ventura.

2. Transformar mayorías en minorías. Cada vez que las mayorías electorales no favorecen la causa fascistizante, es urgente convertirlas en minorías sociológicas. De esta manera, las elecciones pierden legitimidad y la democracia se convierte en una maniobra de los grandes intereses económicos y mediáticos. El alumno portugués, André Ventura, aprendió esta lección más rápido que cualquier otro. En declaraciones concedidas al diario Expresso (7-11), declaró sobre la victoria de Biden: "Me temo, sin embargo, que haya ganado la voz de las minorías que prefieren vivir a costa del trabajo de los demás".

3. Dobles criterios. Nada de lo que es desfavorable para la causa puede evaluarse con los mismos criterios que se aplican a lo que resulta favorable. Por ejemplo, si se sabe con gran probabilidad que la gran mayoría de los votos por correo son a favor de la causa fascistizante, estos deben considerarse no solo legales, sino especialmente recomendables en tiempos de pandemia. De lo contrario, hay que insistir en que son un instrumento de fraude que priva a los votantes del momento único de proximidad física y social a la democracia. La prueba del supuesto fraude no importa, siempre que la sospecha sea lanzada de inmediato y con la invención de estrategias fraudulentas imaginarias.

4. Nunca hay que hablar ni gobernar para el país, sino siempre y solo para la base social. Esta lección es crucial porque es la que más directamente contribuye a socavar la legitimidad de la democracia. Si la lógica es promover una corriente de opinión antisistema, no tiene sentido gobernar para quienes, a pesar de tener quejas, aún no han renunciado a verlas atendidas por el sistema democrático. Idealmente, la base social debería ser al menos del 30% y cultivar su lealtad de manera inequívoca en el tiempo, tanto en la oposición como en el Gobierno. El contacto con la base debe ser directo y permanente. La base permanecerá unida y organizada en la medida en que deje de confiar en otra fuente de información. A partir de ahí, los hechos que desmienten al líder dejan de ser relevantes. A lo largo de cuatro años, Trump fue capaz de mantener su base, como Orbán en Hungría y Modi en la India. Lo mismo puede decirse de Bolsonaro. La autoestima de la base social es el único servicio político serio. Los eslóganes que invocan la autoestima y la grandeza deben reciclarse. "Make America Great Again" fue utilizado antes por Ronald Reagan. Las consignas de las dictaduras también se pueden reciclar, sobre todo porque con el tiempo estas se fueron legitimando. El reciclaje puede ser integral ("Brasil: ámalo o déjalo") o modificarse (en lugar de "Angola es nuestra", "Portugal es nuestro").

5. La realidad no existe. El líder muestra control de los hechos principalmente (1) cuando detiene la realidad supuestamente adversa, o (2) cuando, al no poder detenerla, le quita todo su dramatismo. Trump mostró el camino: detiénese la pandemia si de deja de hablar de ella, y para dejar de ser grave, basta dejar de hacer pruebas intensivas. Tener miedo a la pandemia es un signo de debilidad. Trump quiso salir del hospital con la camiseta de Superman; según Bolsonaro, tener miedo a la pandemia es cosa "de maricas". A su vez, la pandemia se devalúa comparándola con las pandemias que generó el sistema (desempleo, pérdida de soberanía, falta de acceso a los servicios de salud, etc.) o, en versión tropical, apelando a la fatalidad de la muerte (Bolsonaro: “algún día moriremos todos”). Como para el fascismo la mentira es tan verdadera como la verdad, cuanto más dramático sea el contraste de la invención con la realidad, tanto mejor. Ejemplos de verdades "irrelevantes": la administración Trump aumentó en lugar de reducir las desigualdades sociales; durante la pandemia, la riqueza de los multimillonarios aumentó en 637 mil millones; en los últimos meses, 40 millones de estadounidenses perdieron sus trabajos; 250.000 murieron con Covid-19, la tasa de mortalidad más alta del mundo; la hambruna en las familias se triplicó desde el año pasado y el aumento de niños desnutridos fue del 14%; se ha levantado la moratoria sobre los desalojos y millones pueden ser lanzados a la calle. Todo lo que no se puede negar es natural o humanamente incontrolable. El altísimo número de muertes en Brasil es obra del destino y lo mismo ocurre con los incendios en la Amazonía, ya que, por definición oficial, los incendios son incontrolables y nadie es responsable de ellos.

6. El resentimiento es el recurso político más preciado. Gobernar contra el sistema es imposible, dado que parte del propio sistema es el que financia el fascismo 2.0. Por eso, es fundamental ocultar las verdaderas razones del descontento social y hacer creer a las víctimas del sistema que los verdaderos agresores son otras víctimas. La base organizada quiere ideas simples y juegos de suma-cero, es decir, ecuaciones intuitivas entre quién gana y quién pierde. Por ejemplo, el aumento del desempleo se debe a la entrada de inmigrantes, aunque sea mínima y realmente irrelevante; hay que hacer creer al trabajador blanco empobrecido que su agresor es el trabajador negro o latino aún más empobrecido que él; la crisis de la educación y de los valores se debe a la astucia de los pobrecillos que, gracias a los “empresarios de los derechos humanos”, tienen más derechos, sean mujeres, homosexuales, gitanos, negros, indígenas. No faltan chivos expiatorios; solo es necesario saber cómo elegirlos. Ésta es la habilidad máxima del líder fascista. La política del resentimiento requiere, además de chivos expiatorios, teorías de la conspiración, demonización de los oponentes, ataque sistemático a los medios de comunicación, a la ciencia y a todo el conocimiento que invoque una pericia especial, la incitación a la violencia y el odio para eliminar argumentos, la auto-glorificación del líder como único defensor confiable de las víctimas.

7. La política tradicional es el mejor aliado sin saberlo. Desde el momento en que la alternativa socialista desapareció del escenario político, la política perdió credibilidad como ejercicio de convicciones. Ese momento coincidió con el fortalecimiento del neoliberalismo como nueva versión del capitalismo. Esta versión, una de las más antisociales de la historia del capitalismo, provocó la destrucción o erosión de las políticas de protección social y de las clases medias donde existían, la creciente concentración de la riqueza y la aceleración de la crisis ecológica. Los valores liberales de la Revolución Francesa (libertad, igualdad, fraternidad) fueron perdiendo sentido para la gran mayoría de la población, que se considera abandonada, marginada, sea cual sea el partido en el poder. Con el descrédito de los valores liberales, perdieron sentido las ideologías democráticas asociadas a ellos, como la convivencia pacífica, el respeto a los adversarios políticos, la moderación y contradicción en la argumentación, la rotación del poder, el acomodo y la negociación. Estos valores e ideologías, que siempre han correspondido a la experiencia práctica de solo una pequeña porción de la población, son ahora basura histórica que hay que barrer. El vacío de los valores permite tanto el desprecio por la verdad como la imposición de valores alternativos, como la prioridad de la familia, la jerarquía de razas, el nacionalismo étnico-religioso, el mito de la edad de oro, aunque el pasado haya sido, en realidad, de plomo. Este es el caldo de cultivo para la cultura de la polarización.

8. Polarizar, polarizar siempre. El centrismo político murió y solo la radicalización compensa. En las circunstancias actuales, la polarización siempre refuerza a la derecha y a la extrema derecha. La polarización ya no es entre izquierda y derecha. Es entre el sistema (deep state) y las mayorías desheredadas, entre el 1% y el 99%. Esta polarización fue intentada en los últimos años por la izquierda institucional y extrainstitucional, pero alguna de ellas acabó sometiéndose servilmente a las instituciones. Cuando se rebeló, fue neutralizado. Esto no le puede pasar al fascismo 2.0 porque sencillamente, lejos de estar en contra del 1%, es financiado por él. La polarización contra el 1% es meramente retórica y pretende disfrazar la verdadera polarización, entre la democracia y el fascismo 2.0, para que el fascismo prevalezca democráticamente. La vieja derecha piensa que domestica a la extrema derecha, pero, de hecho, sucederá lo contrario. Un ejemplo portugués: el partido de centro derecha, PSD (Partido Social Demócrata), está dispuesto a asociarse con el partido Chega, de extrema derecha, "si este se modera". Respuesta inmediata del líder de Chega: no es Chega el que se va a moderar, es el PSD el que se va a radicalizar. En este caso, el aprendiz del fascismo 2.0 es el mejor profeta de la época. 

lunes, 2 de noviembre de 2020

Boaventura de Sousa Santos. Un extraño desencuentro entre las izquierdas portuguesas


 Un extraño desencuentro entre las izquierdas portuguesas

Boaventura de Sousa Santos

Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez

        Para quien recientemente publicó un libro titulado Izquierdas del mundo, ¡uníos! (Icaria, 2018), las últimas semanas han sido particularmente desalentadoras sobre la política de izquierdas en Portugal. Pero también muy reveladoras. Me refiero a las negociaciones sobre el Presupuesto de Estado (OE, por sus siglas en portugués) para 2021 entre el Partido Socialista, (PS), partido del Gobierno, pero minoritario, y los dos principales partidos de izquierda, el Bloco de Esquerda [Bloque de Izquierda] (BE) y el Partido Comunista (PCP). Estos tres partidos garantizaron la estabilidad política entre 2016 y 2020 y la recuperación de la esperanza de los portugueses tras la devastación austeritaria de la derecha neoliberal entre 2011 y 2015. Las negociaciones entre el PS y el PCP tuvieron éxito. Pero no ocurrió lo mismo con las negociaciones entre el PS y el BE. Tuve el privilegio de acompañar de cerca las negociaciones entre el BE y el PS. Un análisis superficial del discurso de los portavoces me llevó a creer que probablemente desde el principio ninguna de las partes quería llegar a un acuerdo. Sin  embargo, a medida que se acercaba la conclusión del proceso y analizaba la documentación disponible, comencé a sospechar que la resistencia al acuerdo provenía principalmente de los órganos dirigentes del BE. Por la siguiente razón. El órgano que tomó la decisión es la Mesa Nacional, compuesta por casi 80 personas, que votaron unánimemente en contra de la viabilidad del Presupuesto de Estado cuando las encuestas indicaban que casi el 70% de los votantes del Bloco defendían su viabilidad. ¿Es posible imaginar un divorcio más grande entre los líderes de un partido y su electorado? ¿No es aún más extraño que esto suceda en el partido que defiende la democracia participativa? ¿No hubo en ese cónclave una sola voz y voto que llamara la atención sobre la gravedad de este divorcio, especialmente en el dramático periodo de crisis sanitaria que atraviesa el país? Tal unanimidad, sobre todo en las circunstancias actuales, no puede suscitar sino perplejidad.
        Las condiciones actuales son diferentes de las de 2011 y la posición del BE no significa necesariamente una crisis política, aunque debilita la posición del partido gobernante. Pero no deja de ser frustrante que, una vez más, el BE se una a la derecha para derrotar a un gobierno de izquierda. Sobre todo, un gobierno de izquierda que, en los últimos cuatro años, ha sido mejor que el anterior gobierno del PS, en buena medida debido a la colaboración del BE. Cabe destacar que en 2011 tanto el BE como el PCP votaron contra el presupuesto complementario del partido gobernante, el PS y con eso provocaron la caída del Gobierno y la convocatoria de nuevas elecciones, ganadas por la derecha neoliberal. Ahora no, el PCP, al contrario del BE, ha decidido colaborar con el Gobierno. Todo indica que el PCP analizó mejor las consecuencias políticas de la votación de 2011. Si la situación de 2011 era diferente a la actual, esto no significa que la responsabilidad política del voto del BE sea menor. En 2011, la crisis era interna al capitalismo (la crisis financiera) y al sistema político europeo. El BE, como partido anticapitalista, podía lavarse fácilmente las manos. Por el contrario, la crisis actual es externa, se debe a la pandemia y está golpeando a todos los países de manera descontrolada.
        Sabemos que las políticas neoliberales de las últimas décadas tuvieron como objetivo incapacitar a los Estados para proteger eficazmente la vida de los ciudadanos. La salud pública, una inversión pública crucial para garantizar el mayor número de años de vida saludable a los ciudadanos, fue transformada en costo o gasto público y, por tanto, blanco de las políticas de austeridad y privatización. Puede afirmarse que el Sistema Nacional de Salud (SNS) estaba mejor preparado hace diez o veinte años para proteger la salud de los ciudadanos que ahora. Aun así, y considerando todo esto, no cabe duda de que, dada la magnitud de la pandemia actual, ningún gobierno podría estar adecuadamente preparado para enfrentar el grado de emergencia de salud pública que esta representa. Este es el hecho político más decisivo de la coyuntura y solo por ceguera política no podría haberse tenido en cuenta. Trágicamente, esto fue lo que sucedió. De manera coincidente, el desacuerdo entre los dos mayores partidos de izquierda se consumó el mismo día que, en la vecina España, el gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos presentaba una propuesta conjunta y con una lógica presupuestaria similar a la portuguesa, aunque más valiente. Entre líneas se puede leer cómo se arreglaron las diferencias para frenar el paso de la derecha y no irritar demasiado a los países del norte de Europa. ¿Qué faltó en  Portugal para que pasara lo mismo?
        Señalado esto, dígase en beneficio de la verdad que las exigencias del BE son justas y buscan proteger más eficazmente la salud de los portugueses y garantizarles una protección más sólida del empleo y de los ingresos de los portugueses que más lo necesitan. Así como el PS se enorgullece de haber contado entre sus dirigentes con un visionario consecuente del SNS, el recordado Antonio Arnaut; el BE está orgulloso de lo mismo, en la persona del recordado João Semedo, no menos visionario y consecuente. No se puede cuestionar que ambos partidos defienden el SNS, pero el BE entiende, y bien, que para defender el SNS a largo plazo son necesarios cambios estructurales, que tienen que ver no solo con remuneraciones y número de profesionales, sino también con carreras y dedicación exclusiva. Por increíble que parezca a los portugueses después de tanta agria discusión, el PS piensa lo mismo, como está en su programa, solo que entendió, con razón, que, en este momento, los cambios estructurales provocarían un ruido político incompatible con la necesidad de concentrar la gobernanza en hacer frente a la pandemia. Ambos partidos saben que el Colegio de Médicos está hoy en manos de fuerzas políticas conservadoras vinculadas a los intereses de la salud privada y ha sido en esta crisis la oposición más insidiosa al gobierno. Para estos médicos (afortunadamente no para todos), la prioridad es la economía de la salud, no la salud pública. Siendo todo esto evidente, ¿no sería fácil un entendimiento si existiera, por ambas partes, voluntad de negociar?
        El BE tiene razón igualmente en temas laborales, especialmente en la reversión de la precarización del trabajo que se produjo con el gobierno del Partido Social Demócrata-Partido del Centro Democrático Social (PSD-CDS) a partir de 2011. Aquí también el PS no está lejos del BE, como lo manifestó en ese sentido en el pasado. Pero aquí también la resistencia del PS tuvo una justificación que debe ser entendida, aunque no se considere convincente. Los cambios podrían llevar a los países del norte de Europa, llamados “frugales”, a dificultar la aprobación del Plan Nacional de Recuperación y Resiliencia (PRR) para 2021/2026, como estos países tuvieron el cuidado de advertir. Se trata de un plan ambicioso con una gran parte de financiacion a fondo perdido. Aquí el PS tenía la obligación de leer mejor la situación y ver que existe una UE post-Brexit relativamente diferente a la anterior, aunque no siempre por buenas razones. Había condiciones para arriesgar más, liberarse de la tutela y no ser rehén de las próximas elecciones de marzo en Holanda. Pero siendo cierto que quien ganó las elecciones fue el PS y no el BE, se hubiera podido encontrar acomodo, por ejemplo programando los cambios para una fecha concreta posterior. 
        Finalmente, el BE tiene razón también sobre el tema del Novo Banco. El "negocio" con el fondo buitre que se apoderó de un importante banco no es solo un robo que para ser "legal" tiene que ser total (extorsionar hasta el último centavo), sino que es un atentado a la autoestima de un país europeo puesto en la condición de república bananera. Aquí, sí, había una incompatibilidad, y la única forma de superarla sería sacar al Novo Banco del OE. No era imposible pero, de nuevo, presuponía una voluntad recíproca de pactar, además de un poco de sabiduría popular: se van los anillos, queden los dedos, siendo los dedos en este caso la estabilidad política en tiempos de extrema emergencia sanitaria.
        Se ha perdido una oportunidad política que difícilmente se repetirá con estos dirigentes. La falta de visión política puede haber puesto en tela de juicio lo que más se quería defender: la estabilidad que posibilitaría una lucha eficaz y consensuada contra la pandemia y frenase tanto el avance de la derecha como las facciones más dogmáticas de los dos partidos, que siempre estuvieron en contra de  entendimientos interpartidarios. Sobre todo, el desacuerdo concedió en diez años una segunda oportunidad de oro a la derecha (y ahora también a la extrema derecha) para, sin gran esfuerzo ni mérito, volver al poder y producir retroceso.