miércoles, 10 de septiembre de 2025

Más allá del Uno: Patriarcado monoteísta, sexualidad femenina y el fin del absoluto - Capítulo II


 

Capítulo IIHerencias de insumisión: espiritualidades femeninas y resistencias simbólicas

En los márgenes de los grandes relatos, en las grietas del dogma, han habitado siempre mujeres que se atrevieron a escuchar otra voz. Una voz que no venía del púlpito ni de la autoridad teológica, sino de adentro, del cuerpo, de la tierra, del misterio que no pide permiso para revelarse.

Ellas han sido las desobedientes. Las que, a pesar del silencio impuesto, guardaron el fuego. Las que tejieron símbolos con su sangre, con sus cantos, con sus cuidados. Las que recordaron que la espiritualidad no pertenece al altar de los poderosos, sino al corazón palpitante de la vida.

2.1 Mujeres disidentes en las religiones monoteístas

Toda historia oficial es también una historia de exclusión. En las tradiciones monoteístas, las mujeres han sido llamadas a obedecer, a servir, a callar. Pero dentro de esos mismos márgenes, muchas han roto el guion. Místicas, profetisas, mártires, visionarias… Desde Hildegarda de Bingen hasta Rabia al-Adawiyya, desde Juana de Arco hasta Teresa de Ávila, sus voces incomodaron porque no necesitaban intermediarios.

No hablaron sobre Dios: hablaron con Él. Y, a veces, contra Él.

Estas mujeres pusieron en juego un saber encarnado, un vínculo espiritual que no podía ser domesticado por la ley. Algunas fueron elevadas después como santas; otras fueron condenadas como herejes. Pero todas ellas desbordaron las categorías. Reclamaron un espacio en lo sagrado que no fuera prestado ni condicionado.

Sus palabras, aún fragmentarias, nos llegan como brasas encendidas.

2.2 La bruja y la sabia: exclusión, persecución y saberes ancestrales

Lo que Occidente llamó brujería fue, muchas veces, la supervivencia de una espiritualidad terrenal, relacional, cíclica. Mujeres que sabían de hierbas, de partos, de estrellas. Mujeres que curaban, que danzaban, que soñaban. Mujeres que sabían escuchar el lenguaje de los animales, de las aguas, del silencio.

La caza de brujas no fue solo una persecución religiosa: fue también una guerra simbólica contra el cuerpo femenino como fuente de saber. La ciencia oficial nacía a la par que se quemaban en la hoguera los conocimientos no institucionalizados. El cuerpo femenino fue convertido en territorio de conquista. Lo que no podía ser entendido desde la razón ilustrada fue tachado de superstición. Pero el alma sabia de estas mujeres nunca fue erradicada del todo.

Sigue viva en las abuelas, en las parteras, en las curanderas, en las activistas que hoy nombran la sanación como acto político.

2.3 Espiritualidades femeninas en la sombra

Más allá de las religiones oficiales, muchas mujeres han construido su propio mapa del alma. En lo íntimo, en lo secreto, han sostenido prácticas que nombran lo divino de otras maneras. Espiritualidades sin dogma, sin jerarquías, sin exclusiones. Espiritualidades tejidas con tierra, luna, cuerpo, deseo.

Allí donde lo sagrado es una fuerza que se mueve, que se siente, que se canta.

Estas espiritualidades en la sombra no buscan reemplazar los templos: los disuelven. No buscan una nueva doctrina, sino una forma de habitar el mundo con más presencia, más verdad, más ternura. Son femininas en tanto reconectan con lo cíclico, lo relacional, lo encarnado.

Allí, la divinidad no es alguien que nos observa desde arriba, sino una red que nos sostiene desde dentro.

2.4 Cuerpo, deseo y transgresión simbólica

El cuerpo ha sido territorio de control, pero también es frontera de libertad. Las mujeres han sido formadas para la obediencia corporal: a contener el deseo, a velar el placer, a ajustar la forma. Pero cada goce es una transgresión simbólica. Cada orgasmo es una irrupción del alma en lo visible. Cada lágrima que no se traga es un acto de insumisión.

El deseo femenino –tanto erótico como existencial– ha sido desplazado porque no se deja domesticar. Pero allí reside una clave: la capacidad de crear sentido desde la carne, desde el sentir, desde la vibración. Una espiritualidad viva no puede existir sin reconciliación con el deseo. No puede seguir temiendo al placer. No puede negar lo que arde.

Recuperar el cuerpo como altar es, quizás, el primer gesto de insurrección amorosa.

2.5 Reflexión final: genealogías de lo insurrecto

Detrás de cada intento de borrado, hay una herencia que resiste. Una genealogía de mujeres que no aceptaron los límites del Uno. Que se atrevieron a mirar hacia adentro y hacia abajo, hacia la tierra y hacia los vínculos, para encontrar allí lo sagrado.

Esta memoria insurrecta no está hecha solo de hechos, sino de símbolos. Es un linaje no institucional, pero profundamente real. No necesita validación, porque vive en las prácticas, en los gestos cotidianos, en los susurros compartidos entre mujeres que se reconocen, aunque no se conozcan.

Nombrar esta herencia es un acto de justicia. Pero también es una invitación: a quienes hoy sienten que su alma no cabe en los moldes heredados, a quienes buscan formas de fe que abracen su cuerpo, su historia, su deseo.

Porque quizás, la espiritualidad del porvenir no nazca en los altares, sino en los círculos. No venga desde el cielo, sino desde el vientre. No se proclame en dogmas, sino que se susurre en comunidad.

Y quizás, solo quizás, esa espiritualidad pueda ayudarnos a reconstruir el mundo desde otro lugar: uno donde la ternura sea ley, la diversidad sea belleza, y lo sagrado vuelva a caminar con los pies descalzos sobre la tierra.


lunes, 1 de septiembre de 2025

Más allá del Uno: Patriarcado monoteísta, sexualidad femenina y el fin del absoluto - Cápitulo I

 


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Capítulo I – El Uno que excluye: patriarcado, monoteísmo y cuerpo femenino

Desde tiempos remotos, el relato del Uno ha dominado el horizonte simbólico de Occidente. Un solo Dios, un solo camino, una sola verdad. Esta unidad, proclamada como principio sagrado, ha servido como arma de exclusión y subordinación. El Uno que todo lo abarca ha sido también el Uno que todo lo domestica, desplazando hacia los márgenes lo femenino, lo múltiple, lo corporal y lo deseante.

Cuando el poder se reviste de sacralidad, la diferencia se convierte en amenaza. Así, el pensamiento monoteísta –en sus formas religiosas, filosóficas y políticas– ha construido una arquitectura simbólica del dominio. Bajo la máscara de lo eterno, ha legitimado jerarquías donde unos hablan en nombre de todos, y otras son silenciadas. No fue solo una elección teológica, sino un modo de ordenar el mundo borrando sus bordes.

El patriarcado encontró en el monoteísmo su espejo perfecto: un Dios Padre, varón, trascendente, creador desde lo alto, separado de la materia y del deseo. Este arquetipo moldeó una masculinidad normativa, temerosa de todo lo que fluye, cambia o vibra. En ese reflejo, el cuerpo femenino fue proyectado como lo otro: lo impuro, lo indómito, lo que debe ser cubierto, disciplinado o velado.

No es casual que en las grandes religiones monoteístas las figuras femeninas –Eva, María, Agar, Sara– aparezcan bajo el signo de la obediencia, la culpa o la instrumentalización. Su voz, cuando existe, llega bajo sospecha. Su cuerpo, cuando irrumpe, debe ser domesticado. Esta simbólica no se limita a los textos sagrados: atraviesa nuestras formas de amar, educar y gobernar. Todo lo que porta un poder no regulable –la fertilidad, el éxtasis, la intuición, los saberes ancestrales– ha sido desplazado a la sombra.

Pero los cuerpos recuerdan. La Tierra recuerda. Lo femenino –no como género, sino como energía vital y modo relacional de estar en el mundo– persiste en grietas y memorias que se resisten al olvido. Este capítulo nombra la herida: la matriz simbólica que convirtió al Uno en cárcel, al dogma en frontera, y a lo femenino en falta. No para quedarnos en la denuncia, sino para vislumbrar espiritualidades que no teman al cuerpo ni al deseo; que reconozcan en la pluralidad un principio sagrado.

Necesitamos desobedecer al Uno. Recordar que la vida nunca fue singular, que la verdad no habla en único tono, y que lo sagrado puede ser múltiple, cercano y danzante. Solo así, liberándonos de su tiranía, podremos construir un nosotras más justo, amoroso y vivo.


1.1. El Uno como estructura simbólica de dominación

La idea de un solo Dios, masculino, omnipotente y trascendente no es neutra. Es una construcción que refleja y legitima un orden donde lo vertical se impone sobre lo horizontal, donde la verdad es única y excluyente, donde el poder no se comparte, se concentra.

El Uno necesita jerarquía. Y desde esa cima simbólica ha descendido una cultura que ha regulado cuerpos, silenciado voces y definido lo humano desde una mitad amputada. Así se edificaron las religiones monoteístas: con genealogías sin madres, con palabras reveladas por varones, con instituciones que hicieron del patriarcado no solo una práctica, sino una sagrada misión.

Esta lógica del Uno no está solo en los templos. Está en el lenguaje, en la historia, en la ciencia, en el derecho. Se filtra en nuestras formas de amar, de pensar, de crear, de educar. Es la lógica de la exclusividad, del mandato, de la homogeneidad disfrazada de universal.

1.2. La cultura occidental como mundo del Uno

Occidente no solo creyó en un solo Dios: construyó una civilización que reflejara ese mismo principio. Filosofía, política, economía, educación: todo fue configurado para responder al ideal de la unidad, de la objetividad, de la razón dominante.

Pero lo femenino –en tanto símbolo de lo diverso, lo cíclico, lo carnal, lo impredecible– fue la amenaza más profunda a ese modelo. Porque representaba otra lógica: no la del Uno, sino la del Dos, la del entre, la del vínculo. Y por eso fue reducido, silenciado, quemado, canonizado en la obediencia o expulsado como desorden.

Se asesinaron brujas, se borraron diosas, se ritualizó la sumisión. La madre fue convertida en virgen, la sexualidad en pecado, el deseo en peligro.

1.3. El origen simbólico del patriarcado y el monoteísmo

Antes del Uno, hubo multiplicidad. Pueblos que honraban lo cíclico, culturas que veneraban diosas, tradiciones donde lo sagrado se tejía con la tierra y no se separaba de ella. Pero el patriarcado –más que un sistema de dominación social– fue también una revolución simbólica: un desplazamiento radical de lo femenino como centro de sentido hacia su marginalización estructural.

Con el monoteísmo, esta transformación se sacralizó. Ya no era solo el varón quien tenía poder, era Dios mismo quien lo legitimaba. La espiritualidad pasó a ser masculina, vertical, trascendente. Y el cuerpo femenino, un riesgo permanente de caída. No fue casual que Eva –la que deseó, la que mordió, la que ofreció– fuera el comienzo de la culpa.

1.4. Normas religiosas e institucionales que controlan el cuerpo femenino

La historia del monoteísmo es también la historia del cuerpo de las mujeres convertido en campo de batalla simbólico. Normas sobre la vestimenta, la pureza, el silencio, la obediencia; regulaciones sobre el deseo, la maternidad, la voz. La religión no solo dictó lo que debía creerse: dictó cómo debía ser habitado el cuerpo femenino.

La menstruación fue impura, el placer una amenaza, la autonomía una desobediencia. Y no desde el margen, sino desde el altar. Desde el púlpito, desde la ley divina. Desde una sacralidad que se volvió vigilancia.

El patriarcado monoteísta no teme al cuerpo femenino por debilidad, sino porque presiente en él una fuerza: la del goce, la del vínculo, la del nacimiento, la de la palabra libre. Controlar ese cuerpo fue indispensable para sostener la ilusión del Uno.

1.5. Reflexión final: salir del Uno, recuperar la pluralidad

Este capítulo no es un juicio, es una invitación. A mirar el Uno no como destino, sino como construcción. A deshacer sus dogmas no con odio, sino con profundidad. A recuperar las voces que fueron silenciadas, los cuerpos que fueron negados, las espiritualidades que fueron desplazadas.

Salir del Uno no significa caer en el caos. Significa abrirse a la vida. A la diferencia como riqueza. Al cuerpo como saber. Al deseo como brújula. A lo femenino como posibilidad de mundo.

Este es el comienzo de otra narrativa. Una que no busca sustituir un absoluto por otro, sino habitar el entre, el plural, el gesto compartido. Porque solo desde ahí, quizás, podamos sanar la herida profunda que dejó el Uno en nuestras almas.

miércoles, 27 de agosto de 2025

Más allá del Uno: Patriarcado monoteísta, sexualidad femenina y el fin del absoluto - Introducción

 


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Introducción
Este ensayo es un viaje por territorios que rara vez se exploran juntos: el de la crítica al patriarcado monoteísta y el de la imaginación de nuevas formas de espiritualidad.
La pregunta de partida es sencilla, pero radical: ¿qué ocurre con nuestras vidas —y con el planeta— cuando se construyen sistemas que colocan a unos por encima de otros, en nombre de una verdad única?
Para responder, el texto combina reflexión teórica, memoria cultural y resonancia personal. Toma elementos de la historia de las religiones, del pensamiento feminista, de la filosofía decolonial y de las cosmovisiones andinas. No pretende ofrecer respuestas definitivas, sino abrir un diálogo que conecte pasado y presente, cuerpo y símbolo, resistencia y creación.
Metodológicamente, este ensayo se apoya en una mirada situada: reconozco que escribo desde el sur global, en diálogo con mujeres y comunidades que han vivido —y viven— la exclusión y la insumisión. La estructura avanza desde el diagnóstico histórico y simbólico hasta la propuesta de un horizonte espiritual plural, encarnado y colectivo.
No es un tratado académico ni un manual religioso. Es, más bien, una cartografía afectiva y crítica para quienes intuyen que otro modo de habitar el mundo es posible. Aquí se entrelazan la palabra política y la poética, la indignación y el deseo, la memoria y la imaginación.
Si algo quisiera que quedara claro al cerrar estas páginas, es que la transformación que necesitamos no se logrará únicamente con leyes ni con cambios tecnológicos: requiere un giro en nuestra forma de entender la vida, el cuerpo y lo sagrado. Y ese giro empieza, siempre, por atrevernos a escuchar lo que ha sido silenciado.

martes, 19 de agosto de 2025

Más allá del Uno: patriarcado monoteísta, sexualidad femenina y el fin del absoluto - Prólogo


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Prólogo
Vivimos en un tiempo marcado por múltiples crisis: ecológicas, sociales, espirituales. Las estructuras dominantes que nos gobiernan —muchas de ellas milenarias— están basadas en la lógica del Uno: un solo Dios, un solo camino verdadero, una sola verdad, un solo sujeto legítimo. Esta lógica ha excluido sistemáticamente todo aquello que no se ajusta a su molde: los cuerpos que sienten distinto, las voces que disienten, las formas de vida que no se dejan controlar.
En el centro de esta arquitectura simbólica y política, encontramos una constante histórica:. No sólo como género, sino como principio vital, como dimensión de lo sensible, lo intuitivo, lo cíclico, lo erótico, lo creativo. Las religiones monoteístas, las instituciones patriarcales y los poderes modernos han conspirado, de formas más o menos visibles, para expulsar a lo femenino del espacio sagrado, del saber legítimo, del derecho a nombrar y a gozar.
Pero lo femenino no ha desaparecido. Ha resistido. Ha germinado en las grietas. Ha hablado desde las brujas perseguidas, las místicas marginales, las curanderas silenciadas, las madres tierra de los pueblos indígenas. Hoy, como en otros momentos de la historia, esas voces regresan con fuerza, no para instalar un nuevo dogma, sino para recordarnos que la vida se sostiene en la diversidad, en la reciprocidad, en el cuidado y en el deseo.
Este ensayos es una invitación a recorrer ese camino. A pensar y sentir desde otro lugar. A imaginar una espiritualidad desobediente, que se ancle en los cuerpos y en la Tierra, y que nos devuelva la capacidad de transformar el mundo no desde la violencia, sino desde la comunión con lo viviente.
No se proponen verdades, sino preguntas. No recetas, sino intuiciones compartidas. Porque creo, como decían nuestros ancestros andinos, que el camino verdadero es el que se hace con otros, en comunidad, honrando a la Pachamama y reconociendo que todo está vivo.

martes, 12 de agosto de 2025

Más allá del Uno: Patriarcado monoteísta, sexualidad femenina y el fin del absoluto


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Nota de autor
Este ensayo nace de una intuición profunda: la de que la única posibilidad real de cambio hacia un mundo más justo y humano pasa por desmontar toda forma de exclusividad que unos ejercen sobre otros —ya sea en nombre de un Dios único, de un orden natural ficticio o de un poder instituido.
Nuestra civilización, con sus luces y sombras, ha cultivado jerarquías que marginan la diferencia, controlan los cuerpos, niegan el deseo y destruyen el vínculo sagrado con la Tierra. En contraste, las cosmovisiones ancestrales de nuestros pueblos originarios —como el incaico— no sólo comprendieron la sacralidad de lo femenino, sino que vivieron en diálogo con los ciclos de la vida y del alma común.
En estas páginas intento pensar y sentir junto a muchas otras voces que han abierto caminos hacia una espiritualidad libre, encarnada, vinculada al cuerpo, al goce y a la comunidad. Siento, con claridad creciente, que la liberación espiritual de las mujeres no es un tema periférico, sino el núcleo desde el cual puede irradiar una verdadera transformación para todos y todas.
Este ensayo es, en ese sentido, una ofrenda. Una palabra sembrada para quienes desean reencantar el mundo desde lo viviente, desde la diferencia, desde el alma colectiva.

viernes, 22 de diciembre de 2023

Las celebraciones de la "Humanidad"


Desde que tengo uso de razón "la humanidad" esta definida por los que escribieron y enseñaron "historias universales" que nunca lo fueron.  A esa "humanidad" nunca pertenecimos desde este lado porque sencillamente nos invisibilizaron. Conversaba ayer con un consultante andino que quiere rescatar las idolatrías malinterpretadas. "Idolatrías" que estaban escritas en los códices mayas o en los quipus que unos retrasados y silvestres  medievales cristiano céntricos invasores destruyeron  (justamente no descubrieron nada. Si lo hubieran hecho aprendiendo nuestros saberes e integrándolos seguramente estaríamos en otro periodo humano muy distinto), pero no, asesinaron a los sabios que podían leerlos y enseñarlos. Esos mismos construyeron la "historia Universal" y se retratan como "la humanidad" que estamos sufriendo los otros, y cuyos símbolos tenemos que celebrar.