miércoles, 15 de octubre de 2025

Más allá del Uno: Patriarcado monoteísta, sexualidad femenina y el fin del absoluto - Capítulo VI





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Capítulo VI – Más allá del Uno: Pluralidad, deseo y transfiguración

El Uno está fatigado. Su tiempo, aunque aún resuene en muchas estructuras, se resquebraja. Se siente en los cuerpos que ya no quieren ser moldeados, en las almas que rehúyen a los dogmas, en las comunidades que inventan nuevas formas de habitarse. Lo que alguna vez fue considerado absoluto –una sola verdad, un solo Dios, un solo modelo de vida– comienza a revelarse como una prisión simbólica, una herencia que asfixia.

Hoy sabemos que la unidad no es sinónimo de verdad, que la multiplicidad no implica caos, que el deseo no es pecado y que lo sagrado puede habitar también la piel, el abrazo, el rito compartido, la tierra que se defiende.

Este capítulo es una invitación a salir del Uno. No para caer en la dispersión, sino para entrar en la trama. La trama viva y palpitante de lo plural, lo relacional, lo deseante. Allí donde empieza a nacer otra espiritualidad.


6.1 El fin del Uno: pensar desde la multiplicidad

Durante siglos, la lógica del Uno gobernó el pensamiento. Un solo Dios, un solo logos, una sola historia verdadera. En ese marco, lo diferente era amenaza, y lo plural, sospechoso. Pero esa forma de pensar ha sido también una forma de dominar: epistemológicamente, existencialmente, políticamente.

Salir del Uno no es simplemente ampliar la mirada. Es desmantelar una arquitectura simbólica que ha ordenado jerárquicamente el mundo, borrando voces, silenciando cuerpos, expulsando lo ambiguo.

Hoy, sin embargo, emergen otras formas de saber, de ser, de vincularse. La pluralidad ya no es solo una categoría sociológica, es una fuerza ontológica, una forma de habitar el mundo. Pensar desde la multiplicidad es aceptar que hay muchas verdades, muchas formas del deseo, muchas maneras de decir “lo sagrado”.

La multiplicidad no fragmenta: entrelaza. No dispersa: abre. Y desde ahí, lo político, lo afectivo y lo espiritual se vuelven posibilidad creadora.


6.2 Deseo, goce y creación: lo femenino como potencia transfiguradora

El deseo ha sido una de las grandes herejías del pensamiento patriarcal. Nombrarlo, vivirlo, reivindicarlo ha sido históricamente castigado, sobre todo cuando hablaba desde lo femenino. Pero ¿y si el deseo no fuera falta, sino impulso vital? ¿Y si el goce no fuera exceso, sino forma de saber?

Lo femenino –más allá del género– porta una clave ancestral: la capacidad de abrir, de transformar, de acoger la ambigüedad. En su erotismo está la potencia de lo que no se deja clausurar, de lo que vibra, de lo que canta. No como adorno, sino como fuerza generativa.

Crear desde lo femenino es permitir que el cuerpo piense, que la intuición tenga lugar, que el goce guíe. Es transfigurar el mundo no por violencia, sino por profundidad. Es llevar al centro lo que fue expulsado: la ternura, la fluidez, la vulnerabilidad compartida.

Ahí reside una ética del deseo, una mística del cuerpo, una política del goce.


6.3 Deconstruir lo sagrado: por una espiritualidad sin absolutos

La idea de lo sagrado ha sido monopolizada. Secuestrada por instituciones que dictan lo que puede o no considerarse espiritual. Pero lo sagrado no es propiedad de nadie. No tiene templo exclusivo ni código cerrado. Vive en la intemperie, en lo que arde, en lo que cura.

Deconstruir lo sagrado no es destruirlo. Es liberarlo. Es dejar que respire, que se renueve, que vuelva a pertenecer a quienes lo habitan. Implica soltar la idea de un “más allá” inaccesible para volver al aquí: al susurro del bosque, al agua que corre, al cuerpo que tiembla, al ritual compartido.

En lugar de grandes dogmas, lo sagrado puede ser relacional, inmanente, cotidiano. No necesita rituales rígidos, sino gestos significantes. No se impone, se reconoce.

Se trata de reencantar la vida, no como evasión, sino como forma radical de presencia.


6.4 Hacia una ética plural de la interdependencia

El Uno ha creado una ética de la separación: individuo sobre comunidad, razón sobre cuerpo, humanidad sobre naturaleza. Pero esa ética nos ha dejado huérfanos de mundo.

Hoy necesitamos otra cosa: una ética plural, tejida desde la interdependencia. No una moral que impone, sino una sensibilidad que escucha. No un deber abstracto, sino una práctica situada.

Desde el cuidado mutuo, desde la memoria encarnada, desde la escucha activa. Esta nueva ética no teme a la vulnerabilidad, la abraza. No ve la diferencia como obstáculo, sino como oportunidad de aprendizaje. Se construye desde abajo, desde lo pequeño, desde lo vivo.

Es una ética que no separa lo humano de la tierra, ni lo espiritual de lo político. Porque todo está vinculado. Y cuidar el vínculo es el gesto más radical que podemos hacer.


6.5 Manifiesto por una espiritualidad desobediente y generativa

Reunimos aquí la voz que ha venido gestándose a lo largo de estas páginas. No como cierre, sino como apertura. Como manifiesto. Como llamado.

Creemos en una espiritualidad encarnada, plural, deseante.
Una espiritualidad que no obedece a estructuras de poder, sino al pulso vivo de la comunidad.
Una espiritualidad que no teme al cuerpo, que lo honra, que lo celebra como lugar de revelación.
Que no separa lo sagrado de lo cotidiano, ni lo político de lo simbólico.
Que se alimenta del goce, de la imaginación, del cuidado.

Rechazamos todo absoluto que se imponga sobre la vida.
Todo Uno que niegue la diferencia.
Toda jerarquía que silencie la voz de quienes disienten, sangran, sueñan.

Convocamos a una práctica espiritual crítica.
Que se atreva a desobedecer.
Que sepa escuchar a las ancestras, a la tierra, a las otras.
Que recupere el alma colectiva y la ponga a danzar.

Porque el mundo no será transformado solo por leyes o decretos. Será transformado por aquellas y aquellos que se atrevan a imaginar otra realidad simbólica. Que vuelvan a soñar con los ojos abiertos. Que reencanten el lenguaje. Que enciendan el fuego común.

Más allá del Uno, lo que nos espera no es el caos, sino la vida. La vida en plural.



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