Más allá del Uno: Patriarcado monoteísta, sexualidad femenina y el fin del absoluto
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Nota de autor
Hay ensayos que se escriben desde la razón, y otros que nacen como un susurro persistente en el pecho. Se me ocurrió cuando comprendí que mi propia vida —con sus pérdidas, búsquedas y revelaciones— estaba atravesada por un hilo invisible: la sensación de que lo femenino, en su fuerza creadora y su ternura indómita, había sido arrancado de nuestro mundo y reemplazado por una serie de abusos que nunca había sentido tanto antes. Sea porque estaba inmerso en él como cuando uno es creyente y no se da cuenta de su creencia.
Crecí entre relatos que hablaban de un Dios único, todopoderoso y distante, pero también escuché, en las grietas de la tradición de mis tías serranas, de las amigas de mi madre, de todas ellas, historias de mujeres que curaban, soñaban, amaban sin pedir permiso. Tal vez fueron ellas las que me mostraron que la espiritualidad podía ser algo más, abrazo, cuerpo, tierra húmeda; que no necesitaba altares de piedra, sino raíces y piel.
Este ensayo es, entonces, una confesión y una ofrenda. Confesión porque me reconozco hijo de un tiempo que aprendió a desconfiar de lo vivo. Ofrenda porque deseo que mis palabras sean semillas que otros puedan plantar donde encuentren tierra fértil: en la memoria, en el deseo, en la comunidad.
Escribo para quienes sienten que la vida pide ser reencantada., redibujada, repintada, como nos dice Paulo Freire corresponde a la tarea del educador. Para quienes saben que las supuestas almas no se salvan solas. Para quienes presienten que la verdadera transformación empieza cuando dejamos de obedecer al Uno y aprendemos, de nuevo, a vivir entre muchos.
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