miércoles, 5 de noviembre de 2014

Reconstruir nuestras vidas

A J le pasó de niño que su padre lo trataba muy mal. Como usualmente suele ocurrir a todo niño cuando es victima de un padre perturbado J pensaba que la culpa la tenia el. Sentía que algo malo debía haber dentro suyo para que su amado padre, al que el buscaba con cariño y devoción, lo tratara de esa manera. Con el tiempo desarrolló una muy baja autoestima que se vio reforzada con el maltrato al que fue sometido en el colegio donde sus compañeros lo agarraron de punto, sufriendo lo que ahora se conoce comúnmente como "bullyng". Sin embargo, y a pesar de eso, una parte de él siempre se conservó saludable y pudo, a pesar de las dificultades, desarrollar una carrera universitaria y hacerse profesional. Y es que ocurrió también que a pesar del mal carácter de su padre y al maltrato al que lo sometió, tuvo como contraparte una madre que si le dio todo el cariño que pudo y eso mantuvo y sostuvo una parte de él sin derrumbarse del todo ayudándolo a salir adelante por lo menos en lo académico. El amor siempre salva. Pero otra historia diferente ocurría con respecto a sus relaciones sociales. Primero en la universidad, en la que seguía siendo el punto de sus compañeros de estudio, y luego en los diferentes trabajos que tuvo, en los que sentía que lo trataban de una manera muy singular. Se convirtió en un gruñón que luchaba por construir y mantener una imagen con la que el pensaba podría, lograr el respeto anhelado. Así llegó a los cuarenta sin haber podido consolidar una pareja y con un constante temor a ser tratado mal. Es recién cuando llegó a psicoterapia que pudo darse cuenta primero, que quizá efectivamente era su padre el que tenia algún problema y no el y luego, que el maltrato recibido fuera de casa la mayoría de veces se debía a situaciones recreadas por el mismo al proyectar un trato similar al de su casa en sus compañeros y en sus relaciones en general. Y se despertaron muchas cosas más que J las tenia aprisionadas por esa primera relación tan negativa en su primera infancia. Aun, y a pesar de eso, la costumbre de tantos años hacia que repitiera su papel de niño victima en cualquier ambiente al que llegaba, tal vez la única forma conocida y aprendida de relacionarse con los demás. Sin embargo, el primer paso importante, al decidirse a pasar por una experiencia en psicoterapia, ya estaba dado: empezar a darse cuenta. Luego, repensar las situaciones repetitivas de manera distinta provocó, como segundo paso, perder el temor a enfrentarlas. A partir de allí es que J comenzó con los cambios necesarios para conocerse y aceptarse tal como realmente es y a construir una nueva relación consigo mismo. Es la conciencia de las cosas como son, y no como las mal aprendemos, las que dan comienzo a la liberación de nuestra subjetividad y a su capacidad recreativa para integrarse a la reconstrucción permanente que significa vivir.

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