jueves, 18 de septiembre de 2025

Más allá del Uno: Patriarcado monoteísta, sexualidad femenina y el fin del absoluto - Capítulo III

 

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Capítulo III – Erotismo, deseo y divinidad: el cuerpo como potencia generadora

Hay una fuerza que precede al nombre. Una vibración que no pide permiso para ser. El deseo, cuando no está capturado por la carencia, es movimiento creador. Es río, es pulso, es potencia. Y sin embargo, ha sido una de las dimensiones más reprimidas de la experiencia espiritual, especialmente cuando nace y arde en cuerpos feminizados.

El monoteísmo patriarcal temió desde el inicio aquello que no podía controlar: el cuerpo deseante, el placer sin fin, el goce sin culpa. Por eso expulsó a la serpiente, tachó a la diosa, cubrió el sexo con vergüenza y lo confinó al deber conyugal. Desconectó lo sagrado del deleite, y al hacerlo, partió en dos la vida.

Pero la energía erótica no desaparece. Se transforma. Y vuelve. Como resplandor.

3.1 El eros negado: pecado, culpa y disciplinamiento

Desde la caída de Eva hasta la castidad de María, el relato fundacional ha marcado el deseo como pecado, especialmente si brota de cuerpos femeninos. El goce ha sido penalizado con castigos simbólicos y reales: desde la excomunión hasta la quema pública, desde la humillación hasta la negación del placer como derecho.

El patriarcado monoteísta necesitaba una mujer obediente, asexual o maternizada. Toda otra forma de deseo femenino era sospechosa, herética, peligrosa. No por lo que hacía, sino por lo que podía encender: libertad. Conexión. Autonomía. Intuición.

Así, la represión del deseo no solo fue una estrategia moral, sino una táctica de poder. Y la espiritualidad fue utilizada como vigilancia del cuerpo.

3.2 Erotismo como lenguaje del alma encarnada

Pero hay otras memorias. Hay otras voces que no fueron silenciadas del todo. Porque el eros es también una vía hacia lo divino. No como distracción, sino como revelación. En muchas tradiciones místicas –más allá del dogma– el deseo es vivido como un anhelo de fusión con lo sagrado, como un éxtasis que no separa alma y cuerpo, sino que los une en un mismo gesto vital.

Audre Lorde lo nombró con valentía: el poder del erotismo no es solo sexual. Es una fuerza que recorre el cuerpo cuando algo nos conmueve profundamente, cuando lo bello nos atraviesa, cuando el goce se vuelve epifanía.

Eros es esa llama que nos devuelve a la vida. Que nos recuerda que sentir intensamente no es debilidad, sino acto radical de existencia. Que estar vivos no es solo respirar, sino arder.

3.3 Deseo femenino y transgresión de lo establecido

Cuando una mujer se conecta con su deseo –y no con el deseo que otros proyectan sobre ella–, ocurre un desajuste en la estructura. Porque deja de obedecer. Deja de complacer. Deja de adaptarse. Comienza a crear. A decidir. A decir no. O a decir sí desde otro lugar.

El deseo femenino, vivido desde la libertad, es subversivo. No solo en lo sexual, sino en lo simbólico. No busca encajar en el molde, sino derretirlo. Por eso ha sido tan temido.

Pero en ese temor se revela su potencia: el deseo puede ser camino, oración, brújula. Puede ser herramienta de conocimiento y acto de comunión. Puede ser rezo encarnado.

Y en esa reapropiación del deseo, el cuerpo deja de ser objeto para convertirse en territorio sagrado.

3.4 El cuerpo que crea: fecundidad simbólica y gestación de lo nuevo

El cuerpo femenino ha sido reducido al rol reproductivo, pero su capacidad generadora va mucho más allá de la maternidad biológica. Es cuerpo que gesta ideas, relaciones, mundos. Es matriz simbólica de nuevas posibilidades.

Cuando una mujer se reapropia de su cuerpo como fuente de sabiduría y creación, todo se transforma. El arte, la palabra, la política, el cuidado, la comunidad… Todo puede nacer desde ese centro reconectado con la vida.

La espiritualidad encarnada no necesita elevarse para tocar lo divino. Lo encuentra en cada pulso, en cada gesto de ternura, en cada acto creativo. Esa es la potencia generadora que el patriarcado ha temido y que hoy, lentamente, comienza a resurgir.

3.5 Reflexión final: espiritualidad del goce, caminos del alma encarnada

No puede haber una espiritualidad liberadora si el goce está prohibido. No puede haber una ética del cuidado si el cuerpo sigue siendo ignorado. No puede haber una conexión profunda con la tierra si seguimos negando nuestros ritmos, nuestros ciclos, nuestros deseos.

Recuperar el erotismo como vía espiritual es recuperar también la sacralidad del sentir, la sabiduría del cuerpo, la belleza del placer. Es decirle sí a la vida en toda su intensidad.

Y en esa afirmación radical del deseo, quizás podamos abrir un nuevo camino: una espiritualidad no para reprimirnos, sino para expandirnos. Una espiritualidad que nos enseñe a vivir con todos los sentidos despiertos. A amar sin miedo. A crear sin permiso. A recordar, como lo sabían nuestras ancestras, que el alma también habita en la piel.

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