viernes, 29 de abril de 2022

La Inconveniente Complejidad. BOAVENTURA DE SOUSA SANTOS


Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez

En el eje comunicacional del Atlántico Norte vivimos en una guerra de información sin precedentes. La conocí en Estados Unidos durante dos períodos. El primero, durante la guerra de Vietnam, que viví en su momento de crisis final (1969-1971), culminaría con la publicación de los papeles del Pentágono en 1971. El segundo momento fue la guerra de Irak, que comenzó en 2003, y la saga de las armas de destrucción masiva, un engaño político del que resultarían muchos crímenes de guerra. Sin embargo, en Europa nunca había asistido a este tipo de guerra de información, al menos no con la magnitud actual. Se caracteriza por la erosión casi total entre hechos y manipulación de las emociones y las percepciones, entre hipótesis o conjeturas y verdades incuestionables.

En el caso específico de la guerra de Ucrania, la manipulación pretende evitar que la opinión pública y los responsables políticos piensen y decidan sin demasiada presión en la única medida que ahora se requiere: la búsqueda de una paz duradera en Ucrania y en la región para poner fin al sufrimiento del pueblo ucraniano, un pueblo que en estos días comparte el trágico destino de los pueblos palestino, yemení, sirio, saharaui y afgano, a pesar de que sobre estos últimos pese el más profundo silencio. La guerra de la información pretende continuar la guerra de las armas mientras convenga a quienes la promueven. En estas condiciones, no es fácil luchar con los hechos y la experiencia histórica porque, desde el punto de vista de la guerra de información, explicar es justificar, entender es perdonar, contextualizar es relativizar. Aún así, vamos a intentarlo.

1. Para demonizar al enemigo es crucial deshumanizarlo, es decir, imaginarlo como si hubiera actuado criminalmente y sin provocación. Ahora bien, la condena firme e incondicional de la invasión ilegal de Ucrania (en la que vengo insistiendo desde mi primer artículo sobre el tema) no implica tener que ignorar cómo se ha llegado a esta situación. En este caso, aconsejo leer el libro publicado en 2019, War with Russia?, del profesor emérito de la Universidad de Princeton, Stephen Cohen, recientemente fallecido. Tras examinar con detalle las relaciones entre Estados Unidos y Rusia desde el final de la Unión Soviética y, en el caso de Ucrania, sobre todo desde 2013, Stephen Cohen concluye de este modo: «Las proxy wars [guerras en las que los adversarios utilizan terceros países para perseguir sus objetivos de confrontación bélica] son una característica de la vieja Guerra Fría, son pequeñas guerras en el llamado "Tercer Mundo". […] Rara vez involucraron personal militar soviético o estadounidense, casi siempre solo dinero y armas. Hoy, las proxy wars entre Estados Unidos y Rusia son diferentes, están ubicadas en el centro de la geopolítica y acompañadas por demasiados instructores y posiblemente combatientes estadounidenses y rusos. Ya han estallado dos: en Georgia en 2008, donde las fuerzas rusas se enfrentaron a un ejército georgiano financiado y entrenado con fondos y personal estadounidenses; y en Siria, donde muchos rusos fueron asesinados por las fuerzas anti-Assad respaldadas por Estados Unidos. Moscú no tomó represalias, pero prometió hacerlo cuando hubiera "una próxima vez". Si eso sucede, implicará una guerra entre Rusia y Estados Unidos. El riesgo de un conflicto tan directo sigue creciendo en Ucrania». Así se pronosticó en 2019 la guerra que actualmente martiriza al pueblo ucraniano.

2. Democracia y autocracia. En el lenguaje de Estados Unidos el mundo se divide en dos: democracias (nosotros) y autocracias (ellos). Hace tan solo unos años la división era entre democracias y dictaduras. Autocracia es un término mucho más vago que puede utilizarse para considerar autócrata a un gobierno democrático percibido como hostil, aunque la hostilidad no se derive de las características del régimen. Por ejemplo, en la cumbre por la democracia celebrada en diciembre de 2021, a iniciativa del presidente Biden, no se invitó a países como Argentina y Bolivia, que habían experimentado recientemente vibrantes procesos democráticos, pero que son menos receptivos a los intereses económicos y geoestratégicos de Estados Unidos. En contraste, se invitó a tres países que la Casa Blanca reconoció como democracias problemáticas (el término utilizado fue flawed democracies), con corrupción endémica y abusos de los derechos humanos, pero con interés estratégico para Estados Unidos: Filipinas, para contrarrestar la influencia de China, Pakistán, por su relevancia en la lucha contra el terrorismo, y Ucrania, por su resistencia a la incursión de Rusia. Las reservas en el caso de Ucrania eran comprensibles, ya que unos meses antes los papeles de Pandora habían dado detalles sobre las sociedades offshore del presidente Zelenski, de su esposa y sus asociados. Ahora, Ucrania representa la lucha de la democracia contra la autocracia rusa (que, a escala nacional, debe estar a la par con Ucrania en términos de corrupción y abusos de los derechos humanos). El concepto de democracia pierde, así, buena parte de su contenido político y se convierte en un arma arrojadiza para promover cambios de gobierno que favorezcan los intereses globales de Estados Unidos.

3. Amenazas. Según expertos de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), en 2020, el 40% de las fuerzas militares de Ucrania (un total de 102.000 miembros) eran milicias paramilitares de extrema derecha, armadas, financiadas y entrenadas por Estados Unidos, Inglaterra, Canadá, Francia y Suiza, con miembros de diecinueve nacionalidades. Desde que comenzó la guerra se les han sumado más elementos, algunos provenientes de Medio Oriente, y recibieron más armamento de todos los países de la OTAN. Por lo tanto, Europa corre el riesgo de tener en su seno un nutrido nazi-yihadismo, y no hay garantía de que su alcance se limite a Ucrania. En 1998, el exasesor de seguridad del presidente Carter, Zbigniew Brzezinski, declaró en una entrevista con el Nouvel Observateur: "En 1979, aumentamos la probabilidad de que la URSS invadiera Afganistán… y creamos la oportunidad de darles su Vietnam". No me sorprendería que este playbook de la CIA se esté aplicando ahora en Ucrania. Las recientes declaraciones del secretario general de la OTAN de que "la guerra en Ucrania podría durar meses o incluso años", combinadas con la noticia de Reuters (12 de abril) de que el Pentágono se iba a reunir con los ocho mayores productores de armas para discutir la capacidad de la industria para satisfacer las necesidades de Ucrania "si la guerra con Rusia dura años", deberían haber causado alarma entre los líderes políticos europeos, pero aparentemente solo los motivó a una carrera armamentista. Las consecuencias de un segundo Vietnam ruso serían fatales para Ucrania y para Europa. Rusia (que es parte de Europa) solo será una amenaza para Europa si esta se convierte en una enorme base militar estadounidense. La expansión de la OTAN es, por tanto, la verdadera amenaza para Europa, como dijo hace veinte años el insospechado Henry Kissinger.

4. Doble criterio. La Unión Europea, transformada en caja de resonancia de las decisiones estratégicas de Estados Unidos, defiende como expresión legítima de valores universales (europeos, pero no menos universalizables) el derecho de Ucrania a unirse a la OTAN, mientras Estados Unidos intensifica la integración (véase la US-Ukraine Strategic Defense Partnership, firmada el 31 de agosto de 2021), negando al mismo tiempo que sea inminente. Ciertamente, los líderes europeos no saben que Estados Unidos niega a otros países el derecho reconocido a Ucrania a unirse a un pacto militar; y si lo supieran, no habría ninguna diferencia, tal es el estado de letargo militarista en el que se encuentran. Por ejemplo, las pequeñas Islas Salomón del Océano Pacífico aprobaron un borrador de pacto de seguridad con China en 2021. Estados Unidos reaccionó de inmediato y con alarma ante ese proyecto y envió a altos funcionarios de seguridad a la región para detener la "intensificación de la competencia de seguridad en el Pacífico".

5. La verdad llega demasiado tarde. La guerra de información se basa siempre en una mezcla de verdades selectivas, medias verdades y mentiras puras y duras (las llamadas false flags) organizadas para justificar la acción militar de quienes la promueven. Estoy seguro de que en este momento está en curso una guerra de información tanto en el lado ruso como en el estadounidense/ucraniano, aunque, debido a la censura que nos fue impuesta, sabemos menos sobre lo que sucede en el lado ruso. Tarde o temprano la verdad saldrá a la luz. La tragedia es que siempre llegará demasiado tarde. En este convulso comienzo de siglo tenemos una ventaja: el mundo perdió su inocencia. Julian Assange, por ejemplo, está pagando un altísimo precio por habernos ayudado en este proceso. A los que todavía no han renunciado a pensar con cierta autonomía, les recomiendo la lectura del capítulo de Hannah Arendt, titulado "La mentira en política", del libro Crisis de la República publicado en 1971. Es una brillante reflexión sobre los papeles del Pentágono, una recopilación exhaustiva de datos (entre ellos, muchos crímenes de guerra y muchas mentiras) sobre la guerra de Vietnam, recopilación realizada por iniciativa de uno de los máximos responsables de esa guerra, Robert McNamara.

6. La pregunta que nadie hace. Cuando los conflictos armados son en África o en Oriente Medio, los líderes europeos son los primeros en pedir el cese de las hostilidades y la urgencia de las negociaciones de paz. ¿Por qué cuando la guerra está en Europa los tambores de guerra suenan sin cesar y ningún líder pide que se callen y se escuche la voz de la paz?

Fuente: https://blogs.publico.es/espejos-extranos/2022/04/23/la-inconveniente-complejidad/

sábado, 9 de abril de 2022

DEMOCRACIAS Y AUTOCRACIAS Por Boaventura de Sousa Santos*



En el lenguaje internacionalista de EE.UU. el mundo se divide en dos: las democracias (nosotros) y las autocracias (ellos). Hace sólo unos años la división era entre democracias y dictaduras. Es difícil saber las razones del cambio, pero es legítimo especular sobre ellas. Mi especulación es que autocracia es un término mucho más vago que, por tanto, puede utilizarse para considerar autocrático a un gobierno democrático percibido como hostil, aunque la hostilidad no se derive de las características del régimen. Por ejemplo, en la cumbre sobre la democracia celebrada en diciembre de 2021, a iniciativa del presidente Biden, no se invitó a países como Argentina y Bolivia, que habían experimentado recientemente vibrantes procesos democráticos pero que son menos receptivos a los intereses económicos y geoestratégicos de Estados Unidos. Por otro lado, se invitó a tres países con democracias ciertamente problemáticas (el término es democracias defectuosas, flawed democracies), con corrupción endémica y abusos de los derechos humanos, pero con interés estratégico para Estados Unidos: Filipinas, para contrarrestar la influencia de China, Pakistán, por su relevancia en la lucha contra el terrorismo, y Ucrania, por su resistencia a la incursión de Rusia.

La guerra de Ucrania ha dado a la distinción un nuevo impulso y una nueva lectura. Ucrania representa ahora la lucha de la democracia contra la autocracia rusa (que, internamente, debe estar a la altura de Ucrania en cuanto a corrupción y abusos de los derechos humanos). Y la lucha contra Rusia tiene como objetivo debilitar a otra gran autocracia, China, hasta hace poco un «socio económico clave». El concepto de democracia pierde así gran parte de su contenido político y se convierte en un arma para promover cambios de gobierno que favorezcan los intereses globales de Estados Unidos. Si es así, corremos el riesgo de que se libren cada vez más luchas en nombre de la democracia con el objetivo real de destruirla allí donde realmente existe. Veamos los riesgos que corren las democracias europeas.

Después de la Segunda Guerra Mundial, Europa Occidental, recuperando, con el apoyo de Estados Unidos, una tradición de principios de siglo se convirtió en la región del mundo donde más se profundizó y consolidó la democracia liberal y representativa. Con la excepción del sur de Europa (Portugal, España, Grecia), hasta mediados de los años 70 se consolidó un modelo conocido como socialdemocracia. A partir de los años ochenta, este modelo empezó a entrar en crisis, esta vez también impulsado por los vientos que venían de Estados Unidos (neoliberalismo y Consenso de Washington), que atacaban los derechos económicos y sociales por considerarlos insostenibles. Este ataque ha continuado hasta el día de hoy y, combinado con las migraciones procedentes en gran parte de países desestabilizados por las guerras dirigidas por Estados Unidos, es la causa del crecimiento de las fuerzas de extrema derecha que ahora desafían a la democracia en su conjunto.

Una de las claves del éxito de la socialdemocracia ha sido que Europa es el continente con los presupuestos militares más bajos en términos relativos. El primer riesgo para las democracias europeas radica en lo siguiente: todos los países se han propuesto aumentar los presupuestos militares y lo que se gaste en armas se quitará de lo que se gastaría en políticas sociales, con el añadido del aumento exponencial de la energía. Por otro lado, si alcanza el nivel de gasto militar previsto (2% del PIB), Alemania será en pocos años la tercera o cuarta potencia militar del mundo. Alemania, que ya es el país más fuerte de Europa desde el punto de vista económico, será también el más fuerte desde el punto de vista militar. Un horizonte preocupante.

El segundo riesgo proviene del fortalecimiento de las fuerzas políticas y militares de extrema derecha de Ucrania, algunas de ellas neonazis. En 2020, el 40% de las fuerzas militares del país (un total de 102.000 miembros, según Reuters) eran milicias paramilitares de extrema derecha, armadas, financiadas y entrenadas por Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá, Francia y Suiza, con miembros de diecinueve nacionalidades. Desde que comenzó la guerra, se han unido más personas, algunas de Oriente Medio, y se han recibido más armas de todos los países de la OTAN.  Así, Europa corre el peligro de tener un nutrido nazi-yihadismo en su seno, y no hay garantía de que su radio de acción se limite a Ucrania. En 1998, el ex asesor de seguridad del presidente Carter, Zbigniew Brezezinski, declaró en una entrevista con el Nouvel Observateur: «En 1979, aumentamos la probabilidad de que la URSS invadiera Afganistán…y creamos la oportunidad de darles su Vietnam». No me sorprendería que este libro de jugadas (playbook) de la CIA no se esté aplicando ahora en Ucrania. Las consecuencias para la democracia serán fatales.  

Traducción de Bryan Vargas Reyes

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*Académico portugués. Doctor en sociología, catedrático de la Facultad de Economía y Director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra (Portugal). Profesor distinguido de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE.UU) y de diversos establecimientos académicos del mundo. Es uno de los científicos sociales e investigadores más importantes del mundo en el área de la sociología jurídica y es uno de los principales dinamizadores del Foro Social Mundial. Articulo enviado a Other News por el gabinete del autor.

Fuente: https://www.other-news.info/noticias/democracias-y-autocracias/

lunes, 4 de abril de 2022

EUROPA: CIEN AÑOS DE SOLEDAD Por Boaventura de Sousa Santos


 EUROPA: CIEN AÑOS DE SOLEDAD 
Por Boaventura de Sousa Santos*  

Cien años después de la Primera Guerra Mundial, los líderes europeos caminan sonámbulos hacia una nueva guerra total. Al igual que en 1914, piensan que la guerra de Ucrania será limitada y de corta duración. En 1914, se decía en los ministerios que la guerra duraría tres semanas. Fueron cuatro años y más de veinte millones de muertos. Tal y como en 1918, hoy domina la posición de que es necesario castigar de manera ejemplar a la potencia agresora para dejarla postrada y humillada durante mucho tiempo. En 1918, la potencia derrotada fue Alemania (y también el Imperio otomano). Hubo voces discordantes (John Maynard Keynes y otros) para quienes la humillación total de Alemania sería desastrosa para la reconstrucción de Europa y para la paz duradera en el continente y el mundo. No fueron escuchadas, y veintiún años después Europa estaba de nuevo en guerra. Siguieron cinco años de destrucción y más de setenta millones de muertos. La historia no se repite y aparentemente no enseña nada, pero sirve para ilustrar y mostrar similitudes y diferencias. Veamos unas y otras a la luz de dos ejemplos.

En 1914, Europa vivía en relativa paz desde hacía cien años, con muchas guerras, pero circunscritas y de corta duración. El secreto de esta paz fue el Congreso de Viena (1814-1815). Esta reunión internacional trataba de poner fin al ciclo de transformación, turbulencia y guerra que había comenzado con la Revolución francesa y que se agravó con las guerras napoleónicas. El pacto con que terminó el Congreso de Viena se firmó nueve días antes de la derrota final de Napoleón en Waterloo. En este congreso dominaron las fuerzas conservadoras y el periodo que siguió se denominó Restauración (del viejo orden europeo). El Congreso de Viena tiene, sin embargo, otra característica por la que vale la pena recordarlo ahora. Fue presidido por un gran estadista austríaco, Klemens von Metternich, cuya preocupación primordial era incorporar a todas las potencias europeas, tanto a las vencedoras como a las vencidas, con el fin de garantizar una paz duradera. Por supuesto, la potencia perdedora (Francia) tendría que sufrir las consecuencias (pérdidas territoriales), pero el pacto fue firmado por ella y el resto de potencias (Austria, Inglaterra, Rusia y Prusia) y con condiciones impuestas a todos para garantizar una paz duradera en Europa. Y así se cumplió.

Hay muchas diferencias en relación con nuestro tiempo. La principal es que, esta vez, el escenario de la guerra es Europa, pero las partes en conflicto son una potencia europea (Rusia) y una potencia no europea (Estados Unidos). La guerra tiene todas las características de una proxy war, una guerra en la que los contendientes se aprovechan de otro país (Ucrania), el país del sacrificio, para lograr objetivos geoestratégicos que trascienden con creces los de ese país e incluso los de la región en que se integra (Europa). Verdaderamente, Rusia solo está en guerra con Ucrania porque está en guerra con la OTAN, una organización cuyo comandante supremo aliado en Europa es “tradicionalmente un comandante estadounidense”.[1] Una organización que, sobre todo tras el final de la primera Guerra Fría, ha servido a los intereses geoestratégicos de Estados Unidos. Rusia sacrifica ilegal y brutalmente los principios de autodeterminación de los pueblos, de los que en anteriores contextos geopolíticos fue un importante heraldo, para hacer valer sus preocupaciones de seguridad después de no verlas reconocidas por medios pacíficos y por una innegable nostalgia imperial. Por su parte, desde el final de la primera Guerra Fría, Estados Unidos está decidido a profundizar la derrota de Rusia, una derrota que quizá fue más autoinfligida que provocada por la superioridad del adversario.

Durante un breve período, la disputa diplomática en Washington fue entre la “asociación para la paz” y “la expansión de la OTAN para garantizar la seguridad de los países emergentes del bloque soviético”. Con el presidente Clinton fue esta última política la que prevaleció. Por diferentes razones, también para Estados Unidos, Ucrania es el país del sacrificio. La guerra de Ucrania está sujeta al objetivo de infligir una derrota incondicional a Rusia que, preferentemente, ha de durar hasta que se provoque el regime change en Moscú. La duración de la guerra está sujeta a ese objetivo. Si se le permite al Primer Ministro británico decir que las sanciones contra Rusia continuarán, cualquiera que sea la posición de Rusia ahora, ¿cuál es el incentivo de Rusia para poner fin a la guerra? Después de todo, ¿es suficiente que Putin sea derrocado (como le sucedió a Napoleón en 1815) o es Rusia la que tiene que ser derrocada para detener la expansión de China? También hubo regime change en la humillada Alemania de 1918, pero su curso terminaría en Hitler y en una guerra aún más devastadora. La grandeza política del presidente Zelensky podría construirse tanto como el valiente patriota que defiende a su país del invasor hasta la última gota de sangre, como la del valiente patriota que, ante el peligro de tanta muerte inocente y la asimetría de fuerza militar, logra, con el apoyo de sus aliados, una fuerte negociación y una paz digna. El hecho de que hoy prevalezca la primera construcción no resulta de las inclinaciones personales del presidente Zelensky.

El segundo ejemplo para ver similitudes y diferencias con el pasado reciente se refiere a la posición geopolítica de Europa. Durante las dos guerras mundiales del siglo XX, Europa era el autoproclamado centro del mundo. Por eso las guerras fueron mundiales. Cerca de cuatro millones de las tropas “europeas” eran en realidad africanas y asiáticas, y muchos miles de muertos no europeos fueron el precio del sacrificio por ser habitantes de colonias en países lejanos envueltos en guerras que no les conciernen. Hoy, Europa es un rincón del mundo, y la guerra en Ucrania lo hará aún más pequeño. Durante siglos fue el extremo de Eurasia, esa gran masa terrestre entre China y la Península Ibérica, por donde circulaban saberes, productos, innovaciones científicas y culturas. Mucho de lo que luego se atribuyó al excepcionalismo europeo (desde la revolución científica del siglo XVI hasta la revolución industrial del siglo XIX) no se comprende y no habría ocurrido sin esta circulación multisecular. La guerra en Ucrania, sobre todo si se prolonga, corre el riesgo no sólo de amputar a Europa de una de sus potencias históricas (Rusia), sino también de aislarla del resto del mundo y, muy especialmente, de China. El mundo es inmensamente más grande de aquello que se ve con lentes europeos. Vistos con estos lentes, los europeos nunca se sintieron tan fuertes, tan unidos con su socio mayor, tan confiadamente del lado correcto de la historia, con el mundo del «orden liberal» dominando el planeta y tan suficientemente robustos como para aventurarse en un tiempo a conquistar o, al menos, neutralizar a China, después de haber destruido a su principal socio, Rusia.

Vistos con lentes no europeos, Europa y Estados Unidos están orgullosamente casi solos, quizás capaces de ganar una batalla, pero ciertamente en camino a la derrota en la guerra de la historia. Más de la mitad de la población mundial vive en países que han decidido no imponer sanciones a Rusia. Muchos de los que votaron (y bien) en la ONU contra la invasión ilegal de Ucrania lo hicieron con justificaciones de su experiencia histórica, que no fue la de ser invadidos por Rusia, sino por Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Israel. Sus decisiones no fueron fruto de la ignorancia, sino de la precaución. ¿Cómo pueden confiar en países que, después de haber creado un sistema de transferencias financieras (SWIFT) con el objetivo de defender las transacciones económicas de la injerencia política, expulsan a un país por motivos políticos? ¿En países que se arrogan el poder confiscar las reservas financieras y de oro de países soberanos como Afganistán, Venezuela y ahora Rusia? ¿En países que proclaman la libertad de expresión como un valor universal sacrosanto, pero recurren a la censura en cuanto se sienten desenmascarados por ella? ¿En países supuestamente amantes de la democracia que no dudan en provocar golpes de Estado cuando los elegidos no convienen a sus intereses? ¿En países para los cuales, según las conveniencias del momento, el “dictador” Nicolás Maduro puede convertirse repentinamente en un socio comercial? El mundo ha perdido la inocencia, si es que alguna vez la tuvo.

Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez

[1] https://www.nato.int/cps/en/natohq/topics_50110.htm

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*Académico portugués. Doctor en sociología, catedrático de la Facultad de Economía y Director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra (Portugal). Profesor distinguido de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE.UU) y de diversos establecimientos académicos del mundo. Es uno de los científicos sociales e investigadores más importantes del mundo en el área de la sociología jurídica y es uno de los principales dinamizadores del Foro Social Mundial. Articulo enviado a Other News por el gabinete del autor.

Fuente: https://www.other-news.info/noticias/europa-cien-anos-de-soledad/

viernes, 1 de abril de 2022

La culturización eurocéntrica y la equidad de género en el Incanato



En el incanato existia equidad de género en sexualidad y reproducción mediante el servinacuy, que era una institución digamos previa a lo convivencial  familiar de largo plazo, donde la pareja probaba si era posible su proyecto. De no ser así quedaban libres para emparejarse otra vez sin ningun perjuicio para ninguno de ellos, incluso con hijos, que quedaban con la madre y acogia el ayllu. Si el proyecto era viable el ayllu les entregaba tierras para que continuaran. Los europeos medievales trajeron el matrimonio patriarcal cristiano céntrico en donde el cuerpo y la sexualidad de la mujer están sujetas al servicio del hombre de por vida. 

No he visto investigaciones, pero supongo habrán, sobre sexualidad y género en el incanato. Es obvio lo diferencial en la cultura Moche que resaltó todo tipo de sexualidad plasmándola en cerámicos.